No hay ninguna duda de que El banquete es el diálogo platónico más rico tanto en lo tocante a la temática como a la escenografía y los personajes. Ahora llega una nueva edición a cargo de Óscar Martínez García, con un posfacio de Martha C. Nussbaum.
En Zenda reproducimos las primeras páginas de El banquete (Arpa), de Platón.
***
Apolodoro: Me parece que no estoy mal preparado para contestar a vuestra pregunta. El caso es que hace dos días subía desde mi casa de Falero a la ciudad, cuando un conocido mío, al verme por detrás, me llamó a lo lejos y me saludó en tono de broma:
Así que me detuve a esperarlo y me dijo:
—Precisamente, Apolodoro, te andaba buscando hace un rato porque me apetecía informarme sobre la reunión que tuvieron Agatón, Sócrates, Alcibíades y el resto de gente que asistió en aquella ocasión al banquete, y sobre cuáles fueron sus discursos a propósito del amor. Alguien que los había escuchado por boca de Fénice, el hijo de Filipo, me los contó, y me dijo que tú también los conocías, pero como no supo referirme nada con detalle, cuéntamelos tú, ya que eres el más indicado para reproducir las palabras de tu amigo. Pero, antes de nada —añadió—, dime: ¿estuviste tú en persona en esa reunión o no?
A lo que yo contesté:
—Es evidente que el que te lo contó no te ha sabido decir nada con exactitud si crees que esa reunión por la que preguntas se produjo hace tan poco tiempo como para que yo pudiera asistir.
—Pues eso pensaba —respondió.
—Entonces, ¿de dónde te sacas eso, Glaucón? —dije—. ¿No sabes que hace ya muchos años que Agatón no vive aquí y que desde que frecuento la compañía de Sócrates y me ocupo día a día de conocer cada cosa que dice o hace aún no han pasado ni tres años? Hasta ese momento yo iba dando tumbos de un lado a otro, y aunque pensaba que lo que hacía tenía importancia, en realidad era más digno de lástima que cualquiera, no menos que tú ahora mismo, que crees que es necesario ocuparse de cualquier cosa antes que de la filosofía.
A lo que replicó:
—No te burles de mí, y dime cuándo se celebró esa reunión.
Y entonces le dije:
—Cuando éramos todavía unos críos; cuando Agatón venció con su primera tragedia; un día después de que celebrara con los miembros del coro los sacrificios por la victoria.
—¡Vaya —contestó—, parece que hace bastante tiempo! Entonces, ¿quién te lo contó a ti?, ¿el propio Sócrates?
—Por Zeus que no —respondí—; fue el mismo que se lo contó a Fénice, un tal Aristodemo, de Cidateneo, uno bajito que siempre va descalzo, y que había asistido al encuentro porque era uno de los enamorados más devotos de Sócrates por aquel entonces, según creo. No obstante, con posterioridad he consultado a Sócrates alguna de las cosas que escuché de Aristodemo y me confirmó punto por punto su relato.
—Entonces —dijo—, ¿por qué no me lo vas contando? Después de todo, el trayecto a la ciudad es idóneo para hablar y escuchar mientras caminamos.
De modo que mientras caminábamos entablamos una conversación sobre ello, y es por eso por lo que, como te dije al principio, no estoy mal preparado al respecto. Luego si es preciso que os lo cuente a vosotros también, así se hará. Además, por lo que a mí respecta, siempre que hablo sobre cuestiones de filosofía o escucho a otros hacerlo, aparte de pensar que me reporta cierto provecho, disfruto enormemente. En cambio, cuando se trata de otras cuestiones, concretamente las vuestras, las de los ricos y hombres de negocios, me agobio y me compadezco de vosotros, amigos, porque creéis que estáis haciendo algo de vital importancia, pero en realidad no lo hacéis. Puede que a su vez vosotros penséis de mí que soy un infeliz, y creo que vuestra creencia es cierta; yo, sin embargo, no es que lo crea de vosotros, sino que lo sé con certeza. Amigo: Siempre estás igual, Apolodoro; siempre andas hablando mal de ti mismo y de los demás; me parece simplemente que nos consideras a todos, menos a Sócrates, unos desgraciados, empezando por ti mismo. Ignoro por completo de dónde sale ese mote de «el Blando» con que se refieren a ti, porque en tus conversaciones siempre te comportas de una forma muy agresiva tanto contigo mismo como con los demás, excepto con Sócrates.
Apolodoro: Queridísimo mío, ¿acaso resulta tan evidente que, con esta actitud hacia mí y hacia vosotros, estoy loco y desvarío?
Amigo: No merece la pena discutir ahora sobre esto, Apolodoro. Cíñete a lo que te hemos pedido, no a otra cosa, y cuéntanos cómo fueron esos discursos.
Apolodoro: De acuerdo, entonces; fueron más o menos así, pero mejor si trato de contároslo desde el principio, tal y como Aristodemo me lo contó a mí. Me dijo, en efecto, que se encontró con Sócrates cuando acababa de darse un baño y se había puesto unas sandalias, cosas que rara vez hacía; y al preguntarle adónde iba tan arreglado, este le contestó:
—A una cena donde Agatón, porque ayer me escabullí de él en la celebración de su victoria por temor a la muchedumbre y quedé en visitarlo hoy. Por eso me he puesto elegante, para ir guapo a casa de un hombre hermoso. [b] Y tú —añadió—, ¿cómo verías eso de venir sin estar invitado a la cena? ¿Te apetece?
—Yo haré como tú mandes —me dijo Aristodemo que le respondió.
—Acompáñame, entonces —replicó Sócrates—, y así podremos echar por tierra, mediante una modificación, el refrán ese de que a los banquetes de Agatón acuden por su cuenta los nobles. Lo cierto es que Homero no solo casi lo echa por tierra, sino que incluso puede que se burle de dicho refrán al mostrarnos a Agamenón como a un hombre excepcionalmente bueno [c] en lo referente a la guerra, y a Menelao como a un tierno lancero; pues cuando Agamenón ofreció un festín en ocasión de un sacrificio, hizo que Menelao acudiera a la comida sin haber sido invitado, de modo que el peor acudió al banquete del mejor.
(…)
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Autor: Platón. Título: El banquete. Traducción: Óscar Martínez García. Editorial: Arpa. Venta: Todos tus libros.
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