He aquí un libro, La casa holandesa, tan hipnótico y memorable como la enigmática mansión que lo protagoniza. Uno puede devorar párrafos y párrafos hasta culminar las 389 páginas que Ann Patchett nos sirve en bandeja sin que, ni durante la lectura ni al terminarla, se nos vaya de la cabeza esa casa de envergadura, estilo y decoración holandesa que, de un matrimonio venido a menos, los Van Hoebeek, pasó al patriarca de la familia a la que vamos a acompañar en una trama siempre rizada, contagiosa y envolvente. Lo haremos de la mano de Dany, un certero narrador que nos atrapa desde el instante de su niñez en que una madrastra entra en su casa con su padre (¿viudo, divorciado, abandonado?, aún no lo sabemos, pero nos urge saberlo) hasta el repaso gradual de su indefensión, su orfandad, su expulsión y su construcción como adulto en medio de los fantasmas desmoralizantes de su historia objetiva, de los cuidados de su única hermana —gran, inmenso personaje— y del mosaico de gestos, recuerdos y voces que aparecen y desaparecen de quienes fueron testigos del pasado, del presente y de un futuro que, sin embargo, aprenderá a forjar.
Pero expliquemos primero algo básico: conocí a Ann Patchett (Los Ángeles, 1963) hace un par de años en Parnassus Books, una librería que la autora levantó en Nashville (Tennessee) cuando supo que prácticamente todas las existentes habían desaparecido en esta potente ciudad, donde vive. Patchett se ha convertido allí en anfitriona de eventos culturales, veladas poéticas y presentaciones, y su hermosa librería es estandarte de un mundo que lucha contra su fin. Como hacemos todos. Y como hacen los protagonistas de sus libros.
Por aquellos días, la multipremiada Patchett había publicado en España Comunidad (también AdN), un grito privado por la construcción individual y la supervivencia moral en medio de familias desechas y rehechas una y otra vez, de las que siguen adelante sin conocer herramientas ni respetar libros de instrucciones. Y esa suerte de determinismo amenazante que sufren los hijos marcados por matrimonios parentales, por distancias físicas enormes entre los sujetos de las filias y las fobias, por madrastras, hermanastras o madres que te abandonan vuelve a ser importante en La casa holandesa, un novelón con aroma a las hermanas Brontë pero ubicado en la Filadelfia y el Nueva York del siglo XX.
Como ocurrió en Comunidad, la estructura es sorprendente. Si allí era gradiente y circular, aquí el ritmo literario se mueve al son de la memoria, de las idas y venidas que fluyen con los recuerdos fragmentarios como cristales de un caleidoscopio que puede cambiar de figura en cada movimiento. No hay grandes certezas que sobrevivan en el caleidoscopio, salvo la constatación de que el objeto es un caleidoscopio en sí. El caleidoscopio permanece.
Lo mismo ocurre con esa mansión holandesa en Filadelfia, que presenta estampas, luces, bríos o apagones vitales distintos según la época, los testigos o los ojos de quienes la miran. Para el pequeño Dany era ese paraíso donde acaso había suficiente con su hermana, dos criadas amorosas y un padre que le llevaba los sábados a cobrar el arriendo a los inquilinos. Para Maeve, la hermana mayor, era el territorio del amor de su madre perdida, del abandono que sufrió después y, más tarde, de la venganza como bandera vital.
Y es así como lo que pudo ser un golpe también pudo ser un accidente. Lo que pudo ser terror pudo también ser amor. Lo que pudo ser muerte también pudo ser vida. Y lo que pudo ser pletórico también pudo ser vacío. Un vacío colosal, un abismo incomprensible entre la riqueza asegurada y la obligación de rehacer las vidas ante los cambios imprevistos. Una y otra vez. Con memorables visitas frecuentes de ambos hermanos, no a la casa, sino a la calle desde la que se contemplaba la casa enajenada, para contemplarla desde el coche y fumar entre promesas de dejar de fumar mientras repensaban el pasado y el presente.
Ternura a paletadas. Sabiduría en dosis invisibles. La casa holandesa es un nuevo hogar, un lugar emocional donde vivir y una nueva casa literaria: después de terminarlo, el mayor deseo es volverlo a empezar.
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Autora: Ann Patchett. Título: La casa holandesa. Editorial: AdN. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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