Hace tiempo que una noticia no me afectaba tanto. A la muerte de Casto le sobreviene la clausura de El Bar Palentino. Y yo creo que Madrid no vuelve a ser el mismo. El cierre del Palentino es de estas cosas que no deberían ocurrir nunca. Es un sentimiento hecho del olor a las tostadas y el café. Del olor de la noche, de los sol y sombra, de los pepitos de ternera.
Es el buen trato, la convivencia con todo el abanico étnico y social de Madrid. Y es un barrio que ya no vuelve a ser el mismo. El Palentino era el último reducto auténtico de Malasaña.
Testigo de prostitutas, magrebíes y jeringas que la nueva barriada hipster no va a ver. También testigo del rock de Malasaña en la figura de Turmix, Josele, Corcobado, Guille Martín y Julián Infante; tatuadores, artistas, micro-poetas, actores y pintores… El réquiem al Palentino suena fuerte, como un trueno, y se escucha en todo Madrid. Porque la ciudad cambia y no vuelve a ser la misma. Un ruido fuerte que nos recuerda al tiempo transcurriendo. Ay, Palentino y desayunar al mediodía.
Donde limpiaron mis vómitos sin una palabra de reproche, adonde siempre era bienvenido. Donde desayunaba y pasaba la tarde, adonde siempre volví cuando me fui a dormir a otros barrios.
Huérfano de El Palentino escribo desde la distancia, sin siquiera poder llegar corriendo para dar un beso y un abrazo a los últimos testigos del tiempo.
Quisiera estar en Madrid para llevarme sillas, tazas de café, la maquina de hacer zumo de naranja, aquella plancha de un millón de desayunos… y vivir con my own private Palentino como si todo siguiera en el mismo lugar.
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