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El amor en su lugar

Un miércoles cualquiera de diciembre, a la salida de unos pequeños cines de Bilbao, llovía. Salíamos de ver lo último de Rodrigo Cortés, desconcertados. Encogidos. Mi amigo Sergio y yo compartíamos la sensación de haber visto algo grande, pero éramos incapaces de opinar sobre algo que, a todas luces, no habíamos entendido del todo. Teníamos la sensación de que algo nos había pasado por encima. O mejor dicho, algo nos había atravesado. Una maravilla sobre escapar del gueto de Varsovia. Una película inabarcable que arranca con un plano secuencia de casi doce minutos absolutamente inexplicables.

El amor en su lugar es un ejercicio imposible. Un musical de contrastes interpretativos donde se salta de la alegría al dolor, de la certeza a la duda y de la esperanza a la resignación sin que te dé tiempo a asimilarlo.

En la película asistiremos a una doble representación simultánea: la de una obra teatral y la de un ejercicio de supervivencia de los actores, contadas cada una en su plano y haciendo que lo que ocurre en el escenario conecte con lo que ocurre en el patio de butacas.

"Rodrigo ha vuelto a conseguir no dejarse fagocitar por una industria que ha convertido el cine en un algoritmo y levantar una película que su estado natural es el de mero proyecto"

Una historia que pivota sobre un dilema moral que debe ser resuelto antes del toque de queda mientras se representa un musical. Una hora y media de película que narra las paradojas que se daban en el gueto y que exhibe cómo la cultura puede mantenerte a flote en la situación más extrema. Una película que muestra el oficio de actor y la crueldad y catarsis del show business.

Rodrigo Cortés ha vuelto a centrarse en hacer CINE con mayúsculas. El séptimo arte. Y lo que ha conseguido es condesar una de sus mayores obsesiones: la belleza.

Porque Rodrigo siempre ha perseguido ser la versión de él mismo que ha querido en cada momento. Perseguir el arte. Crear. Rodrigo ha vuelto a conseguir no dejarse fagocitar por una industria que ha convertido el cine en un algoritmo y levantar una película que su estado natural es el de mero proyecto.

La verdad es que este artículo ha sido muy fácil de escribir. No he tenido más que plagiar a otro genio: Aute. Luis Eduardo lo supo todo, lo conoció todo y lo cantó todo. Aute, allí donde esté, ya conoció a Rodrigo Cortés y ya vio esta película.

O si no, decidme de qué habla esta canción si no es de Rodrigo y su manera de ponerse al servicio de una historia:

No propuse otra batalla que librar al corazón
De ponerse cuerpo a tierra
Bajo el paso de una historia
Que iba a alzar hasta la gloria
El poder de la razón

O de Rodrigo luchando contra los productores y sus cheques que mandan en la industria:

Míralos como reptiles, al acecho de la presa
Negociando en cada mesa maquillajes de ocasión
Siguen todos los raíles
Que conduzcan a la cumbre
Locos por que nos deslumbre
Su parásita ambición
Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta
Mercaderes, traficantes
Más que nausea dan tristeza
No rozaron ni un instante
La belleza

O, en definitiva, de Rodrigo Cortés buscando el arte en cada una de las cosas que hace:

Reivindico el espejismo
De intentar ser uno mismo
Ese viaje hacia la nada
Que consiste en la certeza
De encontrar en tu mirada
La belleza.

Yo no sé nada de cine, pero sé que El amor en su lugar es una gran película.

Yo no sé nada de cine, pero sólo sé que la escena de la niña cantando me ha puesto un nudo en el estómago como no lo ha hecho ninguna otra película en toda mi vida. Y eso tiene que significar algo.

En su día devoré un montón de kilómetros para ver un pase de Blackwood. Mereció la pena. Hoy conduciría lo que fuese por ver la película con su autor y poder preguntarle los cientos de cosas que sé que me he perdido. Quizá algún día.

Mientras tanto, id a ver El amor en su lugar. Id a verla para poder sentirla. Sentidla para poder vivirla. Vividla para poder disfrutarla.

Yo, me vuelvo a la cueva. Sed buenos.

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