Vila-Matas sugirió la publicación de un blog: Paraguas en llamas, de Jordi Mestre. Finalmente, la editorial Pepitas de Calabaza nos lo editó en noviembre de 2019. Del prólogo a ese invento se ocupó el mismo Vila-Matas, que decía: «Una exquisita inteligencia narrativa, indisociable de su gran sentido del humor».
Con estas coordenadas, Olmos no solo escribiría su serie, sino que nos mostraba qué pensaba acerca de lo que era escribir un nuevo ingenio literario, que, por embrionario, le inyectaba ganas de vivir.
Empieza describiendo cómo escribió su primera novela, A bordo del naufragio, que fue finalista del Herralde de 1998. Contaba con veintipocos años. Nos la trae sin prurito vanidoso, pero la utiliza como referencia, como coordenada para calibrar la que está escribiendo ahora, en segundo plano, mientras escribe en primer plano esta serie cerouno. Este juego dialógico traerá frutos brillantes, además de los detalles típicos del escritor primerizo; como cuando relata que para su primera novela usaba un cuaderno donde anotaba las ideas que después fraguaba en una máquina de escribir con la que no se podía volver atrás, y «ese peligro, esa espada de Damocles de la pérdida de tiempo y la materia (gastar folios sin ton ni son) creaba en mí una tensión que he ido perdiendo; y esa tensión creo que mejora la escritura, porque uno es mejor funambulista si no utiliza red». Del fruto de esa tensión, aunque la serie la escriba con un procesador de textos («yo ahora estoy tecleando esto a una velocidad que fliparías de verme…») surge una idea: «una novela debe llevar en su seno la posibilidad del fracaso, como un avión la posibilidad de estrellarse».
Pero esta serie destaca por la desnudez de pensamiento, que es la que transmite el narrador vía inextinguible corriente de conciencia —nos atrevemos a llamarla así—, que imbrica la escritura de la escritura de una novela con la escritura de esta serie, donde hay vida de escritor, fiestas, música, perspectivas vitales y chispeantes reflexiones. Porque es narrador, y así se deja claro: «No creas que sabes algo de mí por leer mi blog, y digo también, no existe la autobiografía, como no existe la posibilidad de que uno se dé luz a sí mismo, de que uno sea padre de sí mismo, uno es padre siempre de otro, y escribir es crear otro».
Crear otro. Olmos crea al protagonista de un blog que se pasa el día escuchando su iPod y tratando de descubrir lo que hay debajo de las cosas que vive. Ese será el motor de su ficción: la relación con sus amigos, los inteligentes y los imbéciles, con sus amigas, con los escritores que lee y de los que se sorprende, como le ocurre con Jorge Franco y su Rosario Tijeras, que no le estén pagando mil euros al mes por cómo lo hace. Un narrador obsesionado por conocer qué es lo que subyace en lo que le ocurre. Con eso encontrará motivación para escribir y reconstruir los detalles que le dieron a la realidad su nombre, su suceso, pero a su antojo; así es como empieza y le nace la ficción.
En realidad, el narrador de la serie es un protagonista que se hace por escrito. Todo lo que piensa quiere existencia, pero la alcanza no por inercia, usando como usa todo el mundo la primera idea que le viene a la cabeza, sino como dice Canetti: «La idea buena, el avance no se produce hacia el frente, sino hacia un lado. Que una buena idea es un salto en lateral, como un accidente, y no, tal como podríamos prever, una consecuencia lógica de la línea recta de nuestra inteligencia». Y como mejor ha practicado Olmos este principio de la creación literaria ha sido alejándose del tópico. Por eso dice que «la mala literatura es como el periodismo: acude a lugares comunes y a las opiniones neutras y, por tanto, no dice nada».
Los lectores encontraremos, además, descaro iconoclasta, por ejemplo, contra Proust y contra los escritores que necesitan una cafetería para escribir; crítica contra las bibliotecarias que ignoran que los libros se pueden leer también por dentro. Denuncia del trampantojo literario, por ejemplo, contra ese escribir burgués o escribir tranquilo mientras se sigue con la vida y con la recreación hasta el brillo por disponer de tiempo. Además, sazona el texto con agudas reflexiones, pero sobre todo lo hace con irónicos comentarios en torno a lo paradójico y contradictorio que nos ofrece la vida, como le sucede al narrador, que es capaz de enviar un mail antes de escribirlo. Afirma, incluso, con descaro, que para escribir solo hay que escribir, contradiciendo a los que afirman que para escribir hay que vivir. Aquí surge un aliado, Rafael Reig: «Escribir es definirse, escribir es tomar partido».
Esta serie es un milagro del tiempo. Su escritura otro. Su autor crea un escenario donde puede decirlo todo. Todo. Se adelantó diez años, por lo menos, a las formas de narración autobiográfica que hoy toman la vida como materia narrativa. Pero ¿para qué sirve narrar si la memoria escrita es un narrador poco fiable?, llegará a preguntarse.
Yo, como Nombre9, personaje de la serie, te pregunto, Alberto Olmos: «¿No esperarás que creamos que la novela que estás escribiendo es mejor que lo que estamos leyendo en tu blog? Esa es la novela, ¿verdad? No hay novela. Y si la hay, será peor». Fue así.
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Autor: Alberto Olmos. Título: La serie de los ceros y los unos. Editorial: Mr. Griffin. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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