Acaba de publicarse El canon oculto (Crítica abril 2024), en el que el historiador y académico José Manuel Sánchez Ron ha seleccionado y comentado los, en su opinión, 100 libros de ciencia más importantes de la historia. ZENDA recoge aquí el comienzo de la “Introducción”, así como uno de los capítulos, el protagonizado por el libro del médico inglés, y pionero en la vacunación, Edward Jenner (1749-1823): An Inquire into the Causes and Effects of the Variolae, a Disease Discovered in some of the Western Countries of England, particularly Gloucestershire and known by the name of The Cow Pox (Una investigación sobre las causas y efectos de la variola, una enfermedad descubierta en algunos condados del oeste de Inglaterra, en particular; 1798). Una muestra de la riqueza de esta obra, que no conoce análogo ni en español ni en otras lenguas, en la que aparecen libros de, entre muchos otros, Aristóteles, Ptolomeo, Galeno, Copérnico, Galileo, Newton, Lavoisier, Linneo, Cuvier, Gauss, Darwin, Humboldt, Maxwell, Ramón y Cajal, Pavlov, Einstein, Schrödinger, James Watson, Rachel Carson, Dian Fossey, Sagan, Dawkins, Hawking y Oliver Sachs.
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INTRODUCCIÓN
Este libro es fruto de una vida, de mis lecturas a lo largo de los años, y de un compromiso, ¿moral?, el de rebatir la tan extendida costumbre que conforma los cánones de lo mejor que la humanidad ha producido a lo largo de la historia incluyendo únicamente obras de literatura, con ocasionales textos de filosofía e historia. Con la excepción de The Origin of Species de Charles Darwin, rara vez asoman en esos cánones textos de ciencia, como si la lectura, el conocimiento de éstos no formase parte de la Cultura, y no pudiesen dar a sus lectores placer, además de acceso a lo mejor de la sabiduría que los humanos han producido.
Quiero cumplir con este compromiso personal antes de que mis días se acorten, mi memoria se nuble y mi ánimo se vaya derritiendo. Así será, en qué medida, por supuesto no lo sé. He necesitado de días completos, de memoria fiable y de ánimo suficiente para compilar este canon de cien libros de ciencia que estimo merecen no ser olvidados y, si es posible, leídos. Se trata, debería ser innecesario decirlo, de una selección personal, idiosincrásica y, sin duda, escorada hacia lo que se denomina “Occidente”, pero abrigo la esperanza de que aunque otros juicios no compartan mis elecciones y echen en falta algunos títulos y autores, los que aquí aparecen no dejen de merecerlo.
Me apresuro también a decir que en modo alguno pretendo minusvalorar las obras de esos otros cánones más frecuentes, los literarios. ¿Cómo negar la importancia que han tenido las obras que incluyen? ¿Cómo olvidar a Homero, Dante, Teresa de Jesús, Cervantes, Shakespeare, Goethe, Dickens, Dostoyevski, Virginia Woolf, Kafka, Brecht, García Márquez y tantos otros? ¿O a Platón, Herodoto, Montaigne, Voltaire, Kant, Gibbon, Adam Smith, Malthus, Marx, Toynbee, Isaiah Berlin y Gombrich? Lo único que pretendo es recordar que la ciencia no es, en absoluto, menos importante; de hecho, a la larga, cuando el tiempo se haya extendido tanto que el pasado sea necesariamente una tenue sombra de lo que fue, acaso se cumpla el vaticinio que el matemático G. H. Hardy —protagonista del capítulo 83 — realizó en un emocionante libro, A Mathematician’s Apology (1940): “La matemática griega es ‘permanente’, más permanente incluso que la literatura griega. Arquímedes será recordado cuando Esquilo haya sido olvidado, porque los idiomas mueren pero no las ideas matemáticas. «Inmortalidad» puede ser una palabra estúpida, pero probablemente sea un matemático quien tenga la mejor oportunidad de comprender lo que quiere decir”. Y quien dice “matemática” puede decir, aunque sus contenidos, sus leyes sean más cambiantes, física, química, biología o cosmología, las ciencias más fundamentales.
He procurado seleccionar para este canon, libros que sean lo más “accesible” posible al común de los lectores, pues bien sé que la ciencia requiere de ciertos conocimientos especializados. Algunos, es inevitable, no cumplen este requisito, pero espero que mis explicaciones —y los textos que cito de ellos, que creo representativos de su contenido —subsanen semejante problema, porque de lo que estoy seguro es de que todos los incluidos merecen ser conocidos: forman parte de lo mejor que la humanidad ha producido. Si la buena literatura, las “vidas virtuales” que crea, nos muestra cómo somos, con nuestras miserias y grandezas, la ciencia nos revela que somos capaces de ir más allá de lo que nos permiten las impresiones de nuestros limitados sentidos, nos permite liberarnos de los mitos, de los condicionamientos atávicos, que han condicionado, y seguramente malgastado, tantas existencias. Es la ciencia la que nos hace reflexionar profundamente sobre lo que en realidad somos.
La buena literatura, la buena filosofía y la buena historia deben permanecer en la memoria de la humanidad, renovándose su lectura generación tras generación, pero lo mismo —acaso más— tiene que suceder con los grandes libros de ciencia, incluso aunque sus contenidos hayan sido superados, porque la ciencia no es estática, es dinámica, va corrigiéndose y ampliándose constantemente. En esas obras que fueron capitales para el devenir de la humanidad encontramos ideas, idiosincrasias, esfuerzos, programas, aciertos, errores, construcciones mayestáticas, o revelaciones otrora inimaginables, de lo que existe, o de cómo se comporta la naturaleza.
Además de contribuir a esculpir la historia, los grandes libros de la ciencia poseen sus propias, específicas, historias, de las que me he esforzado por ofrecer algunos detalles, que las más de las veces se pierden en los desagües del pasado, arrinconados por la luz que emiten los contenidos de esos textos.
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Capítulo 49
LA VACUNACIÓN:
AN INQUIRE INTO THE CAUSES AND EFFECTS OF THE VARIOLAE VACCINAE (1798) DE EDWARD JENNER
Todas las ciencias nos han dado a los humanos innumerables beneficios, pero la medicina es muy especial, pues en ella depositamos nuestras esperanzas de librarnos de las enfermedades e incidencias diversas que afectan a nuestros cuerpos. Como veremos en un capítulo posterior, el siglo XIX trajo avances fundamentales en este sentido, pero ya antes, a finales del siglo XVIII, se encontró un método para prevenir un tipo de enfermedad muy devastadora, como era la viruela, comenzando así una nueva era: la de las vacunas. Su presentación, digamos, “pública”, fue a través de un libro del médico ingles Edward Jenner (1749-1823): An Inquire into the Causes and Effects of the Variolae, a Disease Discovered in some of the Western Countries of England, particularly Gloucestershire and known by the name of The Cow Pox (Una investigación sobre las causas y efectos de la variola, una enfermedad descubierta en algunos condados del oeste de Inglaterra, en particular en Gloucestershire y conocida con el nombre de viruela de la vaca, 1798).
Lo que ahora conocemos como “vacunación”, (la palabra deriva del latín vaccinae, que quiere decir “de la vaca”), un procedimiento para estimular la producción de anticuerpos, no nació entonces. Parece que ya en el siglo X se practicaba en China algún tipo de inoculación con polvo de pústulas secas de viruela, y más adelante los turcos combatían esta enfermedad tomando muestras del contenido de las pústulas de los casos moderados de viruela e inoculándolas a personas sanas. La arriesgada práctica llegó a oídos de la esposa del embajador de Inglaterra en Constantinopla, lady Mary Wortley Montagu (1689-1762), quien en 1718 la difundió en el Reino Unido a través de sus contactos políticos y médicos, aunque no era infrecuente que algunas de las personas con las que se utilizaba el método fallecieran. El responsable de la introducción de la vacunación contra la viruela a gran escala fue Jenner, con una variante del método que difundió Montagu, ya que no inoculaba el contenido purulento de las vesículas de la viruela humana, sino el de las ampollas que se formaban en las vacas con viruela (la viruela vacuna la produce un virus diferente al de la viruela humana, pero provoca reacciones inmunitarias eficaces contra esta última). Además, y esto es muy importante, no tomaba muestras hasta el séptimo día de la aparición de las pústulas en las vacas, es decir, cuando el germen había perdido parte de su virulencia. Consciente o inconscientemente, Jenner había descubierto el principio de la vacunación por gérmenes debilitados. De esta manera, y aunque no se poseía ningún modelo del mecanismo mediante el que se producía la infección, ni sobre cómo funcionaba la inmunización, la idea de que la inoculación con un germen debilitado podía ayudar al organismo a defenderse de él se vio reforzada. Ya en la “Dedicatoria” al médico Caleb Hillier Parry (1755-1822), que Jenner incluyó en An Inquire into the Causes and Effects of the Variolae, explicaba lo que pretendía:
”A C. H. PARRY, M. D.
EN BATH
Mi querido amigo,
En la presente era de investigación científica es sorprendente que una enfermedad de naturaleza tan peculiar como la viruela vacuna [Cow Pox], que ha aparecido en este país y en países cercanos durante tal cantidad de años, haya escapado tanto tiempo sin recibir atención. Encontrando las nociones dominantes sobre el tema, tanto entre hombres de nuestra profesión como en otros, extremadamente vagas e indeterminadas, y pensando que los hechos pueden parecer de entrada tanto curiosos como útiles, he instruido una estricta investigación sobre las causas y efectos de esta singular enfermedad, en la manera en que me lo han permitido las circunstancias locales.
Las páginas siguientes son el resultado, que por motivos de la consideración más afectuosa están dedicados a usted, por
Su sincero amigo
EDWARD JENNER
Berkeley, Gloucestershire
28 de junio, 1798
La desviación del hombre del estado en el que fue situado originariamente por la naturaleza parece haberle demostrado ser una prolífica fuente de enfermedades. Del amor al esplendor, de las indulgencias del lujo, y de lo que se necesita para el entretenimiento, se ha familiarizado con un gran número de animales, que inicialmente no se había previsto que fueran sus asociados.
El lobo, desarmado de su ferocidad, se acuna ahora en el regazo de la señora. El gato, el pequeño tigre de nuestra isla, cuyo hogar natural es el bosque, está igualmente domesticado y cuidado. La vaca, el cerdo, la oveja y el caballo, todos han sido traídos, por varias razones, a su cuidado y dominio.
Existe una enfermedad a la que el caballo, debido a su cuidado y domesticación, frecuentemente padece. Los granjeros la han denominado la Grease [dermatitis de cuartilla o fiebre del barro]. Es una inflamación y terrible hinchazón que produce materia que posee propiedades de una clase muy peculiar, y que parece capaz de generar una enfermedad en el cuerpo humano que es tan parecida a la viruela que creo que puede ser la fuente de esta enfermedad.”
Y continuaba con otros ejemplos de enfermedades provenientes de animales, lo que ahora llamamos zoonosis. Y un poco más adelante presentaba algunos ejemplos, de los que únicamente citaré el primero:
“Diferentes especies de materiales infecciosos, al ser absorbidos por el organismo, pueden producir efectos en cierto modo similares, pero la singularidad del virus de la viruela vacuna es que la persona que ha sido infectada por él está libre para siempre de la infección de la viruela: ni la exposición a las emanaciones variólicas, ni la introducción de la sustancia mórbida en la piel le producirán este mal.
Para apoyar este hecho tan extraordinario expondré a mi lector gran número de casos.
CASO 1.- Joseph Merret, ahora segundo jardinero del conde de Berkeley, vivía en el año 1770 como sirviente en casa de un granjero vecino de esta localidad. Ocasionalmente ayudaba a ordeñar las vacas de su patrón. Varios caballos que pertenecían a la granja comenzaron a padecer de úlceras en los cascos, y a menudo los curaba Merret. Poco después, las vacas enfermaron de viruela vacuna, e inmediatamente aparecieron varias úlceras en las manos de Merret, seguidas de hinchazón y endurecimiento en las axilas, y se sintió tan indispuesto durante varios días que no pudo cumplir con sus tareas habituales. Antes de que sobreviniera el mal entre las vacas, no se había adquirido ninguna vaca nueva en la granja, ni había entrado sirviente alguno afectado de viruela vacuna.
En abril de 1795, al efectuar aquí una variolización general, Merret fue inoculado junto con su familia; había pasado un período de veinticinco años desde que contrajera la viruela vacuna y, sin embargo, aunque el material fue introducido repetidas veces en su brazo, no logró infectarlo; sólo apareció en la piel, alrededor de las zonas inoculadas, una erupción que fue tomando un aspecto erisipelatoso en su parte central. Durante todo el tiempo que su familia padeció de la viruela – uno de sus miembros en forma muy aguda – permaneció en la casa junto a ellos, sin que esta exposición al contagio le causará ningún daño.”
Como es bien sabido, y expliqué en Querido Isaac, querido Albert, la vacunación adquirió un estatus respetable en 1885, cuando Louis Pasteur vacunó a un niño de nueve años, Joseph Meister, que había sido mordido por un perro rabioso. Así nació la vacunación moderna. La primera gran modificación posterior se produjo con la introducción de vacunas obtenidas por ingeniería genética, que se iniciaron en 1983 y cuyo primer producto comercializado fue la vacuna contra la hepatitis B, en 1986. Más recientemente, durante la pandemia provocada por el SARS-Cov-2, o COVID-19, que se inició en diciembre de 2019, aparecieron las vacunas basadas en el mARN.
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Autor: José Manuel Sánchez Ron. Título: El canon oculto. Editorial: Crítica. Venta: Todostuslibros
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