La novela centra la cuestión desde la primera página en el escenario habitual de nuestras vidas: una oficina. En este caso, un despacho de abogados. El autor, como vemos, se toma en serio su trabajo creativo. Porque es ahí, en la oficina, y no en el taller de un artista ni en el cuarto oscuro de un escritor, donde nos jugamos la mayoría de nosotros el no-sentido de la vida. El marco que encuadra esta ficción no es por lo tanto la consabida “página en blanco” del escritor que no escribe ni la terrible angustia existencial del creador que no crea, sino una estricta página de Excel donde han de cuadrar los números. Esto, me parece a mí, constituye el primer acierto de la novela: el escenario laboral determina ya los personajes, la trama y el argumento.
Recaredo Veredas describe una enfermedad sin nombre con síntomas tan corrientes y penosos como las pastillas para dormir y las pastillas para despertar, las pastillas para rendir en el trabajo y las pastillas para sonreír cuando quisiéramos llorar; la visita periódica a un psicólogo que cobra por escucharnos porque si no pagamos nadie nos escucha; la infidelidad necesaria con una amante que nos ofrece encuentros impersonales y adictivos como la cocaína; un matrimonio muerto en el que crecen pegados a las pantallas niños tristes y solitarios. Veredas sin embargo vence la tentación de regodearse en estas sabrosas escenas y nos sitúa en el tiempo y el espacio donde se libra la batalla del espíritu, que no es el hogar ni la calle ni el bar de la esquina o la consulta del psicólogo sino, como decía, el horario laboral que consume nuestras energías vitales y nos define por dentro. Esos actos imperceptibles ejecutados en la pantalla de un ordenador entre las ocho de la mañana y las siete o las nueve de la noche, ese coto privado donde acontece la vida comunitaria —con frecuencia ignorado por los novelistas de hoy— ilumina las tinieblas del corazón humano: da luz, explica, pone palabras donde había silencio. Acaso no haya otro ángulo desde el que observar con nitidez el espíritu de nuestro tiempo.
En este despacho de abogados, como en cualquier otra empresa, los de abajo cumplen las órdenes de los de arriba, quienes a su vez realizan los dictados de otros que ocupan un escalón superior. En esta escala jerárquica del poder perfectamente engranada nadie parece escuchar su propia conciencia. De hecho, la maquinaria laboral de cada día asfixia y mata la conciencia individual. Las órdenes se obedecen sin rechistar, lo mismo consistan en fusionar dos empresas despidiendo a media plantilla que en ejecutar una hipoteca por dos cuotas impagadas expulsando a una anciana de su hogar. El Mal con mayúsculas campa a sus anchas en el espacio políticamente escondido de la oficina como lo haría un bandolero en un país sin ejército o un delincuente en una ciudad sin policía. Pero nadie en este despacho se humilla a sus superiores tanto como el propio abogado-jefe, el hombre que, en apariencia, ha triunfado en la vida. Lo vemos ataviado con sus trajes elegantes, casado con una hermosa mujer de la alta sociedad y cenando con empresarios financieros en los mejores restaurantes de Madrid, día y noche a la caza y captura de la aristocracia del Ibex. En efecto, ese brillo obligado y tenaz pesa y hiere como una colleja en la nuca. Por eso entendemos con una mezcla de pena y rabia esa extraña ambivalencia de sentimientos que sufre al reencontrarse treinta años después con un antiguo compañero del colegio que lo martirizaba cada mañana en el patio con toda suerte de agresiones y sevicias, cuando el futuro hombre ganador no era sino un chico apocado y medroso. Ese compañero malvado a quien, pese a todo, consideraba su amigo, era ya entonces su contrario y su imán, su pesadilla y su ansia: la encarnación viva de un poder terrenal sin otra base ni legitimidad que el monopolio gratuito de la violencia.
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Autor: Recaredo Veredas. Título: Amores torcidos. Editorial: Tres Hermanas. Venta: Todostuslibros y Amazon
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