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El amado ideal en la obra de Luis Cernuda: de Rimbaud y Gide a ‘Aire’

El amado ideal en la obra de Luis Cernuda: de Rimbaud y Gide a ‘Aire’

A los 120 años de su nacimiento, Luis Cernuda es considerado uno de los grandes poetas en lengua española; según algunos críticos, el más interesante de su generación. Ha alcanzado, por fin, la merecida valoración que no obtuvo en vida, cumpliéndose así su “profecía poética”, que tan acertadamente dejó escrita en el poema “Un español habla de su tierra”. Le dedicó entonces estos versos a España, en los que relucía la amargura del exilio: “Un día, tú ya libre / de la mentira de ellos, / me buscarás. Entonces, / ¿qué ha de decir un muerto?”

Las peculiaridades de su personalidad contribuyeron, en parte, a que la crítica no fuera amable con él. Su existencia constituyó un constante enfrentamiento a la realidad: desde muy joven, se opuso al provincianismo de aquella Sevilla de la década de los veinte en la que había nacido. No tuvo pelos en la lengua ni practicó la hipocresía, algo que era un requisito casi fundamental para abrirse paso en el circuito literario de una capital de provincia. No ocultó su homosexualidad, sino que la enarboló orgullosamente en su poesía. Tampoco escondió su carácter amargo, sin importarle los juicios que sobre él realizaran. Esta actitud quedaba suavizada por otras facetas suyas: la introversión, la timidez, la  búsqueda de equilibrio. No fue un rebelde, en el sentido amplio del término, porque amaba la calma, y sus enfrentamientos siempre encontraban un límite.

"Es la actitud vital de Lafcadio la que suscita la adoración de Cernuda: su espontaneidad, su indiferencia hacia los convencionalismos sociales. El poeta asocia estas características a la juventud"

Sin embargo, esa consciencia de su propia heterodoxia se convirtió en el germen de la configuración de su amor platónico, un perfil literario e idealizado que aflora en repetidas ocasiones a lo largo de su obra y que encuentra su modelo en un personaje muy concreto: Lafcadio Wluiki, creado por André Gide. Cuenta su biógrafo, Antonio Rivero Taravillo, que fue Pedro Salinas quien le descubrió al autor francés al prestarle dos obras, Prétextes y Les morceaux choisis, y se trató de un descubrimiento decisivo al que más tarde se sumaría otra obra, también de Gide: Les Caves du Vatican. Escribe el propio Cernuda: “la sorpresa, el alumbramiento que suscitaron en mí muchos de los Morceaux, no podría olvidarlo nunca; allí conocí a Lafcadio y quedé enamorado de su juventud, de su gracia, de su osadía”. Añade Rivero Taravillo que “Gide representa además un narcisismo que Cernuda comparte”.

En 1931, Cernuda publicó una “Carta a Lafcadio Wluiki”, en la que lo describió como “uno de los personajes más fascinadores que conozco, juntamente con el Mefistófeles de Goethe y ciertos adolescentes de Dostoiewsky” y “juvenil torbellino de humor, gracia y fuerza”. El personaje creado por Gide es un joven de diecinueve años, rubio y agraciado, inteligente e ingenioso, a quien un rico y anciano conde revela su condición de hijo bastardo y, por tanto, digno poseedor de una parte de su fortuna. Es la actitud vital de “Cadio” la que suscita la adoración de Cernuda: su espontaneidad, su indiferencia hacia los convencionalismos sociales. El poeta asocia estas características a la juventud: “Que el hombre civilizado —así es como se llama a sí mismo— se quede con su sociedad de fantasmas y nos deje lo excepcional, lo que sólo me interesa. Lo único real en definitiva es el hombre libre, que no se siente parte de nada, sino todo perfecto y único en medio de la naturaleza, sin costumbres impuestas y profanadoras. La juventud es así, Cadio; es sincera y libre, por eso yo la amo tanto como tú”.

"Cernuda adopta, consciente o inconscientemente, el prototipo rimbaudiano en su propia obra. Su poesía está plagada de rubios adolescentes serenos y orgullosos, conectados íntimamente a la naturaleza"

El descaro juvenil, la libertad y el desprecio por las normas, unidos a la inteligencia y el virtuosismo, recuerdan a una figura real, la de otro escritor francés cuya imagen pudo influir en Gide a la hora de crear a “Cadio”: Arthur Rimbaud, prototipo de l’enfant terrible. El poeta maldito que, tras una belleza angelical —Verlaine describió su “rostro perfectamente ovalado de ángel en exilio, con cabello castaño claro, desordenado, y ojos de un azul pálido, inquietante”—, poseía un carácter complejo, orgulloso y rebelde, que protagonizó más de un escándalo en el París del siglo XIX y que lo condujo a vivir una existencia tan intensa como efímera, en la que trató de experimentarlo todo. Cernuda conocía bien su legado y su vida; incluso llegó a dedicarle un poema en su última obra, Desolación de la quimera, titulado “Birds in the night, donde trata la relación sentimental que mantuvo con otro poeta maldito, Paul Verlaine, criticando la hipocresía social en torno a ellos: “Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarlos; / hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo, / vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos, / ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras / para mayor gloria de Francia y su arte lógico”.

Cernuda adopta, consciente o inconscientemente, el prototipo rimbaudiano —gideano— en su propia obra. Su poesía está plagada de rubios adolescentes serenos y orgullosos, conectados íntimamente a la naturaleza, como aquel “muchacho andaluz” que surgió “al caer de la luz […] entre pinos antiguos de perenne alegría”, “emanación del mar cercano”, cuyos labios “eran la vida misma”. El poeta no esconde su adoración: “Te hubiera dado el mundo”.

"En la descripción física de Aire puede apreciarse alguno de los rasgos mencionados: su conexión intrínseca con la naturaleza, el rechazo de los convencionalismos al ir desnudo, su belleza juvenil..."

Pero es en una de sus narraciones donde hallamos el ejemplo más puro, una especie de Lafcadio “a la andaluza”, trasladado de la urbe parisina a la ciudad costera de Sansueña —detrás de cuyo nombre ficticio se ocultaba, probablemente, la localidad malagueña de Torremolinos, que le inspiró también más de un poema—. El mencionado personaje aparece en “El indolente”, una de sus tres narraciones más conocidas, escrita en 1929, un año después de haber visitado por vez primera Torremolinos, y no publicada hasta 1948. Se trata de un hermosísimo relato, con tintes legendarios y de prosa poética, que cuenta la historia de Don Míster, un inglés llegado a la edénica Sansueña con el objetivo de hallar la estatua de una antigua civilización hundida en el mar, junto al islote que llaman “de la Pena Muerta”, y su encuentro con un joven pescador: Aire.

“No parecía criatura de las que vemos a diario, sino emanación o encarnación viva de la tierra que yo estaba contemplando. Aquella criatura, fuese quien fuese, saltando desnuda entre las peñas, con agilidad de elemento y no de persona humana […]. Aire era rubio, de piel oscura y ojos pardos. […] Su cuerpo me apareció aquella mañana sobre el cielo, fino, resistente y esbelto, tal modelado por las olas”.

En la descripción física de Aire puede apreciarse alguno de los rasgos mencionados: su conexión intrínseca con la naturaleza, el rechazo de los convencionalismos al ir desnudo, su belleza juvenil —en la que el cabello claro siempre está presente—… A medida que vamos conociendo al personaje, descubrimos que es un heterodoxo, que sigue sus propias normas y, por ello, muchos habitantes de Sansueña lo rechazan. Dice Petunia, la hechicera: “Aquí nadie le quiere bien, porque dicen que es un descastado y un mala sangre”. A él sus paisanos también le parecen “gentes insoportables” y quiere marcharse del pueblo. Sin embargo, Aire desata pasiones, como el amor enfermizo de Olvido, antigua amante, y de Don Míster, y los celos de Guitarra. Esta combinación de pasiones acaba precipitando el asesinato del joven, tramado por Guitarra y Olvido. Aire es asesinado en el mar, junto al islote de la Pena Muerta. Su desenlace se reproduce también en uno de los poemas más celebrados de Cernuda: “El joven marino”, de su obra Invocaciones. Describe la belleza natural del marinero y su unión mortal con el mar: “Insaciable, insaciable. / Con pie desnudo ibas sobre la olvidadiza arena. / […] Al único maestro respondías:

el mar, única criatura / que pudiera asumir tu vida poseyéndote”.

"120 años después de su nacimiento, lo buscamos, como él vaticinó y, desde su muerte honda, ya solo puede respondernos a través de la literatura"

También en su teatro, género menos trabajado por Cernuda, encontramos de nuevo este perfil de personaje. Concretamente, en su Comedia inacabada y sin título (1931), que desarrolla la relación entre una criatura mitológica, el Silfo, y un joven pastor llamado Conrado, a quien el Silfo descubre la inutilidad de los convencionalismos sociales y la necesidad de seguir siempre los dictados del espíritu, de las pasiones, del mismo modo que Aire hizo con Don Míster o Rimbaud con Verlaine; incluso, de cierta manera, también Lafcadio con Julius de Baraglioul, su supuesto hermanastro. En la descripción que de sí mismo hace el Silfo, hallamos la consabida conexión con la naturaleza y la indolencia de la juventud: “Soy el eterno adolescente. Mi seducción es la seducción de la juventud. Es imposible negarse a lo que piden unos labios jóvenes: se les da todo aquello que desean y aún más. Y si lo rehúsan, hieren como no sabe herir el puñal más afilado. […] Las pasiones se suceden en mí como las nubes en el cielo de estío”. Más adelante, otro personaje señala su incapacidad para sufrir por amor: “porque eres como un pájaro, que tan pronto viene como se va. Tienes voz de ruiseñor, que embelesa a quien lo escucha”.

A Cernuda, que tanto padeció por cuestiones sentimentales, quizá le fascinaba esa serena indolencia. 120 años después de su nacimiento, lo buscamos, como él vaticinó y, desde su muerte honda, ya solo puede respondernos a través de la literatura. Ha alcanzado, igual que sus personajes bellos y salvajes, una forma de eternidad.

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