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El amor romántico

El amor romántico

El amor romántico es el enamorarse, sin más. Hay que saber muy poco del ser humano para pensar que es otra cosa. Ahora se piensa que es algo cultural occidental, pero en todos lados todo el mundo se enamora igual, lo que pasa es que se ignora, se mira la realidad a través de un embudito.

Yo he visto con estos ojitos cómo se enamoran las personas que deciden casarse sin conocerse, mediante un acuerdo familiar, a miles de kilómetros, y lo he visto no una sino unas cuantas veces. Muchos emigrantes se casan así. El primer encuentro se produce luego. Tiene poco de lo cultural nuestro, tiene poco de las formas exteriores de lo que algunos suponen que es el amor romántico, pero es igual, es lo mismo, es el enamorarse. La misma ilusión, si no más, ante el primer encuentro. El mismo estremecerse bajo la mirada del otro. La misma expectación cuando el otro habla. El ser humano se enamora, simplemente, o no se enamora.

"Todas las religiones se meten en el dormitorio de las personas y tratan de regular sus sentimientos"

Ponerle palitos en las ruedas a la posibilidad del amor es una canallada. Es emponzoñar el pozo donde todos queremos beber. El amor mueve el mundo y, a veces, nos destruye. Hay que jugar. Hay que atreverse. Hay que intentarlo, caer con todo el equipo, levantarse y volver a intentarlo. La lucidez no es la del que arroja la toalla, da un paso atrás, lo convierte en político y demoniza el enamorarse y zahiere a los enamorados, perversamente. La ideología le pone trabas al amor. La lucidez es la de quien madura y aprende a amar de un modo cada vez más profundo, retirando lo superfluo y quedándose con lo que importa. Interpretar que lo superfluo es “lo romántico” es hacerse trampas al solitario, en soledad, sin enamorarse. Es no madurar por no haber pasado por ello o por haber pasado por ello pero haber hecho un diagnóstico equivocado. Lo que algunos llaman amor romántico es el amor de quien se enamora.

Todas las religiones se meten en el dormitorio de las personas y tratan de regular sus sentimientos. También, por cierto, el wokismo nuestro de todos los días. Lo hacen para obtener poder, sólo por eso, porque no hay nada que conceda más poder que ser quien decide cómo debe ser la “normalidad” del amor, lo que está bien y lo que está mal al enamorarse, las reglas de nuestra convivencia íntima. Moralizamos el amor para atar a los enamorados; para controlar al común con la pretensión —como ideal— de una virtuosa colaboración entre las personas que se han de unir para mejorar el mundo, pero lo hacemos en beneficio de los moralistas, de esos curitas que se nos meten en el cuarto. El moralismo nos ata a los intereses de los moralistas.

"La mujer sabe mucho de la moralización sobre su sexualidad, sabe de la moralización religiosa sobre su sexualidad y de la moralización social"

La mujer sabe mucho de la moralización sobre su sexualidad, sabe de la moralización religiosa sobre su sexualidad y de la moralización social y de ella misma sobre sí misma, moralizaciones que tantas veces la han abocado al desastre, especialmente al desastre en la cama. Por ejemplo: se ha visto abocada a la impertérrita postura del misionero sin manifestación de placer. Por ejemplo: se ha visto abocada a la competición absurda con las actrices porno por miedo a no complacer a la pareja. Por ejemplo: se ha visto abocada a la negación de la maternidad por miedo a no cumplir con las expectativas de la mujer de su tiempo.

Ser una “mala mujer” socialmente puede consistir tanto en demostrar poco placer como en demostrar demasiado, lo uno y lo contrario. Ser una mala mujer puede consistir en querer tener hijos y formar una familia contrariamente a la consigna general. Son las trampas de la moralidad. Y siempre las trampas de la moralidad que más daño nos hacen son las de la moralidad en curso, la de hoy, la de aquí y ahora. Mientras los moralistas se afanan en demonizar la moralidad anterior, que ya ha dejado de actuar, es la suya actual la que urde sus trabas alrededor de nosotros. La mayoría somos lo suficientemente sensatos para no hacerle todo el caso a esa moralidad. Y los que la imponen son siempre una minoría. Pero, si esa minoría nos habla desde arriba —desde el templo, la academia o el ministerio, desde la política cultural del ayuntamiento, el gobierno autonómico o de la nación— se trata no de la moral de una minoría sino de la que nos censura y alecciona a todos, a la sociedad en su conjunto.

"¿Y quién tiene la medida de esa linde entre el amor a secas y el amor romántico? ¿No se tratará de arruinar todo amor, en separarnos un poco a hombres y mujeres?"

Menospreciar el amor por supuestamente romántico es lo último que nos faltaba. ¿¡Habrase visto postura más reaccionaria!? Resulta una postura (ideológica) demasiado similar a la del misionero: amor sí, pero sin placer; amor sí, pero sin lo romántico, que es patriarcal; sexo sí, pero sólo para procrear, sin vicio; amor sí pero sin el vicio de lo romántico. ¿Y quién tiene la medida de esa linde entre el amor a secas y el amor romántico? ¿No se tratará de arruinar todo amor, en separarnos un poco a hombres y mujeres? ¿No suele la política requerir e impulsar convenientes separaciones entre los distintos grupos para poder obrar su poder?

El moralismo siempre se imita a sí mismo. No resulta en absoluto original. Ya Romeo y Julieta recibieron su castigo por enamorarse contra la norma. Ya la Celestina hizo de las suyas con Calisto y Melibea. Ya el joven Werther penó lo suyo. Ya el joven Larra hizo lo propio del romántico consigo mismo, se suicidó. Pero nuestras creencias de ultimísima hora ni siquiera parecen haber contabilizado qué es realmente el romanticismo: se diría que la visión “posmo” o “posposmo” del asunto apenas alcanza a denunciar los valores transmitidos por algunos cuentos infantiles y por determinadas películas de Disney, como si fueran los cuentos infantiles y determinadas películas de Disney los que obraran el milagro del enamorarse. Como si cuentos y películas fuesen un mandato, no una expresión artística del ser humano sino una herramienta para su manipulación. Así conciben algunos las expresiones artísticas, confundiendo causa y efecto, y por ello las convierten a conciencia en programáticas de lo suyo, expresión de su doctrina, manifestación doctrinaria.

"Hay que enamorarse, no conviene jamás hacer demasiado caso a nuestras propias creencias"

Y nos creemos tan modernos cuando argüimos nuestra decisión de no tener hijos, un veredicto —por cierto— revestido de superioridad moral sobre las gentes anteriores a nosotros, sobre nuestras propias familias que sí los tenían (a nosotros mismos, sin ir más lejos), como si el antinatalismo fuese una innovación social propia de nuestro tiempo, inédita, nunca vista. Sin embargo, leyendo a Celsus contra los primeros cristianos (siglo II), descubrimos que aquellos se negaban a tener hijos, no querían ser padres ni formar una familia, como hoy tantos occidentales. En ello consistía una de sus principales insumisiones en medio de una sociedad que aceptaba de buen grado toda clase de dioses y creencias. Uno no puede sino observar algunos paralelismos entre los wokistas que somos y aquellos fanáticos fundadores de —precisamente— lo que somos. Pura moralina. Pura religión.

Otra vez la coerción del amor y el sexo (ya se pretende “abolir la prostitución” y “prohibir la pornografía”) lo que no es más que una viejuna estrategia de dominación.

Se trata, pues, de que todo cambie, y que lo haga en un somero revisionismo del pasado, superficial y desmemoriado, pero para que todo siga siendo igual de cristiano. Si Celsus encontraba idiotas las creencias de aquellos primeros cristianos, qué decir de las de su postrer simulacro, este, cuando atenta una vez más contra el enamorarse, contra la sexualidad: contra la libertad amorosa y sexual.

Hay que enamorarse, no conviene jamás hacer demasiado caso a nuestras propias creencias, a las creencias de nuestro tiempo. Siempre, indefectiblemente, sin remisión, tarde o temprano resultaron ser soberana trola, y hubo que desmentirlas.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Excelente artículo. ¡Pero cómo no va a existir el amor, el enamoramiento, lo romántico! ¡Claro que si! Las modas absurdas, el relativismo buenista, la posverdad y todas las absurdas tendencias post. hacen que el amor y todo lo relacionado con él esté denostado. No hablemos ya del amor eterno que reivindico por experienvia propia. Se ataca hoy la Ilustración y se ataca el Romanticismo como etapas superadas por la posmodernidad, sin acordarse del siglo XIII y del amor galante, los trovadores y su atractivo mundo. Y sin acordarse del renacimiento y de su eclosión amorosa. De nuevo surgirá una época en que renazca de nuevo el romanticismo y el amor vuelva a ocupar el importante lugar que le corresponde en la vida de los humanos. ¡Ah! Y haciendo relación con otro artículo de esta misma revista, será imposible reproducir los sentimientos amorosos por la IA.