La serie El caso Asunta es solo la punta del iceberg del apogeo de un género, el true-crime, que se ha convertido en uno de los bastiones más seguros de las plataformas de streaming. Ya sea en formato documental o como recreación ficcional, como la que nos ocupa, la reproducción de crímenes y funestos episodios reales regala a plataformas como Netflix jugosos titulares, atención mediática y sí, espectadores.
Sin entrar en el debate de lo legítimo u oportunista de la moda en cuestión, lo cierto es que El caso Asunta se presenta como una de las aportaciones más decentes en lo que a crónica de sucesos serializada se refiere. Los actores están bien, con Candela Peña bordeando con valentía la parodia (pero nunca cayendo en ella) porque simplemente así era el personaje, y el casi ubicuo Javier Gutiérrez dando forma a otro sujeto incómodo, un juez chulo y sin escrúpulos decidido, en todo caso, a hacer justicia con el caso. Dos personajes peligrosos por ser susceptibles de convertirse en un arma de aleccionamiento o posicionamiento por boca de sus guionistas, extremo que la serie evita en gran parte gracias a una narrativa bastante tenaz y eficiente en lo que se refiere a los puros hechos.
Por eso El caso Asunta es probablemente la mejor serie de su productora, Bambú, porque casi siempre evita caer en ese abismo y porque simplemente logra interesar al margen de cualquier posible acusación de oportunismo. Lo es también no por la gravedad del tema tratado sino por el casi siempre sólido aspecto de áspera crónica que logran imprimirle sus responsables. No deriva hacia el retrato romántico del criminal, pese al incómodo chapoteo en su incuestionable sufrimiento (lo que provoca al espectador una serie de preguntas sobre su propia mirada y la compleja naturaleza del ser humano y su dolor). Y tampoco podría decirse que se refugie en el procedimental policial o judicial, aunque ese chasis dramático sirve a Ramón Campos, Gema R. Neira y compañía para armar legítimamente la intriga.
En el fondo todo es una cuestión de pretensiones, o precisamente de la ausencia de ellas. Durante la mayoría del trayecto, seis capítulos disponibles en Netflix, la serie se limita a narrar con un buen equilibrio entre desapasionada meticulosidad y resignado sentimiento un terrible crimen del cual uno puede deducir los cómo, pero nunca alcanza a comprender claramente los porqués. Es una ecuanimidad casi imposible de alcanzar, y que en ocasiones efectivamente se pierde, como cuando se ofrecen las dos posibles versiones de lo ocurrido. Pero El caso Asunta nunca escoge la vía de lo pintoresco, lo paisajista o lo efectista, lo cual resulta digno de aplauso en una serie de este tipo.
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