Durante los Juicios de Núremberg (1946-1949) una enorme cantidad de escritores y periodistas famosos se hospedaron en el castillo Faber-Castell: John Dos Passos, Erika Mann, Augusto Roa Bastos, Victoria Ocampo… Allí debatieron, bailaron y se emborracharon; allí escribieron textos que mostraron al mundo las atrocidades del Holocausto.
En Zenda reproducimos el prólogo de El castillo de los escritores (Taurus), de Uwe Neumahr.
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PRÓLOGO
Xiao Qian estaba asombrado. Cuando en octubre de 1945 recorrió por vez primera una Núremberg destruida, fue esta la única entre todas las ciudades europeas que le recordó a Pekín. No solo por su antigua muralla, por el río que la atravesaba o los sauces llorones, sino también por la calma que la ciudad irradiaba. Xiao Qian (1910-1999) había cruzado el Rin con el ejército británico, durante la Segunda Guerra Mundial, en 1945, en calidad de corresponsal de guerra chino. Tras una estancia en el Berlín derrotado llegó, en otoño, a Núremberg. Estaba al tanto de la relevancia turística de la antigua ciudad imperial, pero «hoy en día», dice Xiao Qian en su nota del 9 de octubre de 1945, «los turistas no vienen a Núremberg por las atracciones culturales o históricas (las cuales se encuentran ahora reducidas a escombros) ni por el célebre pan de jengibre nuremburgués. Hoy Núremberg es el centro de atención de todo el mundo porque aquí se están llevando a cabo los juicios de veintitrés de los principales criminales del régimen nazi. […] Es un gran acontecimiento».
Bajo la dirección de las autoridades de ocupación estadounidenses se buscó un campamento de prensa que pudiera acoger a quienes llegaban. Sin embargo, encontrar un edificio que fuera lo suficientemente grande como para dar cabida a varios cientos de representantes de la prensa constituía una empresa dificultosa en una ciudad que había sido bombardeada con frecuencia durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente se halló lo que se deseaba en la cercana localidad de Stein. El palacio confiscado a los fabricantes de artículos de librería Faber-Castell, un complejo construido en estilo historicista con forma de castillo que había sobrevivido a la guerra sin daños significativos, se transformó en un press camp internacional. El castillo Faber, como se lo llamaba también, sirvió al mismo tiempo como residencia y como lugar de trabajo. Los corresponsales vivían allí hacinados en habitaciones con hasta diez camas y registraban los acontecimientos, a la manera de sismógrafos, mientras que a unos pocos kilómetros de distancia, en los calabozos de Núremberg, hombres como Göring o Ribbentrop, como Streicher o Heß, esperaban las sentencias del tribunal militar internacional.
Algunos de los periodistas más importantes y de los escritores más reconocidos fueron enviados a Núremberg para que informasen sobre los procesos a periódicos, agencias y emisoras de radio. La lista nos muestra la crème de la crème de la escena periodística y literaria de entonces. Incluye desde celebridades como Erika Mann, Erich Kästner, John Dos Passos, Iliá Ehrenburg, Elsa Triolet, Rebecca West y Martha Gellhorn hasta personalidades que por aquel entonces aún eran desconocidas en gran medida pero que más adelante conseguirían una fama literaria, mediática o política. Entre estos últimos figuran Wolfgang Hildesheimer, que trabajó como intérprete en los juicios posteriores de Núremberg, Augusto Roa Bastos, conocido como el autor más importante de Paraguay, Robert Jungk, futurólogo y ganador del Premio Nobel Alternativo, la leyenda de la televisión estadounidense Walter Cronkite, o Walter Lippmann, quien es considerado en Estados Unidos como el escritor político más influyente del siglo xx. Por no hablar de Willy Brandt, más adelante canciller alemán, de Markus Wolf, o de autores como Joseph Kessel, Peter de Mendelssohn y Gregor von Rezzori. Es probable que hasta hoy no haya vuelto a haber nunca tantos escritores prominentes de todo el mundo reunidos bajo un mismo techo como en esta «hora cero» en el castillo Faber-Castell, cuando la literatura mundial se cruzó con la historia mundial. Personas que regresaban de la emigración interna o del exilio se encontraban con oficiales veteranos de guerra; combatientes de la resistencia, con supervivientes del Holocausto; comunistas, con representantes de grupos de medios de comunicación occidentales; corresponsales de primera línea, con extravagantes reporteros estrella. A todos ellos los unía la búsqueda de respuestas a las preguntas de cómo esta catástrofe podía haber acaecido, qué clase de seres humanos eran los acusados y qué habían de aducir en su defensa.
El press camp de Stein, donde literalmente se escribió la historia, era un lugar con contradicciones. Erika Mann, miembro oficial de las fuerzas armadas de Estados Unidos, vivía en el campamento de prensa con su pareja, una periodista estadounidense, aun cuando en el ejército las relaciones homosexuales estaban prohibidas. Willy Brandt, por entonces corresponsal de la prensa obrera escandinava, se encontró allí con Markus Wolf, aquel hombre que más tarde, siendo jefe del servicio de inteligencia exterior de la RDA, lo derrocaría gracias a un espía suyo en la cancillería. Ray D’Addario, fotógrafo militar estadounidense que tomó unas fotos legendarias del juicio y permaneció hasta 1949 en Núremberg, fue atendido, en su boda en el castillo, por el encargado del servicio doméstico de Hitler; según informó Der Spiegel en septiembre de 1948, Arthur Kannenberg, antiguo jefe de organización del trabajo doméstico en la cancillería del Tercer Reich, se había convertido en el jefe de cocina, tras su desnazificación, del castillo Faber-Castell. Antes de la guerra, un conocido de Kannenberg le había manifestado su envidia por trabajar tan cerca de Hitler, a quien también entretenía tocando el acordeón y cantando: «Lo que a pocos mortales les es concedido, aquello que es el anhelo más profundo de millones», le había escrito a Kannenberg en un lenguaje hímnico, «esa gran dicha la tienes tú aquí abajo, pues Tú estás día a día junto a Él». Ahora, el «bufón de la corte con acordeón» de Hitler, como Wolfgang Wagner llamara a Kannenberg burlonamente, ya no estaba rodeado por el Führer y su séquito, sino por representantes de la prensa internacional.
El press camp, que se mantuvo hasta el final de los juicios posteriores de Núremberg en 1949, fue sede de una actividad periodística frenética, pero también de creatividad artística. Junto a incontables artículos, notas sobre el juicio y programas de radio, nacieron allí dibujos, caricaturas, novelas y cuentos. La novela Un hombre de verdad de Borís Polevói, que sirvió de base a la ópera de Serguéi Prokófiev La historia de un hombre real, fue escrita en el campamento de prensa. Prokófiev quería a toda costa ponerle música a aquella, «la más intensa vivencia literaria de los últimos tiempos». Wolfgang Hildesheimer, que en un primer momento planeaba convertirse en artista plástico, pintaba cuadros abstractos en el castillo.
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Autor: Uwe Neumahr. Título: El castillo de los escritores. Traductor: Miguel Alberti. Editorial: Taurus. Venta: Todos tus libros.
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