El profesor e investigador Joaquín Riera Ginestar ha escrito el ensayo El arte del bien vivir (Almuzara, 2022), una obra en la que resume los principios del epicureísmo, su huella en la historia de la filosofía posterior, especialmente en el vitalismo nietzscheano, y su posible aplicación a los problemas de las sociedades contemporáneas posindustriales. El autor ha escrito este prefacio, que Zenda adelanta.
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Prefacio
En el libro cuarto de La Gaya Ciencia (1882), en el aforismo 341, Friedrich Nietzsche (1844-1900), tal vez el filósofo que más claramente ha captado el espíritu nihilista de la contemporaneidad, se refiere al «peso más grave», «el pensamiento de los pensamientos» o «pensamiento del eterno retorno», que le fue revelado «a primeros de agosto de 1881 en Sils-Maria (Suiza), a 6 000 pies sobre el nivel del mar y mucho más alto aún sobre todo lo humano»:
Qué pasaría si un día o una noche un demonio se deslizara furtivo en tu más solitaria soledad y te dijera: «Esta vida, tal como la vives ahora y tal como la has vivido, tendrás que vivirla no solo una, sino innumerables veces más; y no habrá nada nuevo en ella, sino que cada dolor y cada placer y cada pensamiento y suspiro y todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida tendrá que retornar a ti, y todo en el mismo orden y la misma sucesión —como igualmente esta araña y este claro de luna entre los árboles, e igualmente este instante y yo mismo. Al eterno reloj de arena de la existencia se le dará la vuelta una y otra vez —¡y tú con él, mota de polvo en el polvo!» ¿No te arrojarías entonces al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que te hablara así? ¿O acaso ya has vivido alguna vez un instante tan formidable en el que le hubieras respondido: «¡Eres un dios y nunca escuché algo más divino!»? Si ese pensamiento adquiriera poder sobre ti, te transformaría respecto de como eres y quizás te destruiría; la pregunta decisiva respecto a todo y a cada caso particular, «¿quieres repetir esto otra vez e innumerables veces más?», gravitaría sobre tu acción como la carga más pesada. ¡Cómo tendrías que quererte a ti y a la vida para no desear nada más que confirmar y sancionar esto de una forma definitiva y eterna!
Para Nietzsche, filósofo vitalista por excelencia, la asimilación consciente de una concepción del tiempo que acepta que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras, se repetirán eternamente, debe desencadenar en nosotros una transformación total en la manera de enfrentarnos con nuestra vida, afirmándola por encima de todas las circunstancias y teniendo presente siempre una pregunta ante todo lo que nos disponemos a hacer y por lo que atravesamos en nuestra existencia: ¿Es esto de tal modo que quisiera hacerlo y vivirlo infinidad de veces? Es decir, lo que hago o dejo de hacer, lo que, en definitiva siento, pienso y vivo desde mi interioridad hacia el exterior (y viceversa) por medio del juicio y la acción, ¿es de tal modo que lo quiera innumerables veces más, infinitamente?
Sin duda alguna la tesis nietzscheana del «eterno retorno de lo idéntico» (idea hipotética primero, dogmática después y finalmente —igual que el concepto de «superhombre» o «suprahombre»— ficción útil en el pensamiento de Nietzsche), más allá de su fundamentación científica, es la expresión de una reivindicación radical y total de una vida fugaz impregnada de placer y dolor que se convierte en lo Absoluto. Es una propuesta filosófica que invita a practicar el amor fati, esto es, no solo, como sucede con el estoicismo, a aceptar neutramente lo que acontece como algo necesario (adaptarse a las cosas ajenas a nuestra voluntad y no querer cambiarlas), sino también a desear intensamente, tal como es, el vasto encadenamiento de causas y efectos que escapa a nuestro control y conforma el tejido del mundo y de la existencia; desear que lo que sucede suceda como sucede; no desear sino lo que es; no contentarse con tolerar lo inevitable sino amarlo; conceder, en fin, nuestro «sí» a cada instante de nuestra vida y con ello a toda la existencia en su conjunto, con sus luces y sus sombras.
Esta filosofía nietzscheana afirmativa de la existencia tiene, dentro de la historia del pensamiento occidental, un precedente y un hito en el filósofo griego Epicuro, un sabio muy admirado por el pensador alemán y con quien compartía una salud precaria; una condición fisiológica que sin duda influyó en la formulación de las ideas de ambos hombres y en su concepción de la filosofía como herramienta práctica edificada sobre las necesidades del cuerpo y como medicina del alma, es decir, de la mente. Tanto Epicuro como Nietzsche, cuyas ideas respondían a la máxima de Voltaire (1694-1778) de que «la mayor preocupación y la única que debemos tener es la de ser felices», propusieron una filosofía (entendida como indagación que busca conocer racionalmente la realidad y desentrañar el pensar, sentir y obrar humano, encaminándolo hacia la verdad) desde la vida y para la vida; un pensamiento en acción orientado a que el hombre consiguiese vivir libre de todo temor y, por tanto, feliz. Esa filosofía surgió en unos momentos históricos de crisis y de desesperanza como solución a una problemática atemporal, esto es, la del anhelo de felicidad y el temor ante el futuro, el sufrimiento, la muerte y, en definitiva, el incierto destino del hombre. Se trata de los mismos temas que nos acucian aún hoy y ante los que cabe adoptar una postura vital conducente al bien vivir.
De la experiencia del momento histórico que les tocó vivir, ambos pensadores supieron extraer una consecuencia crítica sobre el existir personal, una visión del mundo que tal vez algunos puedan calificar de pesimista y que no es otra que la asunción de que no hay un sentido trascendente en el universo ni en la vida humana y que la sociedad con sus luchas y estructuras de poder amenaza el único bien auténtico del individuo: su libertad personal. En esa situación la filosofía se convierte en un arte de la desconfianza en los valores reconocidos por la retórica oficial y se refugia en la subjetividad individual. Es una filosofía que abandona la fe en las ideas trascendentes y acude al materialismo y al empirismo para edificar una comprensión de la realidad que concluye en una ética individualista (solo aparentemente) que sitúa la finalidad de la vida en la felicidad derivada de los placeres de este mundo, negando cualquier providencia trascendente así como sus nocivos efectos en forma de vanos temores y falsas esperanzas.
Es esta una respuesta al problema del vivir humano cuya radicalidad no puede ignorarse. Una solución demasiado humana y terrena para el sentir de algunos (élites socioeconómicas y políticas) que ha producido un fuerte rechazo hacia ambos pensadores y sus respectivas ideas y obras, calumniadas, perseguidas y manipuladas durante mucho tiempo, hasta convertirlos en algunos períodos de la historia en autores malditos y auténticos enemigos públicos, negadores de la trascendencia mundana y adversarios de la religión y del Estado. De Nietzsche y su pensamiento, analizado a partir de unas obras que se han conservado íntegramente, se ha escrito y dicho mucho desde el siglo XX, pero de Epicuro, en cambio, se conoce muy poco y sus escritos se han perdido casi en su integridad. En las líneas que siguen se intenta recuperar el legado de la sabiduría ética epicúrea conformada por un lúcido «arte del bien vivir» y se aspira a mostrar su posible y necesaria aplicación a la nihilista posmodernidad en la que nos ha tocado vivir para tratar de hallar, contra viento y marea, la felicidad en nuestra breve existencia.
Al hablar de la propuesta epicúrea de un «arte del bien vivir» el término «arte» debe entenderse como aquella actividad humana hecha con habilidad, talento, imaginación, esmero, dedicación y experiencia y, a la vez, como el conjunto de reglas necesarias para desarrollar de forma óptima dicha actividad. En este sentido, el proceso de aprender un arte puede dividirse en dos partes: una, el dominio de la teoría, y la otra, el dominio de la práctica. Primero debe adquirirse todo el conocimiento teórico, hecho que no comporta, en modo alguno, ser competente en un arte. Porque solo se llega a dominar un arte después de mucha práctica, hasta que finalmente los resultados del conocimiento teórico y los de la actividad práctica se funden en uno solo, la intuición, que es la esencia del dominio de cualquier arte. Pero aparte del aprendizaje de la teoría y la práctica, procesos en los cuales deben estar presentes la disciplina, la concentración, la paciencia y el cuidado, hay un tercer factor que es necesario para llegar a dominar cualquier arte y que no es otro que la asunción de que el dominio de ese arte debe ser un asunto de fundamental importancia, de manera que nada en el mundo debe ser más relevante que el arte que se quiere adquirir. A este respecto, Epicuro nos propone con su filosofía el aprendizaje y la aplicación práctica del que sin duda alguna es el arte más importante que se puede y se debe adquirir y ejercitar en nuestra breve existencia: el del buen vivir.
La sabiduría epicúrea está ahí, a nuestra disposición. Que podamos entenderla y veamos su utilidad para superar las contrariedades cotidianas y para lograr disfrutar del «ser» más que del «tener» derivado de un desaforado «querer» y «desear» es lo que pretende esta obra. Otra cosa distinta, que depende ya de la voluntad de cada cual, es la aplicación práctica de ese arte esencial para gozar de la vida en toda su plenitud. Esto no será posible mientras olvidemos que hay que tener para vivir, como ocurría en la era preindustrial, y no vivir para tener, como ocurre ahora, en la posmodernidad, determinando esta visión miope de la vida que las personas nos olvidemos de que somos esencialmente mucho más de lo que tenemos, del cargo que ocupamos o de lo que los demás piensan de nosotros. En este sentido, frente a la defensa acérrima por parte del materialismo capitalista del predominio del «tener» sobre el «ser», en lugar de valorarnos por lo que poseemos y representamos ante los demás deberíamos asumir que valemos por lo que somos natural y genuinamente nosotros mismos. Así, no deberíamos vender nuestra alma a lo meramente material y aparente, sino ser fieles a nuestra historia, idiosincrasia, forma de pensar, etc. Es decir, deberíamos, en definitiva, ser auténticamente libres y, por tanto, nuestros valores, decisiones y formas de ser y actuar propias deberían decir más de nosotros que lo que pretendemos mostrar que somos y que aquello que poseemos o fingimos tener en forma de bienes materiales o de cargos y poderes de diverso tipo. El epicureísmo nos da las claves para realizar ese cambio o transición del «tener» al «ser», pero queda la duda de si seremos capaces de aprender y aplicar su «arte del bien vivir» a nuestra existencia. Ello requiere analizar la realidad desde la lucidez del pensamiento crítico para poder desterrar una nociva configuración de la personalidad propia de la posmodernidad que aboca al hombre a experimentar un desánimo y una insatisfacción crónicos, a pesar de estar rodeado de variadas comodidades, bienes y servicios (algunos necesarios y muchos superfluos) que adquiere y consume con avidez en busca de una felicidad que se le resiste y para tapar el vacío existencial que le causa el incesante, indiscriminado, doloroso y estéril desear propio del hedonismo neoliberal.
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Autor: Joaquín Riera Ginestar. Título: El arte del bien vivir. Editorial: Almuzara. Venta: Todostuslibros
Este ameno e interesante ensayo, que resume con rigor y claridad y a la vez con ánimo divulgativo los principios del epicureísmo, su huella en la historia de la filosofía posterior, especialmente en el vitalismo nietzscheano, y su posible aplicación a los problemas de las sociedades contemporáneas posindustriales, muestra que las enseñanzas de su fundador, Epicuro de Samos (341-270 a.C), que llegó por primera vez a Atenas el año de la muerte de Alejandro Magno, es decir, hace más de 2.300 años, cuando la Grecia de las polis entraba en decadencia y comenzaba un profundo periodo de crisis, siguen siendo totalmente válidas hoy, en plena posmodernidad neoliberal.
El placer (hedoné) era el centro de la filosofía y la ética de Epicuro quien, en su escuela de Atenas, el Jardín, enseñaba que había que aprender a vivir logrando discernir entre los deseos adecuados e inadecuados con vistas a la obtención del mayor placer posible y, con él, de la felicidad (eudaimonía). Ahora bien, Epicuro no hablaba de los goces obtenidos a costa de grandes males posteriores, sino de unos placeres más sencillos, casi frugales, al alcance de todos y que, sin embargo, podían ayudar a lograr una vida feliz y alejada de los dolores del cuerpo y de las perturbaciones del alma.
Como lo señala el autor, el hedonismo clásico, a diferencia del contemporáneo, se enmarcaba bajo unos principios racionales y consideraba la realización del placer no como un escape anestésico y efímero de la realidad, sino como un estado natural y estable libre de perturbaciones, un estado de tranquilidad y equilibro entre el cuerpo (aponia) y la mente (ataraxia) caracterizado por la ausencia del dolor. La contemporaneidad en la que estamos inmersos, sin embargo, ha asumido la felicidad como el goce apremiante e incesante de placeres variados y efímeros y esta obsesión hedonista-consumista ha provocado que el proceso de realización personal, moldeado por la publicidad, se torne hiperpresentista, hiperindividualista y subjetivo, convirtiendo los placeres en fugaces y totalmente insatisfactorios. En este sentido, los placeres en la posmodernidad no se entienden como satisfacción de una necesidad real, sino como la obtención de aquel producto que representa la fantasía y la ilusión concretadas.
En definitiva, este recomendable libro del profesor Riera es una obra adecuada para conocer, desde el prisma de la filosofía clásica helenística, otra manera de alcanzar la felicidad en tiempos turbulentos y nihilistas sin dejarse desasosegar precisamente por la búsqueda compulsiva de esa felicidad (happycracia) y sin identificarla con la vana, alocada y dolorosa obtención de placeres de rápido consumo.
Dentro de mi asumida postura de escepticismo permanente, al leer solamente el título, mi primer pensamiento es que este libro es uno de los tantos de autoayuda encaminados a aconsejar que seamos políticos, dentro del mal concepto de «vivir bien» que tienen dichis especímenes. Pero no, falsa alarma. Se trata de lo contrario: el buen concepto de vivir bien, el concepto ético.
Excelente reseña. Porque este vivir bien epicureista, puede ser el camino a la felicidad, esa cierta felicidad que da el ser conscientes de la propia infelicidad, huyendo de lo fútil, transitorio y efímero y entendiendo que los placeres mundanos, materiales, cuanto más intensos, más insatisfacción crean.
Se menciona el desear propio del hedonismo neoliberal pero falta mencionar, para mi gusto, desde mi punto de vista epicureusta, el desear propio del izquierdismo posmoderno y buenista. Es refrescante volver a leer y a entender a los clásicos, siempre actuales, prescindiendo de las relativistas ideas posmodernas que lo único que conllevan es la falta de identificación de cualquier referente, la falta de identificación social, cultural, histórica e incluso personal y, como consecuencia, el cultivo del arte del mal vivir. Como quizás diría Bauman, de un vivir líquido, sin sustancia, de un vivir corrompidamente político.