La escritora Inma Aljaro lo reconoce abiertamente: se aburre, se aburre mucho, se aburre tanto que en cierto momento de su vida decidió ponerse a investigar las raíces del tedio. Y lo que descubrió fue que ese estadio emocional ha invadido tradicionalmente a una infinidad de literatos. Porque hay una estética del aburrimiento que recorre la espina vertebral de la literatura desde Joyce hasta Foster Wallace, pasando por todos los demás.
En este making of, la propia Inma Aljaro cuenta la génesis de su ensayo Tedio y narración (Cátedra).
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No es ningún secreto: todos nos aburrimos. Unas personas más, otras, menos; algunas, de un modo más profundo y otras, más superficial. Hay quien lo admite y hay quien presume de no aburrirse nunca pese a vivir en una búsqueda constante del estímulo redentor. Lo mejor, en cualquier caso, es que incluso del aburrimiento, como decía James Joyce, se puede hacer arte. Y con esta creencia comienza la historia de este libro.
La lectura de El rey pálido, de David Foster Wallace, fue lo que activó la maquinaria de la duda. Esta novela, publicada en 2011, trata esencialmente sobre el aburrimiento. Pero no solo trata, sino que es aburrimiento. Mediante una serie de estrategias narrativas, el autor examina el aburrimiento tanto en el contenido de la novela como con su forma. Pese a ello, o gracias a ello, me pareció una gran novela que corroboró mi admiración por Foster Wallace y, aquella conexión, que ya en obras anteriores del mismo autor había sentido, me hizo pensar: ¿puede ser el aburrimiento un recurso estético que nos ayude a comprendernos un poco mejor? En ese caso, ¿qué sentido tendría aburrir a las personas que se acercan a la lectura confiando encontrar allí la salvación de su propio aburrimiento?
Por otra parte, a mí, “aburrirme” con Foster Wallace me provoca en algunos momentos una risa que no sé si considerar de auto-defensa, del mismo modo que se me escapa en algunos momentos del Ulises, de Joyce, o con los narradores de Thomas Bernhard, mientras que hay personas que aseguran aburrirse tanto con este tipo de novelas que las descartan automáticamente. Yo seguía preguntándome: ¿acaso para algunas personas puede resultar cómico el aburrimiento? ¿O es la identificación con este estado de ánimo la que nos hace replantearnos nuestro propio tedio y nos lleva a burlarnos, incluso, de nosotros mismos? Se me presentaron, entonces, dos planteamientos que sirvieron de guía para el desarrollo del trabajo: 1) efectivamente estamos más aburridos de lo que reconocemos y 2) la literatura puede hacer que nos riamos de, o al menos reflexionemos sobre, nuestro propio aburrimiento. Una conversación con Marco Sanz, a raíz de su estudio sobre la enfermedad, sumó una tercera cuestión: ¿podría ser el aburrimiento en la literatura una herramienta hermenéutica que nos ayude a replantearnos nuestra actitud ante el tedio y, por tanto, ante la sociedad? La única forma que tenía de corroborarlo era analizar si hay obras que son estéticamente aburridas, por qué y cómo su lectura provoca aburrimiento sin que por ello se las pueda considerar novelas fallidas, sino todo lo contrario.
Así, comencé a indagar en la historia del aburrimiento: desde el horror loci de Lucrecio hasta Madame Bovary, me adentré en un largo recorrido por pensadores, personajes, poetas y narradores que han sufrido o reflexionado sobre este malestar, basándome en los estudios pioneros de Reinhard Kuhn y Elizabeth Goodstein. Pero ¿qué pasa cuando nos aburrimos leyendo obras que nada tienen que ver con el aburrimiento, al menos no temáticamente? La clave, esta vez, me la dio El desguace de la tradición: en el taller de la narrativa del siglo xx, de Javier Aparicio Maydeu, con la que pude desenredar algunas ideas que se habían ido enmarañando durante los más de siete años de investigación que tomó el libro: la voluntad de aburrir al lector podría derivar del deseo de denunciar, precisamente, el tedio en la sociedad contemporánea (cada vez más aburrida, cada vez más alienada); y su uso como artificio literario podría remontarse al colapso de la tradición mimético realista en el fin de siècle, cuando una narrativa más compleja intentaba dar respuesta a los cambios socio-culturales que en esos momentos agitaban el mundo, en detrimento de la trascendencia que hasta entonces la había caracterizado.
La cotidianeidad, la banalidad, la experimentación formal con el tiempo, con el lenguaje, el deseo de contarlo todo a sabiendas de que es imposible se convirtieron en modos de expresar un descontento con el pasado, pero también la incertidumbre del presente, creando estos autores —quizás sin pretenderlo— una estética del aburrimiento, reconocible en las obras de Gertrude Stein, Virginia Woolf, Samuel Beckett, Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Juan José Saer, Georges Perec, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño (además de Joyce y Foster Wallace, y otros muchos).
La idea, entonces, derivó en demostrar que esta estética, al provocar extrañeza o incomodidad en el lector —“¿por qué me aburro cuando esto debería entretenerme?”—, impone o exige una forma diferente de atención, más interpretativa, más autorreflexiva, que nos lleva a cuestionarnos nuestra propia realidad, aunque esta sea una realidad aburrida, aceptando así que más allá del posible bostezo, aunque paradójico, puede haber un goce en el tedio.
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Autora: Inma Aljaro. Título: Tedio y narración. Sobre la estética del aburrimiento en la narrativa: de James Joyce a David Foster Wallace. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros.
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