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El amor en los tiempos sin Tinder: (Parte I) Hombre a la caza

Proyecto ITINERA (XXII)

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual. 

Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.

 

“Si hay alguien entre el público que no conozca el arte de amar,

que lea esta obra y, cuando se haya documentado leyéndola, que ame…;”

—El Arte de Amar. Ovidio

El cielo se extiende cerúleo como una vaporosa capa sobre el vano que se abre en el tejado y se refleja en el agua que permanece mansa en el impluvium. Alguna nube irrumpe pasajera la inmutabilidad celeste. Sentada junto a él está Calpurnia Minor. Sus negros ojos repasan los signos grabados en una pequeña tabella roja, que ha permanecido escondida entre los pliegues de su blanca túnica, desde que su esclava Filis se la entregó a escondidas de todos. En ella lee cómo un admirador ha quedado prendado de su belleza y la compara con una diosa, como hizo Odiseo con Nausica.

Yo, como Odiseo ante Nausica me hallo al contemplar tu inconmensurable belleza, oh diosa, cuya profunda mirada cautivó mi ser entre la multitud.

¡Yo te imploro, oh reina, seas diosa o mortal! Si eres una de las deidades que poseen el anchuroso cielo, te hallo muy parecida a Artemis, hija del gran Zeus, por tu hermosura, tu porte y natural. Y si naciste de los hombres que moran en la tierra, dichosos mil veces tu padre, tu madre y tus hermanos, pues deben de alegrarse a todas horas de verte salir a tomar parte en las danzas. Y dichosísimo en su corazón, más que otro alguno, quien consiga llevarte a su casa por esposa. Que nunca se ofreció a mis ojos un mortal semejante, ni hombre ni mujer, y me he quedado atónito al contemplarte (Odisea, canto IV, v. 149)

Calpurnia vuelve a esconder con un movimiento imperceptible la tabella entre sus ropajes, al escuchar un ruido cercano, y torna su mirada soñadora hacia el cielo. Aunque las lisonjas ablandan su corazón, es consciente del peligro que corre al sucumbir ante las seductoras palabras del hombre con el que cruzó aquella eterna mirada, cuando bajó de su litera para asistir al teatro.

"El hombre romano era bisexual y vivía el sexo como un acto de dominación, que se practicaba sin restricciones con hombres y mujeres que no fueran ciudadanos, y sobre todo de categorías inferiores a la propia"

Nos hemos acercado aquí a una escena de la Roma del siglo I a. C.: la lectura de un mensaje amoroso, un mensaje secreto, mandado por algún conquistador profesional de la época, que intentaba seducir a alguna joven ciudadana romana.

Cuando pensamos en la sexualidad en Roma, nos imaginamos un ambiente desinhibido y depravado, donde el sexo se daba cita en todas partes y con todo tipo de personas, pero esto es una representación desvirtuada proveniente de la imaginería cinematográfica. En realidad, la romana era una sociedad un poco opresiva en lo que se refiere a cualquier contacto público, sobre todo para las mujeres que tenían la categoría de ciudadana, y más si eran de clase alta.

El hombre romano, sin embargo, era bisexual y vivía el sexo como un acto de dominación, que se practicaba sin restricciones con hombres y mujeres que no fueran ciudadanos, y sobre todo de categorías inferiores a la propia, ya fueran esclavos, actores y actrices, prostitutas, taberneras, etc… Pero a la hora de conquistar a jóvenes ciudadanas romanas y matronas la cosa cambiaba, y había que desplegar un amplio abanico de estrategias que hacían el juego de la seducción algo más excitante que el sexo gratuito, ligero y cotidiano al que estaban acostumbrados.

"Debemos saber que la romana era una sociedad extremadamente machista, en la que estaba muy mal visto cualquier tipo de expresión romántica en público"

Para poder ayudar a los latin lovers de la época, Ovidio, poeta del amor, escribió el que sería el primer manual de seducción conservado: El arte de amar. A través de sus páginas vamos a repasar en tres artículos cómo se las apañaban hombres y mujeres de la Roma del siglo I a.C. para conocerse, entablar una conversación, comenzar una relación y mantenerla y cuáles eran las artimañas de seducción más útiles para ambos sexos.

Para ponernos en situación debemos saber que la romana era una sociedad extremadamente machista, en la que estaba muy mal visto cualquier tipo de expresión romántica en público, desde cogerse de las manos a darse un beso, por lo que acercarse a una ciudadana romana no debía de ser tarea fácil para los jóvenes. Ellas, por su parte, debían guardar su virginidad, su fidelidad y sobre todo las apariencias.

EL HOMBRE A LA CAZA

El arte de la seducción se ha entendido como una militia amoris, un servicio militar a las órdenes del poderoso dios Eros o Cupido. No es de extrañar que sea así: amor y guerra siempre han ido de la mano, y de hecho, según los poetas, el dios alado fue fruto de las relaciones adúlteras que Venus, diosa del amor, tuvo con Marte, dios de la guerra. En este sentido el amor es una contienda y el amante debe ser un soldado del amor, un miles amoris.

En el combate amoroso lo principal para el soldado debe ser descubrir el objeto de la conquista, pues la estrategia dependerá del rango de la mujer y su estado civil, ya que, aunque se desaconsejaba perseguir a mujeres casadas, el adulterio era algo habitual y considerado algo mucho más desafiante a la hora de entablar batalla. Hay que pensar que los matrimonios romanos no eran fruto del amor, sino de pactos económicos y políticos, tratados mercantilistas donde la mujer era la moneda de cambio. Los maridos mucho mayores que ellas la desatendían en sus necesidades románticas y sexuales, y ellas tenían que llenar esos vacíos con esclavos y amantes pasajeros, haciendo frente incluso a grandes peligros si eran descubiertas.

"Una vez que el seductor tenga claras sus prioridades debe acercarse a las potenciales presas. El coto de caza era amplio: la propia ciudad de Roma ofrecía a los amantes todo un repertorio de lugares propicios"

Ovidio aconseja a los galanes que distingan qué objetos son para amar y cuáles para divertirse, antes de lanzarse a la liza, pues las técnicas empleadas serán diferentes y también la intensidad de la conquista variará, siendo más rápida y violenta cuando lo único que se pretende es un amor pasajero y fugaz.

Una vez que el seductor tenga claras sus prioridades debe acercarse a las potenciales presas. El coto de caza era amplio: la propia ciudad de Roma ofrecía a los amantes todo un repertorio de lugares propicios y de ocasiones para lanzar sus seductoras redes. Aunque las mujeres no tenían una participación activa en la vida pública y solían ir siempre acompañadas, ya por sus esclavos o por sus guardaespaldas, los dandis de la época podían encontrarlas paseando en lugares agradables para la conversación y las compras, así como en los templos donde acudían a realizar sus plegarias. Los mejores lugares para atacar, según Ovidio, eran los pórticos de los templos y los foros, es decir, los centros comerciales de la época. También podían acercarse más fácilmente a ellas en lugares frecuentados y bulliciosos, las fiestas de mujeres —como las celebradas en honor a la diosa Isis—, los teatros, el circo, los desfiles triunfales o los banquetes privados. Según el lugar donde el amor lanzara sus flechas envenenadas, así debía ser la estrategia de acercamiento a la potencial víctima.

La época en la que las mujeres están más receptivas, sin duda, es la primavera y el verano: los días son más largos, las noches más cálidas y las mujeres pasean más alegres a la sombra de los pórticos.

En lugares abarrotados como el circo, el teatro o una entrada triunfal el hombre podía acercarse a la muchacha con mayor impunidad y darle recados con los dedos o haciendo gestos con la cabeza. También podría romper barreras rozándola discretamente, sentándose junto a ella.

"Cuando el joven identificaba el objeto de su amor era recomendable comenzar el asedio rápidamente. Acercarse a la presa a través de una criada de confianza era una artimaña bastante frecuente"

En los banquetes, aconseja Ovidio tener cuidado con el vino, porque es un arma de doble filo: por un lado inspira las lenguas más tímidas y desata la conversación, pero por otro puede ser perjudicial, pues mucho vino y mucha noche son estorbos para valorar la verdadera belleza. En ellos la estrategia es la lucha cuerpo a cuerpo: se debe mantener la mente fría, porque la cercanía puede hacer que el amante cometa alguna torpeza. La conversación debe ser fluida, coherente y algo picante (el doble sentido siempre juega en favor del amor). Aconseja el poeta que discretamente el galán lance miradas apasionadas al objeto de su amor y bese la parte de la copa que ya rozaron sus labios, y que, cuando nadie mire, derrame de la copa el vino y escriba mensajes amorosos con él sobre la mesa.

Dice Ovidio que el comportamiento del adonis debe ser impecable. Se aconseja que los hombres sean pulcros en sus hábitos, lleven las uñas limpias, el cabello cortado, la barba repasada, la túnica sin mancha y, sobre todo, cuiden su aliento, todo esto sin pasarse, porque podrían pasar por una bella muchacha. A los chicos les advierte que no se depilen ni se ricen el cabello, pues del gusto de las mujeres romanas eran los hombres velludos y morenos.

Cuando el joven identificaba el objeto de su amor era recomendable comenzar el asedio rápidamente. Acercarse a la presa a través de una criada de confianza era una artimaña bastante frecuente. La criada, al recibir sobornos, ablandaría el corazón de la dueña y sería confidente de los anhelos de la joven, inoculando el veneno del amor con sus palabras. También actuaba como paloma mensajera de los jóvenes enamorados, llevando y trayendo las tabellas rojas que se usaban para mandar mensajes de amor. Eso sí, se aconseja que el joven no tenga relaciones sexuales con la criada, porque esta podría enamorarse del chico y darle a la señora mensajes contradictorios.

"Si inflamado está el pecho del amante, no está mal visto que el varón robe un beso a la muchacha cuando menos se lo espere, y si la ocasión es propicia incluso la viole"

Si la chica no se ablanda con las palabras, otra táctica infalible es el acoso y derribo: acercarse con disimulo, fingir pretextos para encontrarla, seguirla de lejos donde vaya, hacerse el encontradizo y cuando se dé la oportunidad, mantener una conversación más de cerca, imitándola en sus gustos y sus gestos, pues el amor nace de lo similar.

Si la muchacha que se pretende sigue mostrándose esquiva, las notitas de amor deben adquirir mayor intensidad. En ellas hay que suplicar, dedicar palabras enamoradas, mentir si es preciso, lisonjear, llorar, prometer, aunque sea en falso. Ser elocuente es un rasgo bastante admirado por las damas, pero siempre alejándose de la pedantería, pues, según el de Sulmona, la sencillez es la mejor arma.

La estrategia militar debe consistir, cuando nada funciona, en fingir heridas de amor, jurar por Zeus, por Juno o por Afrodita, llorar si hace falta, deja de comer y palidecer. Todos estos son síntomas de que el amor por la muchacha les dejó las noches en vela y les hizo enfermar. Y si no tienes prisa y el amor te ha calado, otra estratagema es acercarte a ella pretextando amistad, pues bajo este nombre también está escondido Amor.

Si inflamado está el pecho del amante, no está mal visto que el varón robe un beso a la muchacha cuando menos se lo espere, y si la ocasión es propicia incluso la viole.

La iniciativa para los romanos siempre debía partir del hombre, pues según el poeta, toda mujer se alegra de ser cortejada, hasta las que les parece que les causa disgusto, porque todas se quieren ver más bellas que la vecina.

Si después de todo esto aún no se decide, se recomienda la huida como táctica, pues muchas mujeres desean lo que huye de ellas y vuelven a perseguirlo.

Todos estos consejos pertenecen al libro I del Arte de amar, de Ovidio, en el que se trata el comienzo de la conquista, pero ¿qué ocurría una vez que la presa caía en las redes?, ¿cómo se debía comportar éste?, ¿cómo actuaba para conservar esa amistad? Lo descubriremos en el próximo capítulo, “Desplumando a la presa”…

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