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Ejercicios lunares

Ejercicios lunares

Hete aquí un libro íntimo y poético en el que, a través del paseo que una profesora de danza hace con su madre a lo largo de una ciudad de provincias, nos introduce en los deseos, ausencias y penas, muchas veces no desveladas, de dos mujeres unidas por la sangre y distanciadas por la edad.

En este Making Of, Stefanía Caro revela los orígenes de Pómulo y lejanía (Consonni).

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Empecé a escribir este libro cuando le vi los ojos. Hasta entonces las ideas no tenían forma, no llegaban a dos folios de apuntes. Cualquier intento de narración fracasaba. No se puede escribir sobre extraños. El punto de partida fue un retrato. Quizás todas las historias necesitan una nariz y una boca para venir al mundo. Quizás hay que poner cara a los libros para que nazcan. Yo buscaba unas facciones para el texto no escrito. Mucho más tarde, el título regresaría a su origen, tomaría un fragmento de él, un pómulo. Pero al comienzo, no podía imaginar que la parte definiría al todo, que tres años de esfuerzo acabarían en una sinécdoque. Yo entonces planeaba escribir una novela, sin saber ni remotamente cómo se construyen los libros. Según internet bastaban setenta mil caracteres. Solo había que fabricarlos y luego ordenarlos.

Pómulo y lejanía surge en una época inusual de mi vida, una isla de tiempo ahora inaccesible. Pasaba días encerrada en casa, debido primero a la melancolía, después a una lesión. Me sentaba a escribir y advertía el acecho de una fotografía de mi madre colocada sobre la estantería del cuarto. Como mi apartamento se orientaba al sur, me entretenía contando el número de noches que dejaba pasar de largo. El balcón de mi casa daba a un callejón de edificios altos que extirpaban los astros del cielo. Echaba de menos a mis amigas, a mi madre y a la luna. Sobre todo, a la luna. ¿Cómo sería recrear su luz desde mi cuarto, mediante una linterna? Y después, ¿arrojarla contra los retratos?

"Y ahora que el libro existe y se puede sujetar entre las manos, me gustaría trasladar el eclipse hasta otro semblante. Al de novela"

Me faltaban las palabras para escribir una novela. Tenía doce mil caracteres, pero intuía que los demás signos brotarían cuando les pusiera una cara. Necesitaba una foto y una luna. Elegí la imagen vigilante de la estantería y armé un eclipse doméstico. Corté una cartulina en forma de círculo y la situé ante las instantáneas, después encendí el foco e imité los movimientos de la luna sobre aquellas pieles familiares. La bombilla oscurecía la dulzura de los protagonistas y fulminaba las papadas. Me detuve en el retrato de mi madre, mi origen, en aquella foto que aún guardo y que pervive como el primer gesto que dio vida a este libro. Vi una madre en plenilunio, cortada en creciente y menguante, oculta en luna nueva. Después sentí la necesidad de escrutar también mi propio rostro. De quitarme una máscara. Me senté ante el escritorio, encendí el flexo y dejé que la bombilla calentara las páginas de un cuaderno. Allí comenzó un ejercicio intenso de perforación, de abrasar una piel para arrancarla y encontrar otra. Y ahora que el libro existe y se puede sujetar entre las manos, me gustaría trasladar el eclipse hasta otro semblante. Al de novela. Dirijo la proyección de la luna ahora sobre sus páginas, para ver sus sombras y sus fulgores.

Libro creciente

Mi narradora por fin tenía un rostro, el semblante de aquel retrato descubierto por la luz lunar. La hice crecer, la convertí en mi protagonista y acordé con ella trazar una historia donde caminaran juntas las madres y las hijas, un espacio donde se hablara de la danza. La narradora bebería de mi biografía, sería una profesora de baile que abandonaba su trabajo. Alguien que respirara en silencio y evitara hacer de su vida un espectáculo molesto. Fabriqué una mujer paralizada, la dejé sin trabajo, sin horizontes, atravesada por una ruptura sentimental a sus casi cuarenta años. La empujé contra la pared para que tuviera que decidir si quería tener hijos, en pleno contrarreloj biológico. Y a esa mujer, colmada de dudas, la lancé a una historia. Quería hablar de alguien que se ha dedicado al movimiento y de golpe se viera estancada, por las dudas, por el miedo. Una persona que necesitara bailar de verdad. Con sus pies. Con su vida. Me senté ante el ordenador para escribir, no un libro, sino una coreografía vital que la salvara. Pensé en un vals literario en el que no estuviera sola. Le otorgué una pareja de baile. Su madre, cuerpo origen, cuerpo cero. Y puse a ambas a pasear por las aceras de una ciudad de provincias.

Libro menguante

No suceden muchas cosas, el elenco es mínimo. Apenas dos mujeres que bailan y caminan, que casi es decir lo mismo. Pasean en paralelo, dándose el perfil, apenas hablan. Y sin embargo se buscan. La madre quiere ofrecer su regazo, la hija se acerca a él. A la narradora, esa hija, le gustaría saber si alguna vez su pecho podrá ofrecer cobijo a otro ser. Necesita acercarse a la anatomía del pasado, su madre, para despejar la incógnita de su cuerpo futuro.

Libro lleno

El vals de esas dos mujeres me pedía incorporar a otros danzantes. Entraron en el baile nuevos invitados. Todos llegaron al papel a través de su cuerpo. Como un hombre obsesionado con atravesar el espacio entre las gotas de la lluvia, o una coreógrafa que se desplazaba en el escenario en línea recta, en busca de la luz. El caso de una bailarina de cabaret que no sabe cómo quitarse una máscara. O el de una vecina que teme que la ley de la gravedad deje de cumplirse y nunca cuelga objetos en las paredes de casa.

Libro nuevo

El eclipse se detiene aquí, en una incógnita. Las protagonistas de Pómulo y lejanía continúan bailando, a veces en línea recta y a veces se pierden. La literatura las ha desorientado y así voy a dejarlas, extraviadas, paseando entre las páginas.

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Autora: Stefanía Caro. Título: Pómulo y lejanía. Editorial: Consonni. Venta: Todostuslibros.

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