Fue el 15 de noviembre de 1969. Era sábado. El telediario dio la noticia en blanco y negro: Ignacio Aldecoa había muerto de repente. De un paro cardíaco. Tenía 44 años y estaba construyendo una de las obras literarias más relevantes entre los escritores de su generación. De joven, había comenzado escribiendo poesía: cuando tenía 22 años editó el libro titulado paradójicamente Todavía la vida. Luego publicó cuatro novelas: El fulgor y la sangre, Con el viento solano, Gran Sol y Parte de una historia. Las dos primeras componen una trilogía inacabada que lleva por título La España inmóvil. Las otras dos forman parte de otra trilogía también inconclusa: la trilogía del mar. De ella sólo pudo realizar Gran Sol, que cuenta la vida de los pescadores de altura, y Parte de una historia, que es la novela de bajura. En ambas refleja el esfuerzo del hombre enfrentado a su oficio y la lucha contra la naturaleza. La tercera parte, que iba a mostrar el trabajo en los puertos de mar, no pudo llevarla a cabo, aunque ya tenía título: Viejas anclas.
Después de la trilogía de los pescadores, Aldecoa proyectaba afrontar la del hierro: la mina, los altos hornos, las herramientas. Y en una carta en La Estafeta Literaria confesó que luego iba a escribir “sobre los negocios sucios y limpios de posguerra; sobre la inmigración y el exilio…”. Y ya tenía pensada una novela en la que quería retratar la historia de su generación. Se iba a titular Años de crisálida.
Ignacio Aldecoa fue uno de los “niños de la guerra”, esa generación de escritores que vivieron su infancia durante la Guerra Civil, crecieron en los años doloridos de la posguerra y comenzaron a escribir en la década de los años 50. La Generación del Medio Siglo se les ha denominado, aplicando un criterio cronológico. A esta generación pertenecen, además de Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite, Medardo Fraile, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Manuel Caballero Bonald o Juan Benet, entre otros. Fue una generación de excelentes cuentistas, porque el relato corto les sirvió como ningún otro género para dejar un testimonio crítico de la época que les tocó vivir.
Entre todos los escritores de este grupo, Ignacio Aldecoa ocupa un lugar excepcional, reconocido como el cuentista más representativo de su generación y uno de los principales escritores de este género en el siglo XX. Llegó a reunir siete libros de relatos en diez años. Cuando murió había publicado nada menos que 79 cuentos, que Alfaguara ha reeditado en el libro Cuentos completos.
Fue su mujer, Josefina R. Aldecoa, quien recopiló esta obra siguiendo un criterio cronológico. Aldecoa, como la mayoría de los escritores de su tiempo, publicaba los cuentos en revistas y periódicos, que eran entonces el cauce para la difusión de este género: en La Hora, en Juventud, en Arriba, en El Español, en Índice o en Correo Literario. Luego los reunía en libro. Así fueron surgiendo Espera de tercera clase, que es la primera colección de cuentos que publicó, en 1955, Vísperas del silencio, El corazón y otros frutos amargos, Caballo de pica, Arqueología, Pájaros y espantapájaros y Los pájaros de Baden-Baden, que cierra esta serie en 1965.
En la edición de los cuentos completos realizada por Josefina R. Aldecoa están dispuestos siguiendo el orden en que aparecieron por primera vez en publicaciones periódicas. Esto permite apreciar la evolución de su literatura y la relevancia que ésta tuvo en el contexto de su época. Con sus relatos Aldecoa se adelantó en más de un lustro a novelas como Los bravos o El Jarama, que son consideradas como iniciadoras del realismo testimonial. “El aprendiz de cobrador”, en 1951, y luego “Seguir de pobres”, “El autobús de las 7’40”, “Santa Olaja de acero” evidencian este carácter vanguardista de la literatura de Ignacio Aldecoa como reflejo de una época.
A través de los cuentos, Aldecoa supo plasmar la España pobre en la que vivió y las injusticias del mundo del trabajo. La lectura de sus cuentos hoy es el mejor espejo para comprender la sociedad española de la mitad del siglo XX: los bajos fondos (“El autobús de las 7’40”), los arrabales (“La humilde vida de Sebastián Zafra”), las miserias de la emigración (“Al otro lado”), los contrastes de la pobreza y la riqueza (“El mercado”), el mundo del trabajo (“El aprendiz de cobrador”), los oficios (“Santa Olaja de acero”), los temporeros (“Seguir de pobres”), los pescadores (“Entre el cielo y el mar”), la burguesía ociosa (“La piel del verano”), los nuevos ricos (“Los pájaros de Baden-Baden”), los señoritos y los parias (“Caballo de pica”). Cuentos como “Vísperas del silencio” y “La urraca cruza la carretera” testimonian la injusticia social de un modo tan contundente como hábil para sortear la prohibición en un tiempo de férrea censura.
El último relato que escribió, el mismo año de su muerte por paro cardíaco, se titula premonitoriamente “Un corazón humilde y fatigado”. Para el libro que publiqué en la editorial Cátedra, en el que estudié los cuentos de Aldecoa, tuve que hablar en algunas ocasiones con su mujer Josefina y con escritores y amigos de Ignacio Aldecoa. Todos me comentaron la preocupación constante que éste mostraba por la muerte. “El corazón nunca avisa dos veces”, escribió en ese último relato. Unos años antes había dicho en una entrevista: “Estoy al comienzo, en los primeros pasos, temblando y dudoso. Creo que hasta los 45 no se consigue la plena madurez y entonces, sí; el que tiene madera, a esa edad puede ser un buen novelista”. Josefina Aldecoa me contó que el 15 de noviembre él estaba en casa de Domingo Dominguín. Iba a salir al campo a ver una tienta taurina. “Esto es un aviso” fueron sus últimas palabras al sentir aquella opresión en el pecho. Era la una y media de la tarde.
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Autor: Ignacio Aldecoa. Título: Cuentos completos. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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