Comenzaré con una confesión sonrojante: durante días, leí mal el título de la obra que tenía entre manos. No obstante, descargo parte de responsabilidad en el aliterativo rótulo y, sobre todo, j’accuse de mi error a los happy endings hollywoodienses. Su educación sentimental me hizo asumir que, sobre la foto chamuscada de la blanca cubierta de Seix Barral, ponía Final feliz. Pero el combativo Isaac Rosa no ha escrito un Final feliz sino un Feliz final. El elocuente e inspirado retruécano contrasta con los juegos de palabras gratuitos a que nos tienen acostumbrados algunos instapoetas que ahora invaden hasta los pasos de cebra madrileños. Porque Rosa es un gran novelista y Feliz final es una magnífica novela. Con un cuidadísimo y autoconsciente estilo, el autor sevillano mide al milímetro el trazo de su pluma para que la maquinaria narrativa funcione como un reloj de precisión, en un exigente ejercicio de virtuosismo que ya desplegó en algunas de sus ficciones anteriores, muy en especial en El vano ayer.
Un título, decía, vuelto del revés para una historia que camina hacia atrás. Feliz final empieza por el “Epílogo” y termina con el “Prólogo”, es una cinta que rebobina, una historia de amor contada desde la ruptura, el recorrido inverso de la pasión o, lo que es lo mismo, dos discursos que andaban cortazarianamente para encontrarse. Los protagonistas-narradores, Ángela y Antonio, reconstruyen sus trece años de relación desde los derribos sentimentales y a través de sendos monólogos lanzados como golpes directos en un ring de boxeo. Sólo a medida que llega el recuerdo de los buenos momentos, los derechazos dejarán paso a ciertas caricias y hará que ambos monólogos, en un impecable e inteligente procedimiento formal, se sobrepongan de modo progresivo al enfrentamiento dialéctico: primero disponiéndolos gráficamente en dos columnas paralelas que expresan simultaneidad y después integrándolos en un único relato para dar cuenta al alimón de su enamoramiento. Justo ahí, en la última página, sin vueltas de tuerca, se consuma la maliciosa mirada del autor. Rosa remata su historia con un feliz final que es el principio de una historia sin final feliz. Todo fueron verduras de las eras, que diría el poeta. Fuegos fatuos.
Las voces de Ángela y Antonio desgranan su intimidad en el ejercicio de relatarse, uno a otro, una historia que ya se saben. Sus parlamentos pendulan entre reproches, ilusiones, celos, frustraciones, deseos o traiciones con una pulsión natural que tiene el efecto de un relato desolador. Todo lo dicho requiere, sin embargo, una precisión. Feliz final no es una novela de amor. En una línea parecida a la planteada por Belén Gopegui en La conquista del aire (Anagrama, 1998) o por Marta Sanz en su reciente radiografía biográfica Clavícula (Anagrama, 2017), Rosa utiliza este desengaño amoroso como excusa para interrogarse, poniéndolo en cuestión, sobre el influjo de las condiciones materiales en la vida íntima y en el trato social. Porque no se trata de una historia de amor en legendarios tiempos del cólera sino en los duros tiempos del precariado, en estos tiempos de «trabajos de mierda», según la afilada expresión del antropólogo norteamericano de moda David Graeber.
En la búsqueda del «cómo pudo pasarnos esto», ambos personajes quedan encallados en discutir el papel que ha jugado el capitalismo en su vida de pareja. La ocurrente gráfica con que Antonio ilustra la decadencia progresiva de su amor y que, según explica después, se corresponde en realidad con el saldo de la cuenta bancaria común, defiende una clara hipótesis: cuanto más precario el vivir, más difícil mantener el idilio de romcom. El autor maneja hábilmente la respuesta sarcástica de Ángela (“No fue él, la culpa es de las condiciones materiales. El amor es para el que pueda pagárselo”), más centrada en la responsabilidad de cada uno de ellos en el fracaso, para evitar una lectura demasiado simplista. De hecho, la narración tiene algo de salmodia que vuelve una y otra vez sobre las mismas frases permitiendo que cada alegato defensivo deje traslucir sus propias contradicciones. Antonio, ejemplo de periodista-escritor comprometido y anticapitalista, tiene aspiraciones contrarias a su auténtica ideología y anhela convertirse en escritor de éxito con su obsesiva búsqueda de “un posible libro por escribir, que cubriría un hueco editorial, un nicho de mercado por explorar”. Isaac Rosa logra así cincelar unos personajes sólidos y reales, cuyas luces y sombras no escapan a una pizca de hipocresía y cinismo.
Feliz final se hace eco, por otra parte, de las preocupaciones habituales del autor —militante de una escritura definida en términos de responsabilidad— que ya conocemos por sus columnas y libros. En ella resurgen alusiones a las víctimas del franquismo y la memoria histórica (recordemos El vano ayer y La malamemoria /¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!), al asamblearismo (La habitación oscura), a la alienación laboral (La mano invisible) o a la tragedia de las pateras (Welcome). Y hasta incluye un guiño autorreferencial al incorporar en la novela a Nicoleta, la asistenta inmigrante que protagoniza uno de sus mejores cuentos, “Confianza”. No faltan tampoco en el libro otras causas actuales de la izquierda, como el irresuelto debate del feminismo o los desastres ecológicos provocados por el capitalismo rampante.
La acumulación de temas de denuncia parece que responde más a una checklist de escritor comprometido que a la verosimilitud literaria o a las exigencias de la novela antirromántica que en esta ocasión le ocupa al autor. Y aunque aceptemos con la fe del carbonero que a los televisivos Alcántara les suceda todo lo que pueda suceder, estas anécdotas secundarias no logran encajar con suficiente naturalidad en la trama. No es, sin embargo, un escollo que impida disfrutar la lectura y empaparse de su triste mensaje. Un sentimiento agrio y profundo que duele como ha de doler la literatura supera los planteamientos políticos, y ese revulsivo emocional resulta, a fin de cuentas, el definitivo acierto de la novela. Precarios o no, Feliz final toca una fibra íntima, nos enfrenta a todas las promesas que no se cumplirán y a los gritos de socorro que no llegaremos a pronunciar. Quién no ha tenido su particular “nosotros íbamos a envejecer juntos”.
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Autor: Isaac Rosa. Título: Feliz final. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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