Foto: Daniel Mordzinski
“¿Siguen viviendo pájaros entre las vigas de madera del techo en tu casa de Zalduondo?”, —le pregunté a Bernardo Atxaga al final de la entrevista que publiqué en Zenda el jueves pasado—, y él, riendo, me respondió: “En la casa de Zalduondo hemos vivido un montón “de gente”, 15 o 20 golondrinas, por lo menos. Antes vivíamos con murciélagos, y una vez intenté echarlos pero no se iban, y un día, haciendo una obra, sonó tal ruido que se fueron todos y no han vuelto. Esa casa, con las vigas de madera en el techo, es como un barco al revés».
—Un barco ebrio, le dije.
—Sí, —contestó— Le bateau ivre, aunque mi preferido es Baudelaire, y bueno, Verlaine, Rimbaud también…
Dicen que los amigos están para echar una mano. En mi caso hay uno que nunca falla. Se llama Daniel Mordzinski. Nada más leer la entrevista me envió esta foto —emocionante— en la que Atxaga, en medio de su bateau ivre personal, su “Idaho privado”, mira los libros y piensa… Pero Le bateau ivre es un poema de Rimbaud, cien versos escritos hace más de cien años, cuando el poeta francés tenía solo diecisiete. Un poema que le sirvió de carta de presentación para el que sería luego su amante, monsieur Verlaine. Aquella voz de Rimbaud, modulada en alejandrinos, está tan ebria como el bote en el que navega; un bote ebrio…, de agua, a la deriva, como su vida.
Pero Bernardo Atxaga, en su bateau ivre, no pensaba en Rimbaud. Tal vez pensara en Las flores del mal, de Baudelaire, puede que en su “Himno a la belleza”: Viens-tu du ciel profond ou sors-tu de l’abîme, / Ô Beauté?
“¿Vienes del hondo cielo o sales del abismo, / Belleza?”
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