Cuando por el retrovisor de la vida se pone el foco en los «ángulos muertos» de la sociedad con una visión irónica salen novelas como El calentamiento global, un mordaz relato de Daniel Ruiz sobre la gestión medioambiental de una empresa energética instalada en una sociedad hipócrita.
La costa gaditana ha sido el lugar elegido por el escritor sevillano Daniel Ruiz (1976) para situar una de las plantas de Oilgas, un gigante del sector petroquímico que sufre la muerte de uno de sus trabajadores, la chispa que enciende este relato inflamable en el que sus personajes encarnan la «devaluación del discurso» político y social y hacen que el lector ponga en tela de juicio el éxito. Así lo describe Ruiz en una entrevista con Efe en la que reconoce que ya con el título usa la ironía —»síntoma de las personas inteligentes»— para tamizar una historia en la que con el trasfondo de los problemas medioambientales de una localidad ficcionada (Pico Paloma) dibuja una sociedad de perdedores que también se «calientan al chocar entre sí».
«Me gusta poner el foco sobre los ángulos muertos, que son los que pueden provocar un accidente. Y al final la literatura es un asentamiento muy interesante para el retrato de los perdedores«, ha contado acerca de este retrato coral de hombres, mujeres y niños llevados al límite, miembros de una sociedad cuyo retrato, sin necesidad de rascar mucho, se reconoce rápidamente. Así, tras la muerte por accidente laboral de un trabajador de mediana edad en esta planta petroquímica entran en juego un ramillete de perfiles identificables, como el alto ejecutivo de Oilgas Federico Castilla, una «especie de colono que va acumulando mujeres» o Amanda, una cantante de hotel que cae en sus garras mientras lucha por superar un pasado de maltratos.
Y para sumar al perfil social y coral de El calentamiento global (Tusquets), en este turbio asunto de la muerte de un trabajador entra en juego Berta, una joven becaria periodista con espíritu del «15-M» que lucha por sacar a la luz la verdad de la muerte de su tío, así como las prácticas mafiosas no solo de Oilgas, sino de todas las instituciones y empresas que se dejan sobornar por ella. Un personaje en el que hay mucho de la joven activista sueca Greta Thunberg, alguien que utiliza también el periodista para criticar a los nuevos líderes de opinión y las nuevas formas de hacer periodismo. «Su papel —describe sobre Thunberg— es loable pero ahora encumbramos a una niña como símbolo y me preocupa porque yo vengo de otros tiempos en los que los prescriptores eran de otro perfil (científicos, filósofos…) y ahora que sea una niña me parece preocupante porque es una devaluación clara del discurso que viene, que tiene un tercio de trazo de ‘Mister Wonderful'». Por eso considera, y de nuevo vuelve a criticar, que esta «filosofía de lucha» contra el cambio hace que se deposite en el ciudadano «toda la responsabilidad», cuando tendrían que ser los gobiernos y las empresas quienes lo asumieran.
Y es que el ganador del Premio Tusquets de Novela dibuja esa «sociedad pancista» —como así dice que la califica su padre—, esa que pese a vivir en un polo químico mira de lado las cuestiones más importantes como la salud, y pone en tela de juicio la «inmoralidad» de esa industria que «unta de manera elegante» a todo ese tejido social que la rodea. Algo que se puede percibir en Cádiz o Huelva, pero que se repite en otros muchos puntos del litoral español, cuenta. «Hay una orientación a utilizar el discurso de la responsabilidad social que pretende silenciar voces para que no estallen las crisis. Pero la sociedad también tienen responsabilidad, aunque parece que está dispuesta a vivir en silencio como las hemorroides», concluye.
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