La trastienda de los servicios de inteligencia es un recuento de hechos reales, algunos de ellos ficcionados, en los que Fernando San Agustín ha participado como agente de inteligencia.
El autor cuenta en primera persona las operaciones que ha realizado desde mediados de los años 60, cuando terminó el servicio militar y fue reclutado para ser un agente de inteligencia. El protagonista es el mismo autor con diferentes nombres, según cada operación. Cuenta cómo ha participado en diferentes operaciones antiterroristas en la lucha contra ETA, cómo intentó convencer a miembros de ETA sin delitos de sangre para alejarles de la lucha armada, crearles una nueva identidad y enviarlos lejos de España. Cómo se infiltró para conseguir información de alto nivel y evitar atentados. También cómo participó en una operación en el Vaticano para limpiar la corrupción de algunos cardenales y obispos.
Fernando San Agustín apunta en Zenda algunas de las claves de la escritura de La trastienda de los servicios de inteligencia (Roca).
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Creo que todos tenemos alma de titiritero o marionetista. Necesitamos decir lo que pensamos, lo que deseamos hacer o lo que hemos hecho, pero por vergüenza o por timidez, nos sentimos incapaces de revelar nuestro interior o la realidad de nuestra vida, amén que el secreto profesional te lo impide.
El teclado no es otra cosa que los hilos mediante los cuales se da vida a los personajes —marionetas que protagonizan La trastienda de los servicios de inteligencia—.
El autor cumple con la vocación de titiritero, porque le falta valor de reconocer la realidad, que en ocasiones —muy raras— puede merecer el aplauso, pero en la mayoría de ellas está justificado el rechazo, al caminar por las sendas del engaño, la mentira, el no respetar las normas, la estafa espiritual, el amor fingido o interesado, el acoso, el abuso de confianza, etc.
Las marionetas, los títeres, están convencidos de que todo lo anterior lo hacen en beneficio de la sociedad, de la democracia, del país y de su integridad.
Un día, posiblemente en un entreacto, las marionetas perciben que la finalidad de su trabajo no es el bien de la sociedad, ni de la democracia o la libertad, pues el resultado del difícil, costoso y en ocasiones arriesgado trabajo va a parar a manos de un gobierno que los utilizará o no, lo tendrá en cuenta o hará caso omiso, según le convenga a su acción política, a su permanencia en el puesto, a su prestigio personal, al ser el primero en enterarse y ofrecer la primicia a quien quiera “epatar”, pero pocas veces será utilizado para el fin que se solicitó.
¡Pobres marionetas! Tan alejadas del brillo y el esplendor de las películas, donde con una sesión de sexo, unos disparos certeros, unas veloces carreras en magníficos coches, unas amenazas feroces que se convierten en confesiones inmediatas, consiguen en unos pocos días salvar al mundo de una terrible amenaza.
Las marionetas recuerdan que, en un hábil interrogatorio de la policía, un delincuente callejero llegó a confesar ser el autor de la muerte del torero Manolete. Piensan que el interrogador bien pudo ser un apuesto agente secreto con licencia para matar.
Las marionetas desearían solicitar del espectador el aprecio y el respeto que merecen esos hombres grises. Que están obligados a ser más que grises, invisibles, en todos los aspectos de su vida: familiar, social y profesional, pues es el camino que te acerca al éxito, junto a la persistencia, la paciencia, la permanente observación, y la oportunidad de sus acciones.
Son trabajos sin horas, sin fines de semana, ni días festivos, y sin ninguna de las ventajas que goza quien tiene un destino con una mesa de taller o de trabajo.
La novela es un intento divertido de un trabajo que no lo es. Es la descripción de unas acciones que pudieron ser así de brillantes, bien cerradas y resultonas, pero que no lo fueron. Son relatos, que algunos bien los pudo hacer un periodista, y sin duda lo hubiera hecho mejor, pues el periodista puede preguntar, sabe cómo hacerlo y tiene el sexto sentido para saber cuándo el personaje guarda algo más en las contestaciones tenues o excesivamente expresivas, pero los periodistas de esa categoría no se venden, y la “marioneta” no puede hacerlo tan bien.
El telón del teatrillo de marionetas se cierra. En la oscuridad del escenario queda el titiritero triste y decepcionado, no por lo que ha contado a través de sus títeres, sino por darse cuenta que es él quien está sujeto por unos hilos que maneja desde una cómoda poltrona un director, a éste un ministro, a éste un jefe de Gobierno y a todos, los responsables del futuro económico de la sociedad.
Amanece. El agente coge el carro de las herramientas para limpiar cristales, trabajo que encubre su verdadera función, pero que le permite moverse, contactar, justificar su presencia, tener coartada cuando la seguridad del país le interroga sobre hechos, dichos o intentos. Y lo hizo, dijo o intentó por exigencia de su gobierno, para el bien de la sociedad, de la democracia o la libertad.
Mientras la esponja reparte jabón por la cristalera, la marioneta sabe que probablemente todos esos fines no son verdad.
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Autor: Fernando San Agustín. Título: La trastienda de los servicios de inteligencia. Editorial: Roca. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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