Antón Castro es un escritor polifacético y prolífico y un periodista de larga y reconocida trayectoria, inseparable de una cabecera como la del Heraldo de Aragón. No es, como parece dictar una visión bastante asentada, un poeta entregado casi exclusivamente a la lírica, sino que frecuenta (en todos los casos con acierto) otros géneros como la narrativa, el ensayo, la crónica y el periodismo cultural. Autor de seis libros de poesía (el primero, Vivir del aire, data de 2010, y el anterior al que nos ocupa, El cazador de ángeles, de 2021), practica una poesía de dicción clara y directa, de tono conversacional, en la que el lirismo se sustenta en un ritmo y una música que, sin apenas notarse, sin artificios ni estridencias, conduce con delicadeza al lector hasta situarlo en sus obsesiones preferentes y sin desdeñar, de cuando en cuando, la imagen imprevista, la metáfora certera y sorprendente, ciertas licencias imaginativas.
Su último poemario, En el centro del jardín, viene a reafirmar una opción poética singular, fácilmente identificable, que combina la meditación (de raíz contemplativa unas veces, evocativa otras) con los remansos autobiográficos y la inmersión en lo cotidiano. Sustenta esa opción en ingredientes tan fundamentales (y hondos, de raíz machadiana) como la emoción, la sentimentalidad, la memoria, la devoción por la naturaleza… Todo ello con una propensión a la narratividad nada desdeñable. Hay en el libro poemas que pueden leerse indistintamente como relatos en prosa poética o como poemas en prosa. En el centro del jardín es un libro algo más extenso de lo habitual en un poemario, algo sobre lo que el propio Antón Castro se confiesa: “es el poemario más laborioso y más dilatado de mi trayectoria”, afirma en el epílogo. Ambos calificativos nos hablan de un trabajo riguroso que ha cumplido con un objetivo: es, quizá, el libro poético, del conjunto de su obra, en el que con mayor profundidad ha abordado una geografía sentimental, cultural y estética sedimentada a lo largo del tiempo, de mucho tiempo. En el fondo, el conjunto del libro tiene algo de “novela”, de narración basada en una mezcla de naturaleza vivida y apuntes de lo cotidiano, de atmósferas, de paisajes reconocibles, de mundos interiores, de referencias culturales próximas y de amistades afincadas en el recuerdo de otros días. Es una serena celebración de la vida y, también, una meditación sobre la muerte y sus poderes devastadores, sobre su condición de abismo y de vacío en el que se precipita un acarreo de instantáneas, de objetos, de viejas fotografías, de oficios y destrezas, de escenas vividas junto a quienes fueron amigos o dejaron una huella imborrable en la biografía del poeta: desde la ceramista que “inventa fósiles para el futuro” del poema “Los ritmos de la raíz”, hasta la labor del fotógrafo Rogelio Apellez o el recuerdo de Carmen Martín Gaite en la década de los noventa (el autor confiesa que se trata del texto más antiguo del libro) del poema “Carmen, Carmiña, Carmela”, uno de los homenajes más emocionantes de un libro que contiene más de una docena. En el centro del jardín se divide en tres grandes bloques: en el primero, recoge fragmentos de memoria entre los que cabe destacar la infancia y sus personajes y vivencias, algo que cobra especial relieve en el poema “Campamento de verano” (“Un diálogo junto / al fuego puede cambiar el ritmo / natural de los días y del mundo”), en el segundo apartado, se apropian del poema personajes con nombre y seres anónimos, ya sean mujeres afincadas en su biografía (Carmen Martín Gaite, Trinidad Ruiz Marcellán, las “Pilares” que amó Miguel Labordeta), o recreadas a partir de recuerdos fragmentarios, paisajes reconocibles que tuvieron vida, desde Panticosa, o la mítica Formentor, hasta las montañas que se llenan de sentido de la mano de Eduardo Martínez de Pisón, recorrido que completa con un canto a la naturaleza cargado de calma contemplativa y melancolía al que no son ajenos los viejos oficios que a su lado perviven: el carpintero, el jardinero muerto (“Todo lo gobernabas como si fueras el dios / de la primavera y de las tormentas”), el contador de historias. Los momentos familiares, las rastros de las celebraciones íntimas, el microcosmos acogedor de los domingos de lectura y la meditación ante la realidad de la muerte en una estela de amigos que se fueron prematuramente (“Vidas interrumpidas” da nombre a ese capítulo), desde el periodista Eloy Fernández Clemente al músico Iñaki Fernández (“El hombre tranquilo que se abrazaba / al placer y dejaba que retumbase el mar”) forman parte de un acercamiento, por secuencias, a la amargura (serena en Antón Castro) que despierta el contraste entre quienes se van y el mundo de presencias, objetos y realidades materiales que se quedan.. El pintor informalista José Manuel Broto, el Miguel Delibes de “La perdiz roja” de la mano de un apasionado de los pájaros de nombre Eusebio Mainar —“Use, el de los pájaros”— forman parte de los homenajes que Castro brinda a quienes alimentaron su formación cultural y sentimental.,
Odas, elegías, monólogos con destinatario conocido o anónimo, se convierten en refugios del sentimiento, en cauces para una memoria que Antón Castro edifica desde la serenidad y el equilibrio y con un lenguaje que avanza más en en la estela machadiana que en la de Juan Ramón y de la que se contagian los poemas en prosa (casi la mitad de los cincuenta y uno que componen el volumen. Un libro que va más allá de la piel y del lenguaje (precisamente gracias al lenguaje): que alerta nuestra conciencia y nos toca el corazón. Uno de los poemarios de 2024 que, por su calidad, no deben olvidarse.
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Autor: Antón Castro. Título: En el centro del jardín. Editorial: Olifante. Venta: Todostuslibros.
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