Sigrid Nunez entierra en El amigo (Anagrama) al esquema de hombre que representa el escritor suicida que fue su amante de juventud y amigo inseparable. La muerte genera a la autora varias preguntas que intenta responderse a lo largo de un diario que bordea la realidad: todo es ficción, salvo algunas cosas.
Trata los asuntos que definen la existencia, la muerte, el duelo, la amistad, las infidelidades, la compañía de otros seres humanos, las inseguridades, la compañía de los animales, con sutileza. Las reflexiones, al contrario que ocurre en el contexto que fija la novela, en nuestro contexto de lectores, no son ruidosas. El amigo es una cámara de vacío que aísla al lector del tiroteo que se vive fuera, del western de argumentos del presente. Las ideas saltan por los aires al momento de nacer, arrojadas como bombas incendiarias. Vivimos en la era del napalm argumental. Sigrid Nunez pausa el frenesí con 203 páginas.
Debe de ser tentador para una mujer despedir al hombre blanco exitoso y mujeriego y multidivorciado con frases que brillen en las fajas, por muy amigo que sea, que encajen en tuits miles de veces retuiteados. Y aunque Nunez esquiva esa pulsión gritona, escribe el testamento de una época, cuando había aspiraciones en una sola dirección, con agilidad, sencillez e intimidad.
Separa las piezas, y para entender quién era exactamente ese hombre que decidió matarse, al que pensaba conocer, descubrir los motivos de su decisión, toma los distintos caminos anotando en un dietario lo que encuentra a su paso, lo más interesante del paisaje derruido de una vida, del paisaje que encuentra ahora distinto por culpa de la ausencia.
Puede que aproveche para autocompadecerse. La muerte de alguien admirado es una sima profunda, y entre la autocompasión, los recuerdos, los paseos, las lecturas y el oficio de escribir va avanzando la protagonista, de la que no se separa mucho la autora. La ficción levantada tiene un resquicio por el que se puede ver a Nunez escribiendo sobre sí misma en el mismo salón que describe acompañada por Apollo, el perro sobre el que descarga la novela, la justificación, en definitiva, para desahogarse escribiendo.
“¿Por qué los hombres eran todos tan arrogantes y por qué tantos eran depredadores sexuales? ¿Por qué las mujeres estaban todas tan enfadadas y deprimidas? La verdad, era difícil no sentir pena por todos”, escribe sobre los escritores de Nueva York, la ciudad que muestra como el gran parque de los literatos. “Todo el mundo que conozco está escribiendo un libro”.
Cierta compasión por los animales, la necesidad de entenderlos (bueno, más que entenderlos, traducirlos) recorre El amigo sin demagogia. Muestra de igual forma las pulsiones infantiles de la sociedad, “la deificación de los gatos, esa creencia que circula por todo internet y va en aumento. Te hace preguntarte cosas. Sobre la gente, me refiero”. O a sus alumnos, el resultado de su tiempo: “Lo mojigatos que se han vuelto, lo intolerantes que son ante cualquier debilidad o falla en el carácter de un escritor”. “El estudiante A se siente frustrado porque el programa [de escritura] requiera tantos cursos de lectura: ‘No quiero leer lo que escriben los demás, quiero que los demás lean lo que escribo yo’”.
La justificación es perder un amigo. La imagen, el perro. El motivo, interpretar la sociedad. El resultado: la esquela del hombre como paradigma del triunfador. “Todo es material para el escritor, solo depende de cómo lo uses”. Sigrid Nunez —imagino la pérdida de la eñe heredada del origen chileno de su padre como una concesión a la burocracia estadounidense— da una asistencia al interior del área mirando para otro lado.
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Autor: Sigrid Nunez. Título: El amigo. Editorial: Anagrama. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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