Es difícil explicar el Arte. Lo primero que uno debe hacer cuando es espectador de una obra artística, la que sea, es dejar de lado creencias previas para poder abrirse a algo nuevo que ha salido de una mente distinta a la nuestra. Lógicamente las conexiones con el autor, si se producen, se harán con nuestras propias vivencias y enseñanzas. Si dicha observación causa en nosotros cierta transformación, es significado innegable de que hemos aprendido, y, por lo tanto, somos un ser renovado.
La persona a la que dedico esta sección es, indudablemente, uno de los mayores talentos que ha dado nuestro país y, por ello, no puedo resumir aquí una tan dilatada trayectoria profesional. Su nombre es Albert Boadella, intérprete, autor y director de teatro durante casi seis décadas, fundador, nada menos, que de la compañía privada teatral más antigua del mundo, Els Joglars, y posteriormente director de los Teatros del Canal en Madrid, ya separado de su compañía. Tras la mirada inteligente de este hombre hay una personalidad apasionada, poliédrica e inabarcable. En su libro Memorias de un bufón se autodefine como imprevisible, enigmático y desconfiado. Pero la palabra que acude a mi mente tras haber investigado su vida y obra es, ante todo, intensidad.
Leyendo algunos de los libros que ha escrito Albert Boadella tengo que deshacer en cada página los esquemas mentales que me había formado en la hoja anterior. Es como un viaje de Lewis Carroll: un montaje y desmontaje continuo, sorprendente, en el que, al menos para mí, nada es como esperas que sea. Tal como digo, un viaje a través del espejo.
“El Teatro no es terapia personal, sino profilaxis de las neurosis públicas. Las razones del arte nunca son fáciles. Cualquier insignificante detalle puede ser el detonante.”
“Afirmo sin ningún pudor que nos movía un incontrolable sentimiento de generosidad, abnegada entrega.”
Me gustaría lograr dos cosas ante el lector. El primer objetivo es conseguir que quien no haya visto alguna obra de Albert Boadella, que empiece ya. Garantizo, a partes iguales, una combinación de carcajadas y cierta melancolía. Me refiero a esa risa amarga propia de la lucidez, como la que conseguía Chaplin. Supongo que lo absurdo nace de una complejidad que, a veces, solo es explicable de ese modo. Cuando todo alcanza tal enredo recurrimos a la risa como método de “escape”. La mente tiene ese riquísimo recurso. Esa puntería para diseccionar la sociedad, alternando contención y delirio, está al alcance de muy pocos. La clase de personas que pueden lograr eso son simplemente atemporales.
Mi siguiente objetivo es otro consejo: vayan a su librería o biblioteca y pidan un libro maravilloso que escribió don Albert Boadella titulado El rapto de Talía. Dicha obra literaria trata sagazmente sobre el comportamiento de la sociedad, vista como una escenografía, en el que cada uno busca desesperadamente ser protagonista de algo.
“Todo ciudadano, por el hecho de nacer, vivir, reproducirse y morir, cree sinceramente que está realizando un espectáculo real donde él ejerce de actor protagonista ante una gran masa de público (la sociedad) que asiste interesadísima a la representación de su existencia, convencidos de que cualquier acción de su propia vida puede merecer una banda sonora de aplausos, siendo incapaces de distinguir entre su actuación y su vida.”
Nos hemos dedicado a raptar a Talía, la musa inspiradora de los artistas, creyendo que todos ocupamos un cierto lugar en el olimpo de la sabiduría, actuando para un grupo de espectadores —la sociedad con la que interactuamos—. Ni que decir tiene que hacemos un papel que nos va grande a la mayoría, y mucho más con la irrupción de las redes sociales, a través de las cuales todos quieren, o queremos, ser los protagonistas, por entendidos en diferentes materias, creyendo que Talía está de nuestra parte, cuando en realidad no es así. Se trata tan solo de un leve intento que se perderá con el tiempo. El libro tiene además una proyección espectacular de lo que iba a ser el futuro, porque lo escribió antes del cambio de siglo, y todos sabemos que cuando cayeron las Torres Gemelas en 2001, el mundo que conocíamos cambió. Cuán visionario demostró ser entonces el Sr. Boadella.
Este autor genial nos habla de un público incontinente sin complejos —el peligro no está tanto en ser imbécil como en serlo sin complejos— que se falsifica a sí mismo, convirtiendo esto en una condición indispensable para existir. Sin esa representación escénica no se es nada, y ello ha resultado ser un arma muy eficaz para manipular a las masas.
“¿Cómo podríamos explicarnos si no la demencialidad general bajo el nacionalsocialismo en un país civilizado como Alemania, o la estupidez fascista en la librepensadora Italia?”
Antes la gente caminaba por la vida sabiendo, asumiendo con naturalidad, que la gloria estaba reservada a unos pocos verdaderamente talentosos. El error es creer que se puede caminar junto a ellos porque al caer, el golpe contra la realidad es descomunal. Pero los genios, los de verdad, perdurarán para siempre, porque el Arte es selectivo, como lo es la propia Naturaleza. Y Talía visitó a don Albert Boadella para quedarse a vivir con él.
El otro memorable libro que he estado leyendo estos días se llama Memorias de un bufón, al que ya he hecho referencia. Este texto es perfecto para conocer su vida, indiscutiblemente ligada a su obra. Aquí Boadella se desdobla entre el hombre y el bufón, refiriéndose a este último como si fuera otra persona a la que cede la palabra, como Cervantes se la cedió a Cide Hamete Benengeli para contar el Quijote. Solo diré que después de este libro de Boadella es inevitable ir a navegar en internet para recuperar las escenas de sus más famosas obras. Son impagables aquellos Purgandus Populus que filmó para TVE en los que bajo el papel del abad Boadella enviaba a sus monjes para limpiar la sociedad de “machos ibéricos”, “resabidos”, “graciosos”, “tontas”, “pintores contemporáneos”…
“Estoy plenamente convencido de que en aquellos momentos éramos la gente que más nos divertíamos del territorio español.”
La banda de chavales del barrio del Putxet de Barcelona que un día dominó Albert Boadella en su asilvestrada juventud simplemente cambió con los años, entre ensayos y pruebas escénicas, hasta derivar en una forma de entender la vida y el teatro que se llamó Els Joglars, y que él dirigió en una búsqueda constante de libertad, como ya hiciera en su azarosa y feliz niñez. Los transgresores Els Joglars tuvieron hasta un decálogo, unos mandamientos. Quien no era leal a ellos tenía poco futuro en la compañía. Tales eran el ser individualista, asilvestrado, antidogmático, provocador, desconfiado, ir siempre a la contra, desdeñar la fantasía, amar el mal gusto, fomentar los enemigos y huir del teatro. Cuando algunos le intentaron encasillar en los vanguardismos él cambiaba completamente de registro. Contra lo que les pudiera parecer a algunos, Albert Boadella ha hecho un teatro que tiene más de dos mil años de antigüedad. Su hacer, su buen hacer, es el de un dramaturgo clásico.
Boadella es paciente y detallista trabajando, no deja “ni un solo instante del golpe teatral al azar. La sensación de espontaneidad que dan sus obras es puramente ficticia, pues una y otra vez la obra se ciñe a la partitura con matemática precisión”. La compañía Els Joglars se comprometió para poner a la vista todos los excesos del poder y para hacer justicia al Arte con mayúsculas. Tenía que ser un teatro comprensible, con un mensaje que llegara de forma clara a la mente del espectador y consiguiera mantener esa magia que se produce en los instantes iniciales, desde el primer acto.
“¿Por qué cuando se levanta el telón y aparece la escena unos segundos en silencio nos sentimos instantáneamente cautivados por el clima mágico, pero en cuanto el actor suelta la primera frase se deshace esa sensación?”
Inesperado, irreverente, lúcido, divertido, cáustico. Uno ya no sabe con qué adjetivos definir a este gran artista. Siempre contra las modas, ese ir contra corriente que le he llevado justamente al lugar que ocupa. El peligro de comportarse como otros esperan es que se pierde el lugar.
“En la vida civil el impulso a la contra me ha reportado muchas miradas condescendientes y una opinión casi generalizada de que con eso no busco más que la notoriedad o la provocación. Creo que es totalmente al revés; que la notoriedad y la provocación me han llegado por culpa de ello.”
Recuerdo que hubo un tiempo en que acudíamos felices a ver sus obras. Ahora, en la era de la sociedad puritana, con sus ridículas correcciones e insulsas tiranteces, algunas de esas escenificaciones teatrales serían impensables, y ese estilo trasgresor a lo Monty Python —pero a la hispana— podría estar en serio peligro de extinción. Autoanalicemos, ya que estamos, el sentido del humor nulo que hemos demostrado los catalanes dejando escapar a este genio de nuestra tierra, pues tal como él afirma, “el humor es la forma más civilizada de expresar la tragedia”.
“El humor conduce al distanciamiento de la vulgaridad, de las sacralizaciones creadas por los poderes, o, simplemente, de aquello en que más firmemente podemos creer. La práctica de esta higiene mental representa el mejor antídoto contra el fanatismo y la intolerancia, es el más acérrimo enemigo de todos los fundamentalismos”
El mal día en que desde la política se le empezó a boicotear, forzándole prácticamente al exilio, fue el día en que perdimos gran parte de nuestro sentido del humor, o al menos a uno de sus más sagaces promotores, y con ello nuestra capacidad de autocrítica. Fue una infamia todo lo que se le hizo. Se cayó en la dictadura del qué dirán si no se era simpatizante del régimen reinante en este pequeño rincón del Viejo Continente, supuestamente abierto, al estar mecido por la inmensidad del mar Mediterráneo. La cerrazón ha moldeado a miles de ciudadanos que se postran para ofrecer una imagen de lo que en realidad no son pero sí de lo que se espera de ellos. Con Boadella perdimos nuestro espejo y también al único niño que señaló que el emperador, en realidad, no llevaba ningún traje, sino que paseaba desnudo y haciendo el ridículo por las calles, ante la reverencia de muchos ciudadanos moldeados por el “qué dirán”. Boadella simboliza la libertad creativa en todas sus formas, con un ejercicio profesional detrás como pocos dramaturgos hacen y han hecho.
“Es una paradoja que una compañía tildada de botiflera y anticatalana pocos años más tarde, fuera la primera en tocar públicamente Els Segadors después de la Guerra Civil, todavía en vida de Franco”
No creo que muchos catalanes sean conscientes de lo mucho que sigue haciendo todavía este catalán de pura cepa, que ha amado como lo hizo sabiamente Josep Pla bajo una forma de vida telúrica que se ha ido extinguiendo en Cataluña, arrebatada entre la insensatez y la inconsciencia. Pero Albert Boadella resiste desde un recóndito lugar de esta hermosa, mestiza y contradictoria tierra catalana. Como persona inquieta y curiosa, huye de la indolencia como de un virus mortal, y sigue creando, como siempre ha hecho, de forma lúcida, brindándonos nuevas genialidades.
A veces para entender el mundo hay que desordenarlo. Ponerlo patas arriba. Más que para entenderlo, para soportarlo. Boadella el indomable, el gran amante de los toros que se emocionaba desde su exilio parisino escuchando el pasodoble En er mundo, le ha dado la vuelta a todo lo que ha querido, desmontando, una por una, todas las solemnidades y pagando por ello el precio, a veces muy alto, de la fama imperecedera de los valientes y los coherentes. Hasta él nunca en España se había visto una puesta en escena semejante. Como buen visionario, se adelantó a todo, dibujó un panorama desde el teatro más surrealista, que con los años se ha tornado en dramática realidad. Un claro ejemplo es su obra teatral Ubú President, sin ir más lejos, una parodia convertida en certeza recientemente.
Sabiduría. Oficio. Seriedad absoluta en el trabajo y contención. Nada de excesos, nada de alardes o barroquismos. Todo está estudiado y mesurado. En su obra no hay nada que no estuviera previamente planteado. Eso es lo que hay detrás de la preparación del teatro de Boadella. Un corsario que ajusta cuentas con el mundo en cada puesta en escena, siguiendo siempre un código de honor inquebrantable y al cual es absolutamente fiel su tripulación de actores. Y también un pintor abstracto que domina el arte figurativo, con sensibilidad y compromiso donde otros solo ven provocación, habiendo demostrado mucho más amor por su tierra que otros que con sus viles tintas trataron de vilipendiarlo.
Próximamente tendré el honor de publicar aquí en Zenda una extensa entrevista con este gran y necesario Artista.
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