A Mario Pérez Antolín lo imagino con su cuadernito y su bolígrafo sentado debajo de un árbol, perdido en uno de esos remotos lugares de su geografía creativa en lo vasto de la naturaleza, garabateando máximas bajo mínimos encendido de inspiración.
Así se ha ido escribiendo libros, seis en catorce años —“como una especie de goteo de lluvia”, dice Javier Dámaso— que ahora amalgama en un séptimo volumen cuyo título no deja lugar a dudas: Mínima esencia reúne en sus seis capítulos lo alumbrado al calor del sol y el canto de las chicharras —con todos sus decibelios— en los seis retoños anteriores.
Para el poco avezado en lo aforístico, que sepa que estas máximas expresadas en lo mínimo hay que beberlas a sorbitos. El propio autor reconoce que incluso a él, tan prolífico en parirlos, le cuesta leer un libro de aforismos del tirón y que es normal que pueda parecer hasta cansino si se deglute volcando la botella sobre la garganta, así, a lo loco.
Pero no. Cuando se le escucha lo del “humor zumbón” mezclado con la “ironía corrosiva”, se tira una a las páginas como si se tirase al monte, deseando que, de verdad, como promete, esos pedacitos de universo, ese “mundo propio de contrastes e imágenes que impactan” condensado en tan aparente poca cosa le penetren y, al tiempo, le descoloquen.
Y allí hay de todo: amor, política, sociología, música, filosofía, defectos y virtudes, cachondeo y hasta fake news, porque la modernidad se impone incluso al campo. Se cuelan las noticias falsas hasta el último rincón.
Así que me ha dado por leer aforismos como si no hubiera un mañana, y en casi todos me reconozco. Lo recomiendo. De verdad.
Entre rato y rato, cuando se nubla o el tráfico se pone denso, o entre mirada y mirada a la ventanilla del tren, me meto en vena unos cuantos y así se llega antes a Madrid.
Mis favoritos, porque soy un poquito masoquista, son los amorosos: “El amor nos anestesia el costado por el que entra la espada del desamor”, dice uno; “Cuando te esfuerzas por mantenerlo, el amor se acaba inevitablemente”, sentencia otro.
También me río a carcajadas. “Deberían subtitularnos cuando pensamos, y cuando hablamos deberían enmudecernos”. Y lloro. “Se llora igual en todos los idiomas, se ríe igual en todos los idiomas: solo la angustia y la chanza nos hermanan”.
Hay que tener arte, pienso. Arte para escribirlos y arte para leerlos; que yo, que soy muy obediente para estas cosas, hago lo que Mario me ha dicho: de buchito en buchito, pero reconozco que me he hecho spoiler y hace un rato he ido al último del recopilatorio, a ver cómo despide al lector la Mínima esencia y me he quedado muerta. “Te quejas de que duró poco lo nuestro, pero si bien se mira, cada encuentro que tuvimos duró lo que debía durar: la vida toda, el amor interminable”.
Dice Mario que un aforismo no es un verso que se quedó sin poema, y aunque éste último me lo parece, de repente me doy cuenta de que no es un verso sin poema, sino un poema en sí mismo, uno de esos poemas “desversificados”, como él.
Y ahora me acuerdo de algunos aprendices de aforismos que me dio por lanzar hace años por las noches en el entonces Twitter bajo el hashtag #fraselapidaria. Cada una me la traía una enseñanza vivida durante el día que me venía a la mente justo antes de dormir. Tuve la feliz idea de recopilarlas en un Word que acabo de abrir después de una década para husmear qué había ahí, qué vida vivía entonces, porque dice Mario que los aforismos también envejecen; también, a veces, se quedan obsoletos. “La insatisfacción es una enfermedad incurable; el conformismo, un pecado mortal”, escribí una vez. A saber lo que me había inspirado aquello.
Esta no, pienso. Esta no ha envejecido mal. Podría volver a escribirla, sí señor.
Pero yo tecleaba con los pulgares, ya tumbada en la cama, sin árbol, sin nubes, cuadernito ni bolígrafo con capuchón. Tengo que probar al aire libre, como Mario.
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Autor: Mario Pérez Antolín. Título: Mínima esencia. Editorial: Thémata. Venta: Todos tus libros.
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