A veces comparo lo que está ocurriendo con un ritual de suicidio colectivo a cámara lenta…
ALFONSO BALMORI
¿Qué efecto tiene la electricidad sobre la vida? ¿Pone en peligro el despertar de la energía eléctrica artificial la salud de la raza humana? ¿Adónde nos llevan los supuestos “avances” tecnológicos de las tres últimas décadas?
El autor, nativo de Brooklyn y con formación matemática y médica, da cuenta con rigor de las conexiones entre la emergencia y difusión de estas tecnologías y enfermedades como la gripe, la neurastenia, la diabetes, los problemas cardiovasculares o el cáncer… En 1997 publicó un libro sobre el impacto ambiental de la radiación de microondas. Firstenberg ha desarrollado una intensa actividad en favor de un mínimo de higiene electromagnética y la protección de los intereses psicofísicos humanos, confrontando legalmente con frecuencia los intereses corporativos y sus más leales voceros: las administraciones estatales. El libro que nos ocupa, del cual Atalanta nos provee una excelente edición, está publicado antes de la pandemia. Pandemia sobre la que voces autorizadas, demonizadas por la prensa hegemónica y las instituciones claves del Estado Terapéutico, han postulado un posible origen electromagnético (5G).
Fue a mediados del siglo XVIII cuando surgen los primeros experimentos con esta “nueva” fuerza de la que dependen ahora nuestros trabajos y días, hallazgo europeo que se concretó desde el principio en determinados experimentos y artefactos. Nos referimos a la “botella de Leyden”, cuya invención dataremos en 1746. Cierto es que la electricidad había acompañado a la Humanidad desde sus orígenes. Pero hay una brecha entre “los sutiles caprichos de la atmósfera y las cataratas ionizantes que se vierten hoy sobre todos nosotros procedentes de las nuevas tecnologías”.
Las primeras experiencias eléctricas, como muy bien nos relata Firstenberg, estuvieron ligadas a aspectos lúdicos y médicos. La sociedad dieciochesca, al mismo tiempo que en los salones discutía y generaba el futuro sistema de ideas revolucionario, presuntamente humanista, que aun gobierna nuestras vidas, configuró la confrontación con los campos eléctricos desde peculiares usos medicinales (electroterapia) y como juego de salón. De la máquina de fricción a la corriente galvánica de la pila eléctrica transcurre un tiempo donde comienza a generarse un corpus de conocimiento sobre los efectos del fluido eléctrico. Ni que decir tiene que ya comienzan a surgir las primeras especulaciones sobre la electricidad como “alma del mundo”… Las conexiones entre tecnología y teología, oscurecidas expresamente durante siglos, emergen con fuerza en nuestro aberrante siglo XXI, donde la electricidad se ha trocado convenientemente en “información”, generándose, con la aparición de los ordenadores, determinados mitemas como puedan ser la “supermente” o la “singularidad”, ambos con un aroma marcadamente escatológico.
Sin embargo no será hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando la electricidad conozca su edad de oro. En 1829 surgen los primeros timbres eléctricos y en 1844 el telégrafo (Samuel Morse) une Baltimore con Washington. En 1850 se construyen por todo el planeta largas y kilométricas líneas de este engendro, que supera las distancias con la velocidad del rayo, utilizando para ello cantidades ingentes de cobre, metal asociado con Venus y por ello con la atracción.
El ferrocarril, la prensa y el telégrafo extienden de consuno sus tentáculos por un orbe entre cuyos entresijos comienza a zumbar el demonio de la entropía. Emergían los “tiempos modernos” y la electrificación sistemática de Europa se manifestaba en la telaraña eléctrica que, mediante cables extendidos entre los tejados, envolvía a Londres. Aún no había tomado tierra en ella el conde Drácula, con su anexa pestilencia, aunque curiosamente los datos sobre los primeros vampiros tuvieron origen, supongo que casualmente, a comienzos del siglo XVIII. Ilustración, electricidad, “hombre máquina”, vampiros… aunque no por ese orden, claro. Hoy es una niebla de satélites la que envuelve la Tierra… Y con la electricidad llegaron sus efectos secundarios. Pero dejemos que sean las propias palabras de Firstenberg las que nos sitúen:
Convivimos con una serie de devastadoras enfermedades cuyo origen desconocemos y cuya presencia damos por sentada y ya ni siquiera cuestionamos. Sin ellas gozaríamos de una vitalidad que hemos olvidado por completo.
Este libro erudito se ocupa de manera minuciosa de la conexión causal entre enfermedades y desarrollos de las aplicaciones de la electricidad, la sangre de la Máquina, en muy diversos campos.
Entre los estudios del científico indio sir Jagadish Chandra Bose (1858-1937), sobre la electrificación y su impacto en el crecimiento de las plantas, y las tecnologías digitales que inundan nuestro mundo desde los últimos años del siglo XX y que son ocasión para la génesis e intensificación de numerosas enfermedades, transcurre toda una epifanía de inventos y aplicaciones que modulan los campos electromagnéticos para mejor “servir al hombre”, que el autor muestra provocan el despliegue de numerosas perturbaciones en las poblaciones usuarias de estas tecnologías. Telégrafo, teléfono, usos variados masivos de la electricidad, radio (1918), televisión, radar (1957), satélites (1968), radiación de microondas, HAARP… Todas estas invenciones, y su difusión sistemática a nivel planetario, provocan una degradación generalizada de la salud y al mismo tiempo un aumento de la esperanza de vida.
Cada vez más, con más años de vida, más desvitalizados y más dependientes… ¿Qué nos pasa, Doctor?
Somos seres eléctricos y la enfermedad del alma se convierte en putrefacción del cosmos…
—————————————
Autor: Arthur Firstenberg. Traductores: Fernando Borrajo y Amelia Pérez de Villar. Título: El arcoíris invisible. Editorial: Atalanta. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Muchas gracias por la reseña.