Gabriel García Márquez fue siempre un tipo elegante y bien vestido. Las fotografías dan cuenta de un hombre que cuidaba su apariencia sin afectación ni extravagancia. Pulcras guayaberas blancas, impecables trajes rematados por un pañuelo en la solapa, corbatas bien anudadas, sombreros de ala ancha y lustrosos zapatos y botines reflejan una personalidad que sabía unir inteligencia y un toque dandi original que quedó refrendado aquella noche de diciembre de 1982 cuando tuvo que acudir al Konserthuset de Estocolmo a recibir el Premio Nobel de Literatura de manos del rey Olaf de Noruega. Contra todo protocolo, Gabo rechazó enfundarse en el clásico frac y vistió entonces un traje blanco de cuello mao que dejó boquiabiertos a los invitados, pero que subrayó el sentido que el escritor colombiano tenía de cómo proyectar su propia imagen. Este rasgo del autor de Relato de un náufrago viene a cuento porque su nieta, Emilia García Elizondo, organizó hace pocos días una venta de garaje con más de cuatrocientas prendas y accesorios del armario de sus abuelos, cuyo objetivo principal ha sido recaudar fondos para la fundación FISANIM, la cual apoya a niños de comunidades indígenas del sur de México. De esta forma, la Casa de la Literatura Gabriel García Márquez, el centro cultural que se ha instalado en la casa donde vivieron Gabo y su mujer, Mercedes Barcha, se ha convertido por unos días en una extraña boutique, donde los visitantes han podido adquirir desde los característicos sacos de tweed que usaba tan a menudo el escritor, hasta los originales monos de colores vivos con los que le gustaba trabajar, así como algún par de su formidable colección de zapatos y botines de cuero. La ocasión, qué duda cabe, ha sido la delicia de los mitómanos.
LITERATURA Y PANDEMIA
A más de un año y medio del inicio de la pandemia de Covid-19, los libros mexicanos sobre el tema comienzan poco a poco a aflorar. Entre ellos, dos antologías destacan por la variedad de visiones que reflejan: Covid-19: Narrativa mexicana joven sobre, desde y contra la pandemia (Tierra Adentro) y Lo que el 20 se llevó (Cal y Arena). Para la redacción de la revista Tierra Adentro, que edita el primero de ellos, el inicio de la “Jornada Nacional de Sana Distancia”, el 23 de marzo de 2020, supuso, además del “aprendizaje de trabajar en equipo sin compartir un espacio físico” vía Slack, WhatsApp y Zoom, la posibilidad de hacer una cobertura amplia, diversa y prolongada de los efectos del Covid-19. De las decenas de ensayos, crónicas y cómics que publicaron desde entonces en la edición electrónica de esta revista, ahora han elegido quince para dar cuenta de lo ocurrido, organizando los materiales de manera cronológica, volcándose, dicen, en el aspecto “dickensiano” de esta experiencia límite en un abanico de textos que hablan de 2020 como “la era del dolor y la era de la solidaridad”, “un ejemplo de organización social y de convulsión política”, “el tiempo de la marcha frenética del personal de Salud y de la calma de quienes se quedaron en casa”. Entre los autores incluidos se encuentran Alejandro Espinosa Fuentes (1991), Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas 2015 por Nuestro mismo idioma y Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2019 por Sonámbulos; Danush Montaño Beckmann, Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2020 por La Biblia encarnada; Aldo Rosales Velázquez, Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2018 por Linde faz; o David Espinosa “el Dee”, ganador del Premio Nacional de Novela Gráfica Joven 2018 por Nido de serpientes. El otro volumen lo edita Cal y Arena y reúne una veintena de textos dispares, desde los de corte ensayístico, como Exilio, desastre y derrota, de Iván Ríos Gascón, a los cobijados por la ficción, como Una manzanita, de Yael Weiss, los que coquetean con la especulación filosófica, como Hume y la pandemia, de Guillermo Fadanelli, los que asumen la forma de una bitácora personal, como Lo viral, de Jorge Carrión, y los más irreverentes, como Se(x)pidemic, de Jorge Martínez. Un aluvión de autores para un fenómeno que, con toda seguridad, no dejará de figurar en la agenda literaria del futuro próximo.
LA MATANZA DE CHINOS EN MÉXICO
Entre las cinco y las diez de la mañana del 15 de mayo de 1911, una muchedumbre enervada, alcoholizada y azuzada por el miedo y el odio al diferente, arremetió contra una indefensa colonia de ciudadanos chinos que se habían instalado en la ciudad de Torreón, Coahuila, huyendo de la xenofobia y el desprecio de los gringos. Durante esa jornada negra, los actos de saqueo, robo y matanza contra esa colonia se llevaron la vida de 303 personas cuyo único delito eran sus rasgos físicos y el peso de una leyenda negra que se cernió sobre sus cabezas y que hablaba de que los chinos les estaban quitando el trabajo a los nativos porque trabajan por menos salario y que eran un peligro para los mexicanos porque “degeneraban la raza”. Obsesionado con este episodio, el historiador Carlos Castañón Cuadros acaba de publicar el libro libro 303, la matanza de Chinos en Torreón, donde amplía una serie de investigaciones realizadas con anterioridad y aporta nuevos datos y documentos que refrendan la barbarie vivida en el lugar. Castañón recuerda que la migración china hacia México, iniciada a finales del siglo XIX y principios del XX, siendo los Estados Unidos el principal país de procedencia de ese éxodo ante una fiera política racial, padeció entre los mexicanos un discurso xenófobo que culpabilizó a la colonia China de todo tipo de males, cuando lo que la realidad histórica investigada por él muestra es a una comunidad china pacífica, laboriosa y que, según afirma Castañón Cuadros, aportó mucho al desarrollo de una ciudad periférica como Torreón, siendo atacada y casi exterminada durante la Revolución como premio a su esfuerzo. ¿Nos suena de algo?
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