Una muela que se rompe cuando no debía, un mioma que hay que extirpar o unas manos muy particulares son algunos de los protagonistas de la veintena de relatos, ninguno de los cuales deja indiferente al lector, que la escritora vasca Eider Rodríguez incluye en “Un corazón demasiado grande”.
Escritas originariamente en euskera, estas historias que atrapan, en las que los pequeños detalles, los silencios o los olores lo impregnan todo, llegan ahora al castellano y el catalán de la mano de Literatura Random House y Periscopi.
En una entrevista con Efe, Rodríguez afirma sin dudarlo que “no hay mayor espectáculo que el cuerpo humano, todo lo que cuenta, lo que guarda, no solo de cada uno de nosotros, sino de nuestros ancestros”.
Tampoco obvia la autora que, observadora como es, le encanta “ver cuerpos, rostros diferentes y le llama muchísimo la atención la carne humana, la relación que tenemos con nuestra parte oscura”.
Sin embargo, esta profesora del departamento de Lengua y Literatura de la Universidad del País Vasco en San Sebastián, aunque vive desde hace trece años en Hendaya (Francia) por un “exilio inmobiliario”, no se queda solo en la materia y por sus páginas aparecen tanto las relaciones entre madres e hijas como, de manera tamizada, la cuestión política y social del País Vasco.
Asevera que las relaciones entre los miembros de los grupos familiares “son una cantera para la literatura y, especialmente, lo que ocurre entre madres e hijas”.
A su juicio, se nos ha vendido una maternidad muy edulcorada y aquí ha querido escribir sobre “la distancia que puede haber entre unas y otras, que en ocasiones puede ser tremenda, además de querer mostrar las relaciones de poder y dependencia que ejercen algunas madres sobre sus hijas, que pueden ser terribles“.
Asimismo, su intención ha sido narrar sobre dos generaciones de mujeres, una criada en el franquismo y otra, que es la suya, nacida en los años setenta, “posfranquista, y “el abismo que hay entre ellas”.
Por otra parte, Eider Rodríguez no rehuye que la cuestión vasca está en sus relatos y que, incluso, ha habido una “elección consciente de querer poner a algunos de los personajes nombres vascos, aunque otras veces tienen nombres universales”.
“Creo —reflexiona la narradora— que hay un cierto complejo y un cierto miedo a no ser bien leídos si utilizamos según qué nombres o según qué paisajes, pero yo me he reconciliado con esta cuestión y quiero que en las historias aparezca Irún, Hendaya, o gente que se llame Ainara o Igor”.
Respecto al conflicto vasco, Rodríguez considera que en la literatura “esta cuestión se ha simplificado mucho y se habla de una manera muy maniquea y poco interesante de él, porque, para empezar, lo que se debería hacer es ampliar el foco sobre los diferentes conflictos que ha habido y cómo han repercutido”.
A la vez, no obvia que es algo que le interesa mucho, “muy complejo, con lo que hay que tener cuidado y respeto hacia todas las partes, hablándolo con seriedad y sensibilidad y teniendo en cuenta las aristas“.
Preguntada sobre el hecho de escoger los cuentos como vehículo literario, la escritora responde: “El relato creo que es un género magnífico y maravilloso, aunque a los editores y los lectores les gusta menos que la novela”.
Sin embargo, defiende que uno o dos relatos de una autora como Alice Munro, de quien lo ha leído todo, “cunden tanto o más que una novela”, y tampoco deja pasar la calidad literaria de otros de sus referentes, como Julio Cortázar y Raymond Carver.
Tampoco esconde que hay “una parte de logística” en esta elección, y es que los relatos se adecuan más a su ritmo actual de vida. “No trabajo como escritora y es cuando tengo un mes o dos por delante, con más o menos tranquilidad, que me puedo poner a escribir, y una novela sería más complicado”,
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