Proyecto ITINERA (XXIII)
El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
“Me dispongo a hablar sobre un tema grandioso:
los medios que harán posible que permanezca estable el Amor,
ese niño tan andariego por la vasta extensión del universo.
Pesa poco y tiene dos alas para elevarse volando,
a las que es difícil imponer un ritmo”
—Ovidio, Arte de amar, Libro II
Un alud de lágrimas se avalancha sobre las mejillas de Calpurnia Minor, rojas por la cólera, la desesperación y el dolor. Sus ojos negros inyectados en sangre miran desconsolados la última tabella que mandó su amado Flavio: en ella copió unos versos, que su amigo Catulo aún no había publicado.
Viuamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt:
nobis, cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
Da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
Dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut nequis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.
Mientras lee la misiva, Calpurnia rememora las eternas noches de amor a escondidas, las reticencias de ella, la insistencia de él, los besos contados por mil, las miradas cómplices en los banquetes, la galantería de su amado, su paciencia y amabilidad. Culpa a su orgullo de casta, culpa a los celos, culpa al hecho de haber menospreciado lo cotidiano, se culpa a sí misma, culpa a la última noche de amor, culpa a su indiferencia, culpa a su frialdad. El amor, como un veneno, comienza a recorrerla de cabeza a pies, inflamado su corazón por la ausencia prolongada, por la falta de noticias y por la desparecida amabilidad y contacto continuo. Ella, que fue desdeñosa ante su amor, ahora se incendia y pide a gritos su presencia…
¡Ay, pobre Calpurnia! Ella que estaba acostumbrada a ser el objeto de continuas alabanzas, de besos apasionados, de palabras candorosas, de lisonjas y piropos, ella que ante lo fácil y cotidiano ofrecía su despecho, su desdén y su indiferencia, ahora se ve inflamada de amor por lo que está ausente. Pobre incauta, su amado Flavio, como buen discípulo del Arte de amar, solo ha seguido los consejos del sabio Ovidio. Pues, para que ella caiga rendida a sus pies, para desplumar a ese diosecillo voluble, arrancándole las plumas de sus alas, no hay mejor remedio que provocar una ausencia controlada. Como dice el poeta, si quieres que tu amiga se consuma por tu amor, cuando se haya acostumbrado a ti, desaparece. La ausencia incendia los corazones más gélidos, pero ha de ser breve, pues con el tiempo, la inquietud y la necesidad disminuye y el amor se desvanece, abriéndole el olvido la puerta a un nuevo amante.
Pero ¿qué es lo que hizo Flavio para que Calpurnia lo eche tanto de menos? ¿Qué estrategias usó para consolidar el amor? ¿Cuáles son las artimañas que un hombre puede emplear para que el amor dure? Lo repasamos en este capítulo, sobre cómo generar necesidad y amor una vez que la presa cayó en las redes de su perseguidor.
Como dice el de Sulmona, el amor es voluble, pesa poco y posee alas para escapar, sobre todo al comienzo de una relación donde todo son reparos, pero si se emplean las técnicas adecuadas y el galán cultiva su espíritu más allá de su físico el amor puede endurecerse y de esta manera aguantar. La hermosura es un bien quebradizo, y conforme va ganando en años disminuye, y se consume ella misma en el transcurrir del tiempo, en poéticos versos continúa Ovidio. Tampoco las violetas y los linos entreabriéndose florecen siempre, y al perderse la rosa queda punzante la espina. Se recomienda pues que el hombre no sólo cultive su físico en el Campo de Marte, sino que también ejercite su espíritu, su inteligencia y adquiera una refinada cultura, adiestrándose en el arte de la elocuencia, pues el tierno amor debe labrarse con palabras dulces. Para ser amado, hay que ser amable (quepa destacar que ambas palabras pertenecen al mismo campo léxico), y eso no lo proporciona ni una cara bonita ni un físico esculpido.
Como expusimos en el primer capítulo, el amor es una especie de milicia y, como en la guerra, no cabe la pereza: el amante siempre debe estar alerta ante cualquier enemigo que quiera arrebatarle su conquista. Por ello, hay que ser avispado y estar al quite, mostrar los modales más selectos, puntualidad, pulcritud, galantería, hay que procurar que siempre haya paz y alegría junto a la amada. Para ello se puede recurrir a determinadas tácticas muy efectivas, como ceder cuando te lleve la contraria tu amiga, dejarla ganar en juegos inofensivos, imitarla cuando ríe o cuando llora, disimular tus gustos y disgustos en pos de los de ella, ser sumiso y servicial, y aunque no sea cariñosa no perder nunca la esperanza, insistir siempre, mostrarle interés haciendo lo que sea necesario, incluso dándole un papel influyente, siempre que sea algo que el amante esté dispuesto a dar con naturalidad.
Otra forma de aumentar el interés de la enamorada es mediante los regalos, pues ninguna necesidad hay de artimañas amorosas para el que puede hacer grandes regalos. Pero si el bolsillo es escaso, lo mejor es acudir a los pequeños regalos que demuestran interés, como frutas, guirnaldas de flores o bonitas palabras sobre tabellae rojas. Ganar la confianza de sus esclavos para que hagan de correveidiles entre los amantes, comprarlos con dinero y regalos, es una buena opción para quien quiere ablandar los oídos de una compañera esquiva.
Sobre todo, al principio hay que mantenerse siempre en la órbita de la muchacha. Debe sentir que su admirador está cerca. La costumbre suele robustecer el amor, pues no hay nada más poderoso que ésta para estrechar lazos románticos, incluso acompañando al objeto de su deseo cuando éste enferme.
Cada vez que el seductor tenga la oportunidad de estar junto a su amada es aconsejable que manifieste admiración por ella, dándose cuenta del más mínimo detalle, que le alabe sus encantos, el vestido que se ha puesto, su peinado, su olor y maquillaje, su voz y manera de bailar. No se debe reprochar ningún defecto de la amada si lo que se pretende es consolidar un amor: más bien estos hay que disimularlos y maquillarlos, convirtiéndolos en virtudes.
Como vimos en el capítulo anterior, el sexo era algo común para el hombre romano, pero en el juego de la seducción Ovidio advierte a sus acólitos que escondan sus infidelidades y sus conquistas. Los hombres deben ser discretos y no deben enumerar, a la amante que quieren mantener, todas las mujeres que han sido seducidas por sus encantos. Les dice que deben tener cuidado con no mezclar las tablillas y no citar a todas sus amigas en el mismo lugar, y si los pillan en un renuncio que lo nieguen. Una manera de negar la infidelidad es no mostrarse ni más sumiso ni más amable, y algo que la desmiente totalmente es acostarse con ella, aunque no se tengan ganas. Para ayudar en estos menesteres cuando se habían tenido varias relaciones en el mismo día existía la ajadrea (la viagra de la antigüedad).
Incluso veces se recomienda descubrir una infidelidad, pues a algunas mujeres les aviva el amor saber que existe competencia y si el que tiene competencia en conseguir los favores de la muchacha es el amante, éste debe tener paciencia, no ser celoso y estar preparado para sufrir diferentes penalidades.
El placer que se da por obligación no es grato, dice el poeta. Lo más adecuado es buscar el placer mutuo, y si es llegando al orgasmo conjuntamente, mejor. Por eso las mujeres de determinada edad son unas compañeras más apetecibles, pues conocen sus cuerpos y los de sus amantes, haciendo de su engranaje un juego francamente seductor.
Y si nada de esto funciona para mantener el favor de la amada, lo mejor que puedes hacer es alejarte, pues el mar está lleno de peces, pero nunca recurras a la magia. Curanderos, brujas y conjuros no valen para mantener el amor.
Todos estos fueron los consejos que en el siglo I a.C. Publio Ovidio Nasón dedicó a los hombres para que se convirtieran en expertos en el arte de la seducción, muchos de ellos aplicables hoy en día, aunque otros han caído en desuso, ya por los cambios sociales que ha experimentado la mujer, ya por la «uberización» del amor propiciada por las diferentes apps para ligar.
Pero ¿qué estrategias usaban entonces las mujeres para ligar? ¿Cómo se acercaban ellas al hombre que les gustaba? ¿Cómo se insinuaban? ¿Eran activas o pasivas en el arte de la conquista? En el siguiente capítulo lo destriparemos…
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