La primera vez que coincidimos Asís y yo fue, seguramente, de niños, en la peluquería de Ana, en la calle Pablo Casals de Burgos (nuestras madres iban allí y, aunque era una peluquería de señoras, Ana también nos cortaba el pelo a los niños del barrio, así que seguramente los dos íbamos por Gamonal con el mismo flequillo y la misma colonia). Entonces no éramos amigos. Él nació en 1978 y yo en junio del 72, y esa distancia de cinco años y medio, en la infancia, es casi infranqueable, así que cada uno teníamos nuestra pandilla propia. Fuimos creciendo, a Asís le dio por hacer fotos, a mí por escribir y, a los dos, por fundar revistas que coincidieron en las librerías, los bares y las facultades y escuelas universitarias de Burgos. Calamar y Entelequia eran las publicaciones que cada uno de nosotros dirigíamos. Luego, ya los dos en Madrid, ahora sí, nos hicimos amigos, y empezamos a colaborar juntos en mil proyectos, algunos casi disparatados, como una antología de secretos (en un librito de dimensiones mínimas que titulamos secretos xxs) o un libro desplegable de más de ocho metros de largo llamado Calle Vitoria, en el que se ve entera esta calle de Burgos, en cuyo extremo nos criamos, allá donde se oye, en una calle paralela, el chasquido de las tijeras y el fragor del secador de Ana). También, en la revista Archiletras, tenemos una sección propia y visitamos los escenarios de grandes obras literarias del pasado para fotografiar y contar su aspecto actual, así que en nuestra vida la imagen y la palabra están siempre enredadas.
Y con cada nuevo proyecto, en los viajes, cuando estamos juntos, siempre, siempre, hablábamos de crear una nueva revista para unir estas dos vocaciones. Y así ha nacido Mirlo, cuando muere 2022 y parecía que ya no cabían más cosas en este año tan repleto de acontecimientos. Queremos que cada fin de mes llegue al buzón (al electrónico o al postal) de los lectores un número monográfico en el que estén plasmadas todas las ideas creativas que se nos van ocurriendo. Y el número cero, con el que hemos querido nacer, trata (cómo no) sobre literatura y fotografía. Hemos pedido a 24 escritores que nos gustan mucho (bueno, a 23, porque uno de ellos soy yo mismo) que se autorretraten. Pero no queríamos una imagen de su rostro, sino de su ombligo, de esa marca que nos identifica tanto como la cara o la huella dactilar pero que, al tiempo, evoca algo muy íntimo de cada uno de nosotros y es el símbolo de nuestras vivencias, de los zarpazos que nos da la vida y también de la propia alegría de vivir. El resultado nos ha fascinado. De algún modo, nos hemos dado cuenta de que cada ombligo es una poética y que es posible establecer paralelismos entre el estilo de cada autor y la forma de su cicatriz.
Y así ha nacido la revista. Y ahora esperamos a lectores que les apetezca participar en este juego literario y visual, y a los suscriptores (pueden suscribirse en este enlace) que nos permitan seguir volando.
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