La ficción española, y en particular la cinematográfica, parece haber dejado un espacio en blanco entre la Guerra Civil y la coyuntura del momento. La consecuencia es que entremedias parecen haberse olvidado de historias relativamente recientes como la de El 47, buen ejemplo de cine social a caballo entre el drama y la comedia pero despojado, en primer lugar, tanto de las ansias de autoría y prestigio de algunos cineastas de lo social como de las maneras cómicas de procedencia televisiva que parece preñar una parte destacada de la producción nacional.
Retrato costumbrista amable pero lo bastante desafectado para no caer en lo sentimentaloide, la película de Marcel Barrena se basa en la observación cariñosa de la vida en Torre Baró, un barrio obrero de Barcelona erigido a finales de los 50 por sus propios habitantes, fundamentalmente inmigrantes andaluces y extremeños en busca de zonas industrializadas en la península. La reivindicación civil principal, aquella que no atienden los sindicatos centrados en lo suyo, es gozar de un transporte que pueda trasladar a sus vecinos al centro de una manera eficaz.
La odisea de Manolo Vital, personaje real encarnado por un espléndido Eduard Fernández, se ambienta a finales de los 70, como muy bien indica esa cartelera estratégicamente situada para recordarnos el estreno de la primera La Guerra de las Galaxias. Aunque se trate de una película fundamentalmente afable, el trabajo de Barrena destaca por dotar a la película de ese tipo de detalles, por su mirada sin condescendencia a las clases populares barcelonesas y el retrato desideologizado de los charnegos de Torre Baró. La amenidad de algunas peripecias cómicas puede remitir a nostálgicas series de la factoría de Vicente Escrivá con las que algunos crecimos en los 90, pero toda la película está recorrida por una humanidad y calidad visual de suficiente empaque cinematográfico, y tampoco sería una referencia terrible.
El 47, por tanto, carece del aire de sitcom gastada que triunfa en taquilla y también del fatalismo del retrato oficial de lo social que impera en la ficción patria. El comienzo, donde Barrena no oculta coquetear durante un rato con el western, planta una serie de semillas míticas posteriores que guiños populares a ciertas producciones de Cifesa (ese entrañable cine al aire libre…) enriquecen sin caer en la nostalgia barata. El resultado es un cine emotivo que recuerda lo lejos que se ha llegado en tan poco tiempo, pero a la vez lo duro y terrible de una lucha marcada por un pasado poco ejemplar. El punto de rebeldía y disidencia corre el riesgo de politizarse por la inclusión de algún que otro personaje histórico, pero quiénes somos para decirle nada a una película que contextualiza con naturalidad el retrato de lo marginal, y sobre todo, que con cuenta con un monumental Eduard Fernández y un buen plantel de secundarios.
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