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Eduardo Mendoza: «Nunca pensé que fuera a ganarme la vida escribiendo»

Eduardo Mendoza: «Nunca pensé que fuera a ganarme la vida escribiendo»

Un grupo de fotógrafos de medios y agencias aguarda en la cafetería del Hotel de las Letras de la Gran Vía madrileña. La tarde anterior, Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), escritor con vocación de eterno extranjero, ha presentado ante el público de la capital en un abarrotado Espacio Fundación Telefónica su esperada última novela, la primera desde el premio Cervantes: El rey recibe (Seix Barral). Hoy le toca a la prensa. Hay cinco minutos, o menos, para tomar imágenes. El autor, siempre afable y sonriente, nunca ha sido amigo de las fotos, aunque se somete al ritual de rigor. Mientras los flashes disparan y el barcelonés —traje claro, camisa azul oscuro­— posa con la paciencia, obediencia e incomodidad del tímido que jamás estará a gusto ante una lente, sonríe. Al final se mueve a una de las mesas cercanas para hacerse una foto con unas lectoras, a petición suya.

Fotografías: ©Victoria R. Ramos.

Junto a uno de los autores vivos más respetados por público y crítica y a la responsable de prensa de Seix Barral, entro en el ascensor que nos llevará a la sala donde aguarda el resto del grupo de periodistas para la rueda de prensa. Mendoza relaja imperceptiblemente los hombros y ante el comentario de “¿no ha sido tan malo, no?” de su fiel escudera de la editorial, sonríe casi con alivio. No es precisamente un adicto a los encuentros con los medios. El periodista Javier del Pino bromeaba unas horas antes haciendo referencia a lo que le habían contado desde la editorial: cómo lleva años diciendo que se va a Londres —donde reside— como quien se va incomunicado a una tribu de Nueva Zelanda. “No me llaméis, no me llegan los e-mails, que estoy en Londres… Eso cada vez cuela menos”, bromeaba el escritor.

En la comisura de los labios del que es uno de los autores más vendidos —y queridos— de España asoma con frecuencia —lo hará durante toda la rueda de prensa, salvando algún momento de estupor manifiesto­— una sonrisa. Tiene Eduardo Mendoza la risa insinuada y la naturalidad del tímido crónico que se siente cómodo en su propia piel desde hace mucho, del que se divierte observando ese mundo en el que le gusta sentirse siempre extranjero, escondida la nariz de payaso, bailándole la risa en los ojos y la ironía en un cerebro bien afinado. Tiene, en definitiva, la calma y la serenidad de quien está en paz consigo mismo y no deja de sentir asombro y curiosidad por el mundo.

“Cuando termino un libro, no tengo nada más que añadir. Si se me ocurriera algo más ya lo habría puesto en él. Es cierto que todos los libros tienen un origen y una evolución, pero para mí cuando un libro se publica, se acaba, mientras que para el libro y para los demás empieza: estamos en dos lados distintos del libro”—declara ante un mar de grabadoras el autor de La ciudad de los prodigios—. “Estas son unas no-memorias. Fragmentos de la vida de un personaje que transcurren sobre el telón de fondo de mi propia vida. El protagonista vive en los lugares y en los momentos que yo he vivido. Es una forma más entretenida de escribir no unas memorias, que es un género sumamente respetable pero que aquí no viene a cuento, sino un libro de recuerdos. Y no tanto de recuerdos, porque los recuerdos son lo que hoy retenemos de entonces, sino un intento de volver a estar allá, en aquellos lugares, en ese tiempo. De volver a esos lugares cuando eso sucedía”.

"Son unas no memorias. Fragmentos de la vida de un personaje que transcurren sobre el telón de fondo de mi propia vida. Es una forma más entretenida de escribir un libro de recuerdos. Un intento de volver a estar allá, en aquellos lugares, en ese tiempo"

La idea es que El rey recibe sea la primera entrega de una trilogía, Las tres leyes del movimiento —no por las del “caudillo” cuyo régimen ya agoniza en esta historia, sino por las de Newton—, aunque su autor ya ha dejado claro que si bien tiene empezada la segunda parte, no sabe si terminarán siendo tres o cuatro. Esta primera entrega narra los cambios vividos entre 1968 y 1973, usando Barcelona como reflejo de España y Nueva York como escenario del mundo: la España franquista de un régimen férreo pero senil que pasaba la batuta a los tecnócratas frente al Nueva York que vivía los movimientos sociales, el movimiento hippy, las reivindicaciones gays o el feminismo.

“Ese es el proyecto y la esperanza. Todavía están por escribirse los otros dos. Los voy escribiendo sobre la marcha. Es muy bueno escribir trilogías —lo acabo de descubrir—porque uno siempre piensa que si ahora volviese a escribir tal libro lo haría de tal manera, cambiaría algunas cosas… La trilogía permite hacerlo, porque es un partido a tres vueltas y una forma de contar las cosas sin prisa. Siempre me ha encantado eso de “continuará” en los libros. Era lo que más me gustaba de pequeño cuando leía cosas de aventura. Por eso me gustan las series”.

Eduardo Mendoza se fue de España a ejercer como traductor de Naciones Unidas a Nueva York “porque quería cambiar de ambiente, lo que nunca pensé es que fuera a ganarme la vida escribiendo. El trabajo en el que estaba en Barcelona no me gustaba nada, me aburría mucho y se me caían las paredes encima. Pensaba estar fuera poco tiempo para ver cómo era el mundo, y me quedé once años”. En el Espacio de Fundación Telefónica, en la charla más distendida con el periodista Javier del Pino, que destacaba su “capacidad cervantina para mezclar la picaresca con la torpeza que todos llevamos dentro”, Eduardo Mendoza hablaba con entusiasmo de su afición a sentirse extranjero, de viajar, de mirar con ojos nuevos todo al llegar a una ciudad distinta. Es difícil no percibir el obvio cariño con el que habla de esa Nueva York cutre que conoció.

“Es difícil autoanalizarse, y yo quiero creer que no hay nostalgia. Tocar el pasado es  mancharse de nostalgia, eso es inevitable. Pero quiero creer que este no es un libro nostálgico.  Yo no soy nostálgico. No lo soy, porque soy egoísta pero no egocéntrico. Lo que me interesa es lo que pasó y los personajes que conocí, y yo soy un testigo. La nostalgia es relativa. Es verdad que a cada uno le gusta lo que conoció, lo que vivió. Hablo de un Nueva York que no tiene nada que ver con el presente cuando voy, y voy con cierta frecuencia. Pienso que era más bonito antes, pero claro, el que era más bonito era yo, porque era joven y me quería comer el mundo, y ahora voy renqueando por las esquinas. Las cosas cambian. La nostalgia es un vicio que procuro no tener”.

"Tocar el pasado es mancharse de nostalgia, eso es inevitable. Pero quiero creer que no es un libro nostálgico. Yo no soy nostálgico porque soy egoísta pero no soy egocéntrico. Lo que me interesa es lo que pasó y los personajes que conocí. La nostalgia es un vicio que procuro no tener"

Ante las preguntas sobre el complicado momento en que vivimos y las situaciones vividas entonces, el autor reniega de las comparaciones. «Siempre hay problemas, y creo que establecer comparaciones no ayuda a resolverlos. Solo ayuda en la medida en la que se puedan sacar lecciones del pasado. No sirve, y además es mentira, pensar que los años 50 o los 60, que los tiempos pasados fueron mejores. Por supuesto que la situación actual es en muchos aspectos preocupante y que ha habido momentos no sé si de mejor situación pero sí de mejor disposición, más eufóricos, con más ganas de abordar los problemas, con más ideas… Ahora estamos un poco todos casi a punto de tirar la toalla, de pensar: “Esto no tiene arreglo, aquí vamos de mal en peor, aquí no hay nadie que tenga capacidad de tomar iniciativas que tengan visos de viabilidad…”. Pero quiero creer que es más una actitud puntual que una realidad. Alguien saldrá. No puede ser que nos hayamos vuelto todos un poco más tontos».

La esencia de la novela se centra en cómo no nos damos cuenta de los cambios importantes que vivimos, fijando la mirada en la segunda mitad del siglo XX y cerrando el libro con el atentado que acabó con Carrero Blanco.“Al llegar a cierta edad, uno se da cuenta de que ha sido testigo de acontecimientos que en su momento parecieron trascendentes y luego resultaron no serlo. Y también de que ha vivido grandes transformaciones sociales sin advertir su importancia». Mientras el temido efecto del año 2000 pasó sin pena ni gloria, la lucha por la igualdad racial, los movimientos de derechos homosexuales, el movimiento feminista o el arte pop llegaron para suponer un cambio de paradigma, transformar la sociedad y asentarse de forma transversal sin que nadie se diese cuenta. Otro ejemplo: los medios de comunicación.

«El libro habla mucho de eso, de anécdotas que se han convertido en momentos históricos y de momentos históricos que luego se han convertido en pura anécdota y no han dejado rastro, cosas que nadie consideraba que fueran fenómenos y luego lo han sido. Por ejemplo, la prensa, sobre todo en España. Aquí la prensa era eso que uno leía por la mañana, luego hacía el crucigrama, y no nos dábamos cuenta de que la prensa iba a convertirse en una cosa muy poderosa que iba a cambiar el desarrollo el país, iba a crear opinión pública, iba a constituirse en una fuerza política muy considerable… Y en Nueva York lo mismo: cuando llegué me encontré con cosas que estaban acabándose, que habían sido muy importantes y de las que vi sus últimos coletazos: los derechos civiles, la integración de los negros… Yo todavía recuerdo incidentes en los que tenía que intervenir la fuerza pública. Luego aparecieron movimientos como el gay que al principio parecía así como poca cosa y no era verdad, era muy importante, era transversal, de reconocimiento y respeto de la diversidad simbolizado en ese momento y ese bar de mala muerte… Era una pequeña anécdota en un lugar sin importancia, pero la presencia de la televisión hizo que apareciese en todos los hogares del mundo. Todo esto, todo, sólo lo ves a toro pasado y me parece fascinante”.

"No nos dábamos cuenta de que la prensa iba a convertirse en una cosa muy poderosa que iba a cambiar el desarrollo el país, iba a crear la opinión pública, iba a constituirse en una fuerza política muy considerable"

La muerte de Carrero Blanco para el autor supuso la pérdida de la inocencia para la sociedad española: “Inauguró una etapa en la que el terrorismo empezó a jugar un papel importante. Nunca pensé que aquello fuera parte de un movimiento de liberación. Me pareció algo negativo. A partir de ahí el terrorismo se convirtió en un elemento fundamental en España, un país caracterizado durante muchos años por la presencia real de un terrorismo muy serio que condicionó la vida política y la manera de ser y de pensar de los españoles”.

Al preguntar hasta cuándo piensa llegar cronológicamente con los avatares históricos de los que es testigo el personaje al que presta su mirada, Rufo Batalla, el autor asegura que como mucho a cerrar el siglo XX… pero nunca se sabe. “No lo tengo muy pensado ahora, porque no hay nada más incierto que un libro. A lo mejor a mitad del segundo me quedo encallado y se hunde el barco. Juan Benet siempre me decía: “Nunca empieces un libro sin que el resultado sea incierto. Porque si no, eso ya es solo levantar acta. Hay que jugársela cada día en cada página”. Pero la idea general es que cubran hasta el año 2000, cerrar el siglo XX”. Ya casi seguro es que el próximo título arrancará en las vísperas de la muerte de Franco y Rufo Batalla mantendrá sus contactos furtivos con el príncipe de Livonia y su corte, será testigo de la Transición, la caída del muro y la desaparición del comunismo. En su madurez, tendrá que admitir que las cosas han seguido un curso imprevisible.

—¿Responde el libro a la voluntad de un sentir generacional?

—Sí, sería pretencioso decir “tengo que dejar aquí un monumento”, pero sí creo que es conveniente dejar escrita la memoria. Los que escribimos tenemos que dejar constancia imaginaria del tiempo que vivimos. Luego vendrán los historiadores, los archivos, para dejar otras huellas… pero la ficción es complementaria. No podríamos entender igual el siglo XIX con muchos libros de historia pero sin Galdós o Balzac. Los que hemos vivido esta época que no era muy excitante, pero en la que sí pasaban cosas, de alguna forma tenemos que dejar una foto. Yo siempre quería pensar que el libro era un álbum de fotos, de polaroids.

"Los que escribimos tenemos que dejar constancia imaginaria del tiempo que vivimos. Luego vendrán los historiadores, los archivos... pero la ficción es complementaria. No podríamos entender igual el siglo XIX sin Galdós o Balzac"

El día anterior, en el Espacio Fundación Telefónica, Mendoza afirmaba: “Creo que Manuel Fraga era un hombre personalmente autoritario, altanero, pero sí tenía una visión de Estado, como bastantes políticos de aquella época. Y a su manera, con una parte de cinismo, una parte de frivolidad, una parte de ambición personal, quería llevar a cabo un programa global. Hacer algo. No es santo de mi devoción por muchas razones, pero creo que hizo algo positivo, y más en los tiempos que corren, en los que no es fácil ver a un político de cualquier tendencia con esta visión de estado, como la tenía Felipe González, como Santiago Carrillo, que creían que lo que estaban haciendo no era la pequeña política cotidiana sino la gran política a largo plazo, y en profundidad. Que tenían que hacer reformas, abordar los problemas reales, aunque cada uno quería hacerlo a su manera. Creo que Fraga era un tipo de esta altura”. Pese a que la Transición como tal no aparece en este libro sí se dibuja con precisión el fresco del escenario previo, y las preguntas sobre su opinión sobre la misma —y sobre Fraga— están sido constantes durante su periplo de presentación del libro. ¿Trata acaso con el libro de dar valor a la Transición?

“Sí, y más que a la Transición en sí, que aparecerá más adelante, a todos estos pasos, muy pequeños, que hicieron posible una Transición en la que nadie creía. Ahora está muy de moda criticarla, pero entonces se esperaban golpes de Estado. Todo transcurrió de una manera casi ejemplar. En buena parte por el trabajo de la prensa y de unos sindicatos, unos movimientos de todo tipo que hoy pueden parecer anecdóticos pero no lo fueron en absoluto. Ya me han preguntado varias veces si es que me gustaba tanto Fraga. No, no me gustaba nada. Lo que hizo, por ambición personal o quizá como instrumento de intereses que querían convertir España en lugar de inversiones extranjeras, era maquillar una situación de falta de libertades, pero destapó una olla de la que salió un caldo bastante nutritivo”.

Preguntado por cómo contempla la profesión, Mendoza afirmó que aunque ha sido columnista él nunca ha “ejercido el periodismo, pero quería hablar de él, porque es una de las cosas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. La enorme influencia del periodismo como el que modifica y condiciona la opinión pública es parte de la segunda mitad del siglo XX. Rufo lo deja porque no tiene vocación y piensa que es demasiado importante para ejercerlo así, como un mero ganapán. El periodismo y la televisión han hecho que las cosas pasasen. La televisión fue responsable de que la guerra de Vietnam fuera como fue. Cada noche se sabía lo que estaba pasando a miles de kilómetros y la gente reaccionó. Es una profesión que requiere unas cualidades que yo no tengo”.

Fue más difícil para el Premio Cervantes responder a la cuestión de si el periodismo ha perdido la voz. “El tema es muy complicado y muy confuso. Es verdad que la prensa tuvo su momento de gloria, que culmina cuando en la novela el personaje y yo llegamos a Estados Unidos y nos encontramos que el presidente está a punto de ir a la guillotina porque unos periodistas de ínfima categoría, dos desgraciaos que van a hacer crónica de tribunales, empiezan a buscar y destapan lo que desembocaría en el escándalo Watergate. Ese es el gran momento. Ahora estamos en otro momento en el que parece que la prensa se diluye y que ya no tiene la autoridad que tenía. Lo mismo pasa con la novela: ya no tiene la misma autoridad. Ya nadie es lector de un periódico, sino de muchos y además a través de las redes sociales. Pero tenemos que esperar algunos años para saber si realmente la prensa vive horas bajas o, en realidad, sigue cumpliendo un papel muy importante pero de manera muy distinta. Cambian las formas y nos cuesta adaptarnos a los nuevos métodos. ¿Cómo valorar los medios? Es muy difícil”.

"La prensa tuvo su momento de gloria cuando el presidente de EE UU está a punto de ir a la guillotina porque dos periodistas destapan lo que fuera el Watergate. Ahora parece que la prensa se diluye y ya no tiene esa autoridad. Lo mismo pasa con la novela"

El protagonista de la trilogía es precisamente un plumilla barcelonés sin vocación, de poca monta y un tanto descreído, cuya primera experiencia profesional será cubrir la boda de un peculiar príncipe de pacotilla, heredero a un trono inexistente del Báltico: el príncipe Tukuulo, heredero de Livonia. Así, yendo de Barcelona a Checoslovaquia poco antes de la Primavera de Praga, pasando por el mayo del 68 y desembocando en Nueva York como trabajador de una oficina comercial del gobierno español, Rufo Batalla ejerce de testigo pasivo de la historia: el surgimiento del feminismo, la liberación sexual, la lucha por los derechos civiles, la contracultura de los 70, el movimiento gay, el “España es diferente” de Fraga o la transformación de Nueva York en la capital cultural del mundo.

Pasivo, porque no en vano vive en “una sociedad marcada por la pasividad”, Rufo Batalla tiene todas las opiniones equivocadas y políticamente incorrectas. Cree que Nixon es mejor que Kennedy y, tras vivir en una sociedad marcada por la censura, que el caso Watergate una exageración. Hoy el fantasma del famoso impeachment se ocupa de vigilar a los presidentes que le han sucedido. Su creador asegura que él no es Rufo Batalla, aunque sí tiene su mirada y como a él, las cosas «le suceden a su pesar». No deja de ser un hombre que busca y que sueña. Los lectores que le sigan desde hace años encontrarán además migas que va dejando por el camino, “como Pulgarcito, para ver si alguien las recoge. Como la mención a Carlos Castaneda. En ese momento quien no había leído a Castaneda quedaba excluido del género humano. Y era un peñazo”. Quienes se estén preguntando si esta es de las de risa o de las serias… ambas. Lo mejor de las dos facetas mendocianas se funde en una historia contada con la elegancia, la limpidez, la parodia y ese trasfondo barojiano y cervantino que son su firma desde los setenta. La ironía es a ratos delirante y a ratos amarga, y el retrato social de un Nueva York y una Europa efervescentes, y una España que estuvo cuarenta años esperando se combina con unos personajes irresistibles.

Y pese al eslogan de Fraga que tanto caló tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, Mendoza afirma rotundo que España no es diferente. “No. Lo que está pasando en España, adaptado a cada circunstancia, está pasando en muchos países, europeos sobre todo. De ahí el interés que hay por todo lo que pasa en España. No hay país en este momento que no considere que está al borde del precipicio. Unos parecen más estables que otros, pero todos viven una especie de crisis: la crisis de Europa, la  de la economía, la crisis de la democracia… A veces sí que vamos un poquito adelantados, en este aspecto. Lo mismo pasó con la Guerra Civil, que fue el ensayo de la Segunda Guerra Mundial”.

La Barcelona de hace sesenta años vuelve a ser uno de los escenarios de su novela. Una Barcelona cosmopolita, porque estaba al lado de la frontera con Francia, beneficiándose de ciertas libertades en un país muy cerrado, y al mismo tiempo una ciudad de vínculos familiares muy fuertes y viejas tradiciones. Madrid, en contraposición, se percibe como una ciudad más libre, con mayor desarraigo. Preguntado por cómo imagina Barcelona en 25 años, vuelve a repetir: “Eso es muy difícil. Todo evoluciona y cambia cada vez más rápido, pero hay ciudades que cambian más porque está en su ADN. Venecia cuanto menos cambie, mejor. Vive de eso. Barcelona se ha ido reinventando continuamente. Y no sabemos hacia dónde se va a reinventar. En estos momentos está convertida en un parque temático que a los barceloneses nos gusta poco, un parque turístico. No sé qué pasará en el futuro. Antes fabricábamos calcetines”.

"Una característica muy común de las personas es olvidar. Olvidar cómo fue, olvidar lo que pasó, olvidar las cosas y volvérselas a contar en otros términos. Yo recuerdo muy bien cómo pensaba y cómo era el mundo cuando yo tenía 20, 30, 50 años. Por eso me dedico a escribir novelas"

Reposado, paciente y con las tablas que dan la sabiduría y la experiencia de tener muchos kilómetros recorridos a las espaldas, Mendoza tan pronto sugiere como insinúa como afirma con rotundidad, sin necesidad de alzar lo más mínimo la voz suave que le caracteriza. ¿Cómo ha cambiado su percepción del mundo desde sus 20 años? “Tengo buena memoria de este tipo, pésima para las cosas concretas, como recordar mi DNI. No es que tenga buena memoria, es que no olvido, que es importante, y veo que una característica muy común de las personas es olvidar. Olvidar cómo fue, olvidar lo que pasó, olvidar las cosas y volvérselas a contar en otros términos. Yo recuerdo muy bien cómo pensaba y cómo era el mundo cuando yo tenía 20, 30, 50 años. Por eso me dedico a escribir novelas. Soy muy mal observador. Salgo de un sitio y soy incapaz de reconstruirlo visualmente, cosa que para un novelista está fatal, pero recuerdo cómo era Nueva York el día que llegué, las voces de la calle, el olor, el sabor de la comida… Y sé muy bien la diferencia de entonces a ahora. Y por eso a veces me indigno”.

—¿Y usted en qué ha cambiado desde entonces?

—He cambiado en muchas cosas. Todos cambiamos. En algunas cosas sigo reconociéndome a mí mismo. No han cambiado los cuatro principios por los que me he movido toda la vida. Quiero creer que la vida me ha vuelto más tolerante, y estoy más satisfecho. Antes pensaba que me faltaban muchas cosas, que el de al lado vivía mejor que yo, y ahora ya no. Ahora pienso que he vivido mucho mejor yo que el de al lado. Eso es un gran cambio (bajando la voz, sonríe y mira al puñado de periodistas congregados en la sala, atentos a sus pantallas o a él). Ustedes no lo entienden porque son muy jóvenes, pero eso es muy importante. Es un gran cambio.

"Sigo reconociéndome a mí mismo. No han cambiado los cuatro principios por los que me he movido toda la vida. Quiero creer que la vida me ha vuelto más tolerante, y estoy más satisfecho"

Preguntado por si el fijar su residencia en Londres tiene que ver con la necesidad de ser extranjero en Cataluña, Mendoza, que desde que publicó Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral, 2017) ha dado por zanjados brexits y procesos, ataja con sinceridad pero con rapidez la pregunta: “A mí siempre me ha gustado ser extranjero y vivir fuera de España. Hay personas que tenemos esta manera de ser, y otros en cuanto salen de su casa o su pueblo están deseando volver, porque las raíces les importan más, y a mí me importan más las hojas. Vivo en Londres porque allí estoy más tranquilo. Porque me gusta ser extranjero, me gusta Londres, y me gusta estar libre de lazos profesionales, sociales, familiares… No hay más secreto. Supongo que pase lo que pase me dejarán quedarme en paz porque soy un vejete que tiene un apartamento en un barrio de Londres, eso no incide en la buena marcha del país, y como yo hay muchos”.

Si algo abunda en el libro son las referencias culturales, artísticas, cinematográficas, musicales… La portada en sí es ya un guiño al lector. El gato Fritz, el gato underground de Robert Crumb, con su mezcla de inocencia y mala leche, es una imagen tan representativa como ambigua de la contracultura de aquellos años… y bien podría ser la representación de su protagonista. Al fin y al cabo la historia es indisoluble al arte y lo que aporta a la sociedad. “Quería incluir el protagonismo de la cultura en la marcha de los países, una cosa que los historiadores no siempre hacen. Ellos están pendientes de la política y la economía, y no de las películas que se van estrenando. Y tiene su importancia. El momento en el que el personaje recibe el disco de los Beatles… Ese disco es importante. No sé por qué, pero lo es. Es el momento en el que la música anglosajona desplaza a la francesa y a la italiana. Detrás de esa sustitución aparentemente frívola de Domenico Modugno por los Rolling Stones hay algo muy importante, porque es el resultado de un cambio y va a producir el cambio siguiente, son eslabones de una cadena. Lo mismo sucede con el arte abstracto y las vanguardias, que tuvieron una importancia muy grande. Cuando yo era joven había dos cosas que habían dejado de existir prácticamente: los museos, que estaban desiertos, y la ópera. Ahora para ver la Gioconda hay que hacer cola de una hora y comprar con antelación de un año entradas para algunas óperas. ¿Y qué ha cambiado, qué ha pasado, por qué los gobiernos intentan echar mano de la cultura y que los apoye?… Quería que la cultura moviese a los personajes como nos mueve a nosotros”.

—Hay una corriente antropológica que dice que no existen las identidades sino los estados. Que no hay identidades cerradas, sino conductas. Todo es transitorio o circunstancial o existen identidades cerradas. Un buen ejemplo sería la sexualidad.

—Bueeeno…[risas] No tengo la menor idea, y creo que ese aspecto no lo vamos a resolver, y el no poderlo resolver hará que nos sigamos reproduciendo. En el momento en que lo tengamos claro yo creo que se acaba la humanidad [risas]. Porque en realidad funcionamos más por error que por voluntad.

—¿Cómo ves la literatura actualmente y cómo ha cambiado?

—Había una época en que devoraba novelas y luego dejé de hacerlo. He cambiado de necesidades. La literatura no sólo es un entretenimiento. Lo es porque satisface una necesidad, lo mismo que la comida, y hemos de comer para estar vivos, pero ya puestos buscamos el plato que nos gusta. Hay momentos en que el cuerpo necesita alimentarse para entender el mundo a través de la literatura. Cuando ya dejas de buscar lo que significa el mundo porque ya tienes tus propias vivencias, hay una parte de la literatura que te interesa menos. Eso me hace muy difícil detallar lo que ahora supone la literatura.

Ante la posición catastrofista de cierta parte de los entendidos del sector editorial y cultural, que asegura que la gran literatura no se lee, que sólo se consumen best sellers debido a lo mucho que se publica, Mendoza destaca que el gran cambio no lo ha producido ni la industria ni la literatura: “Ha habido un cambio muy grande, muy grande, pero no lo ha producido la literatura, sino el lector. Cuando yo empecé a publicar y a escribir, o en los años 50, más del 50% de los españoles eran analfabetos, y del otro 50% muchos no leían porque era un público… cazurro. Los libros como mucho vendían 1.000 o 2.000 ejemplares. Luego de repente todos saben leer y tienen la posibilidad de hacerlo si quieren, y el panorama cambia enormemente. Hay unos gustos que cambian completamente el mercado. Creo que también, por otras razones tecnológicas, ahora hay por parte del lector joven una cierta resistencia al esfuerzo y al aburrimiento. Sentarse con su libro un poco pesado pero que te dejará poso, eso en estos momentos no funciona. Ahora hay tantos reclamos… Hay formas de gratificación mucho más instantánea. También sigue existiendo este tipo de lector, y quizá hay más lectores “serios” que antes, pero también un ruido tremendo de las editoriales, que publican mucho. Se gana mucho dinero con la literatura, cosa que antes nadie imaginaba. Cuando yo empecé en España nadie vivía de la literatura. Algún escritor latinoamericano. Ahora sí, hay luces y sombras. No sé qué pasará, seguro que la literatura evolucionará hacia otras formas. Sigue satisfaciendo la necesidad de entender el mundo. ¿Que igual era mejor la literatura del siglo XIX? Pues quizás. Si hablamos de literatura, Tolstoi era mejor que cualquier cosa, incluso de las que publica Seix Barral” [risas]

"Cuando yo empecé en España nadie vivía de la literatura. Ahora sí, hay luces y sombras. La literatura evolucionará hacia otras formas. Sigue satisfaciendo la necesidad de entender el mundo. ¿Que igual era mejor la literatura del siglo XIX? Pues quizás. Si hablamos de literatura Tolstoi era mejor que cualquier cosa"

Ante las felicitaciones por el sentido del humor que destila el libro, igual de vivo, igual de bueno, el autor se sincera sin tapujos: “El humor, a la hora de escribir y de concebir situaciones, está presente porque es parte de mi manera de ser. Para mí está siempre la comedia, he nacido con la nariz de payaso puesta. Eso no quiere decir que no me sienta más desencantado”. Un desencanto que se palpa incluso en las sonrisas, a ratos amargas, que arrancan las líneas de El rey recibe. 

Casi al cierre de la rueda de prensa le llega el susto. ¿Cómo valora la candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona?  “Caramba. Casi prefiero contestar a lo de la teoría esa antropológica que me preguntabais… [risas] Es una apuesta política, y como en todas las apuestas, puede salir cara o cruz. Es un político de raza y formación, con una larga experiencia, mucho mayor que la de la mayoría de sus competidores, ha sido alcalde de una ciudad muy conflictiva, ha sido ministro, ha sido primer ministro en Francia, que no es una cosa ligera y que ahora prueba la aventura de Barcelona. Ya veremos qué pasa”.

Eduardo Mendoza se despide agradeciendo los galardones y reconocimientos recibidos, superiores a los esperados: “Sería absurdo si dijera que no he tenido un reconocimiento mucho mayor del que pensaba que iba a tener por el tipo de literatura que siempre he hecho, menos monumental, sin que eso tenga sentido peyorativo. Hay personas que han hecho una aportación más densa, y yo soy de ligero para abajo. Y ha habido un reconocimiento que me ha sorprendido gratamente y del que tampoco reniego, porque cada palabra que escribo está pensada, meditada, estudiada y corregida muchas veces. La frase más estúpida de mis libros es el fruto de un trabajo serio en el que nunca he ahorrado tiempo. A veces para escribir una frase he pasado dos días. No siempre el esfuerzo da frutos apetitosos, pero acepto graciosamente ese reconocimiento, porque he trabajado. Y estoy encantado”.

Su sonrisa es la mejor prueba.

Nos queda pues, esperar a la siguiente entrega de las aventuras de un Rufo Batalla que si bien puede recordar en algún momento al protagonista de La verdad sobre el caso Savolta, vive rodeado de mujeres, amigas, amantes, confidentes, compañeras… que suelen ser más inteligentes y osadas que él. “Vengo de una generación donde las mujeres asumían numerosos esfuerzos y decisiones, porque no hubo una sola ley del Movimiento que decidiera a su favor. Hasta acceder a la Universidad era para ellas una proeza. En esta novela hay mujeres de todo tipo, también disparatadas o frívolas, pero en todas hay un elemento de riesgo del que los hombres carecen. Y hoy, aunque no se puede generalizar, es verdad que las mujeres están luchando y haciendo algo, aparte de vivir: una causa colectiva por la que van a pagar un precio pero que las llevará a conseguir muchas cosas. En cambio los hombres están como esperando a que empiece el partido”.

Mendoza se alzó el año pasado con uno de los galardones más prestigiosos para los escritores en español, el Premio Cervantes 2017. Su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta, ya había sido Premio de la Crítica, y en 2015 se reeditó con su título original, Los soldados de Cataluña, eliminado por la censura que aun daba coletazos en 1975. Dejaba ya entonces claras las señas de identidad de su prosa: influencia del Baroja al que escribió una biografía, tintes cervantinos, prosa nítida y expresiva, interés por los hechos históricos, mirada crítica, narración clara y amena, personajes tan peculiares como atrayentes y un personalísimo sentido del humor. Su idilio con el público y la crítica no ha hecho más que crecer desde entonces.

Después vendrían títulos como El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas, La ciudad de los prodigios, La isla inaudita, Sin noticias de Gurb, El año del diluvio, Una comedia ligera, La aventura del tocador de señoras, El último trayecto de Horacio Dos, Mauricio o las elecciones primarias, El asombroso viaje de Pomponio Flato, Riña de gatos —premio planeta 2010—, El enredo de la bolsa y la vida y El secreto de la modelo extraviada.

12 CITAS DE LA PRESENTACIÓN EN EL ESPACIO FUNDACIÓN TELEFÓNICA:

Pasemos a otro tema

“Me dan mucha tristeza tanto el procés como el Brexit, me parecen cosas malas e innecesarias, y me da casi más tristeza lo innecesario porque estábamos muy bien sin necesidad de todo esto. Hay algo como de rechazo en el Brexit, aunque lo sienta o me quede algo más lejos pese a vivir allí. Pasemos a otro tema”.

Vocación de extranjero

“A mí me gusta estar cada día empezando, y cuando ya llevo mucho tiempo en una ciudad me voy a otra. Londres está lleno de españolas, hay muchísimas chicas jóvenes en todo tipo de puestos de trabajo, en la City, en tiendas, estudiando… Y están encantadas. Qué agradables somos los españoles fuera”.

Perspectiva y trilogías

“Para poder escribir sobre una época con perspectiva tienen que pasar 25 años, y por lo tanto pensaba terminar esta trilogía, que serán dos o tres o cuatro pero se llamará trilogía (le interrumpen las risas en la sala)… Es que es la moda (contesta el autor mirando hacia el público)… en el año 2000”.

¿Qué disciplina tienes ahora escribiendo?

“Me da más pereza, tengo menos capacidad de concentración, pero sigo teniendo la misma disciplina: ninguna. Los escritores de ficción tenemos un método de trabajo que es lamentable, que consiste en perder muchísimo, pero muchísimo tiempo. Es la profesión con el índice de productividad más bajo. Si alguien escribe una página al día, que no es nada, al cabo de un año tendría un libro de 365 páginas. Para sacar un libro cada tres años, como hago yo, hay que ser muy vago, pero muy vago”.

Los grandes cambios: Robert

“En la segunda parte pienso contar un momento en el que alguien dijo: ‘Me he comprado un ordenador personal’. Y otro le contestó: ‘Esto no sirve para nada. Estás loco. ¿Y para qué sirve?’ ‘Me hace compañía’. Le había puesto nombre. ¿Robert? Y pensamos, para qué servirá eso. Había máquinas de escribir. ‘Tiene memoria’, decía él. ‘¿Para qué quieres memoria? Ya tienes la tuya’”.

Nueva York

“Es la ciudad que más ha cambiado de las que yo conozco, tanto que cuando voy casi tengo que contratar un guía. Y viví allí once años. Es una ciudad muy viva y excitante, pero cuando yo llegué estaba en un momento muy bajo, se había desindustrializado. Se habían despoblado muchas ciudades del norte y la gente se había ido al sur porque se habían abaratado los aires acondicionados. Un cambio tan simple había llenado ciudades como Miami, Dallas o Tampa, y Boston, Philadelphia o Nueva York estaban en decadencia. Era sucia, oscura y peligrosa. Había bandas, mucho paro, la droga empezaba a ser una mancha que se extendía mucho, el número de asaltos y homicidios era escandaloso. Nada más llegar te advertían de que no cogieras el metro. Yo me aburría tanto que me dije: “Si me han de matar, que me maten”. Empecé a salir, y coger el metro y nunca me pasó nada. Hasta cometí la insensatez de perseguir a un atracador que había robado el bolso a una señora. No sé por qué, porque si se llega a dar la vuelta…”

¿Tú tenías esa actitud de observador de Rufo?

“No, yo era un poquito más activo. Al final del libro me di cuenta de que Rufo tenía las pulsaciones muy bajas, y como lo continuaré le voy a dar más marcha, porque así no se puede seguir. Ante una ciudad que ofrecía tantísimas cosas tan distintas… Se estaban fraguando los grandes cambios que convirtieron a Nueva York en la capital cultural del mundo, pero entonces era una ciudad pobre y cutre. Esa transformación era tan interesante que dejaba poco tiempo para ser actor”.

EE UU, como los dinosaurios

“Los EE UU se pusieron de moda de repente, como los dinosaurios. La gente pensaba que de allí no podía venir nada bueno, y que los americanos eran muy infantiles. Que no tenían educación, y yo decía: “Sí, pero no interrumpen”. Rufo no soy yo, pero él también es muy aficionado a la música clásica. Había unas salas de concierto magníficas con grandes intérpretes, con un público muy entendido… Había un Nueva York culto, refinado, educado, que no tenía nada que ver con esa imagen del americano maleducado que pone las botas en la mesa».

Los plazos que mataron a Manuel

“Yo era muy amigo de Manuel Vázquez Montalbán, y él era todo lo contrario a mí: yo si tengo que escribir algo a plazo fijo me paralizo. Él me decía que así era como se ponía a funcionar. Llevaba este ritmo tan grande que se murió (risas). Murió de repente no por escribir columnas, sino porque llevaba una vida muy agitada y no se cuidaba lo suficiente tras tener un problema de corazón. A mí me dejó totalmente alterado y traspuesto. Al día siguiente me propusieron sustituirle en su columna. Y dije que sí, y la hice cinco años. Y cumplí. Y la entregué. Y calculaba muy bien los espacios. Pero sufría horrorosamente. Cuando lo dejé sentí un gran alivio. Aunque a veces todavía pienso: “Si tuviera la columna, hoy diría no se qué…” (enarbola el dedo). Pero al final yo lo que quiero es pasar inadvertido”.

Los políticos de antes eran mejores

Sí. (Silencio, risas). Abordaron los problemas. No lo hicieron perfectamente, pero lo hicieron. Trabajaron para que fuera posible y para hacernos avanzar en todo. Luego vino una época en la que ya no había que hacer nada porque el tren rodaba solo. Después llegó la crisis económica, los movimientos independentistas… pero nadie parece hacer nada ni plantear qué hacer. Por qué no volver otra vez a reunirse y… Será que me hago viejo.

Barcelona

“Barcelona era una ciudad muy característica de la época: una ciudad alejada del centro del poder, y gracias a la burocracia y a las pocas ganas de trabajar, casi como un barco a la deriva. Allí no llegaba la normativa, se quedaba por Zaragoza. Era una ciudad con un gran espíritu de libertad, surgían toda clase de movimientos, la famosa Gauche Divine, que fue un movimiento aparentemente frívolo, pero suponía ya un cambio en las actitudes y en la forma de ver el mundo. Una ciudad muy dedicada al diseño, a la música, una ciudad alegre, abierta, donde además había ido a parar el centro mundial de la novela. Habían ido allí todos los autores del boom latinoamericano. Era lo más interesante que estaba pasando, y todo esto sucedía en Barcelona, en sitios pequeños donde se codeaba la gente, y era una ciudad viva y muy interesante a ratos, y a ratos muy aburrida y gris, sobre todo para los que estábamos allí. Los latinoamericanos estaban haciendo lo que yo quería hacer cuando me fuera. Hubo una importante migración como la mía de barceloneses a Nueva York”.

El lector es lo que cuenta

“Para mí es una sensación desconcertante cuando termino un libro, después de haber trabajado mucho, como he explicado antes (risas), de haber invertido muchísimas horas no necesariamente sudorosas, pero sí puestas al servicio de esa frase que sale al final del día por mala conciencia. Siempre acabo pensando: “Hay que ver, tanto tiempo, tantas horas, y lo mal que me ha salido”. Me dicen: “Cuando te pregunten, tienes que decir que es muy bueno”. Y cuando me preguntan yo digo: “Pfffff, este no me ha salido muy bien”. Cuando se llega a estas cifras… quiero pensar que he acertado a comunicarme con el lector, que es en definitiva lo que cuenta”.

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Presentación en Espacio Fundación Telefónica (vídeo completo).

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