El capital es el factor que define las economías modernas, pero la mayoría no tenemos ni idea de dónde viene. ¿Qué es, exactamente, lo que transforma la riqueza en un activo que genera más riqueza? Katharina Pistor (Friburgo de Brisgovia, Alemania, 1963) es académica y escritora, especialista en gobierno corporativo, finanzas, derechos de propiedad y derecho comparado e instituciones jurídicas y publica regularmente en numerosas revistas jurídicas y de ciencias sociales. Es también una destacada comentarista sobre la criptomoneda. En 2015 fue elegida miembro de la Academia de Ciencias de Berlín-Brandeburgo. En 2012 recibió (junto con Martin Hellwig) el Premio Max Planck de Investigación sobre Regulación Financiera Internacional, y en 2014 el Premio Allen & Overy al mejor documento de trabajo sobre derecho del Instituto Europeo de Gobierno Corporativo.
Zenda adelanta el prólogo de este ensayo de Pistor que explica las razones de la creciente brecha de riqueza entre los poseedores del capital y el resto.
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Prólogo
La idea de este libro me estuvo rondando durante algún tiempo. Se me ocurrió por primera vez cuando, en el otoño de 2007, el sistema financiero global empezó a deslizarse hacia el abismo. La rapidez con la que se desencadenó la crisis no me dejó mucho tiempo para llevar a cabo una reflexión profunda, pero, una vez que habíamos salido del ojo de la tormenta, tanto yo como muchos otros investigadores tratamos de descubrir qué podía explicar la increíble expansión financiera de las últimas décadas, así como su precipitada caída. Junto con otros colaboradores de distintas disciplinas, me dispuse a desentrañar la estructura institucional de los diferentes segmentos de los mercados financieros, uno a uno. En mi opinión, lo más revelador que descubrimos fue que los distintos componentes del sistema financiero resultaban enormemente familiares, a pesar de los fantásticos activos de nueva creación y de la complejidad sin parangón del sistema. Cada vez que profundizábamos un poco, nos encontrábamos con las instituciones clave del derecho privado: contratos, propiedad, garantía, fideicomiso, sociedad y ley concursal. Todas ellas habían promovido la expansión de los mercados de activos financieros, pero, tal como descubrimos, también habían sido claves en su desmoronamiento. Cuando la rentabilidad real de esos activos comenzó a caer por debajo de su rentabilidad esperada, los tenedores de los mismos empezaron a ejecutar los derechos que llevaban aparejados: acudieron a las garantías, las líneas de crédito, los contratos de recompra y las salvaguardas vinculadas a la quiebra, y, al hacerlo, ayudaron a profundizar la crisis. Algunos lograron desprenderse a tiempo, pero muchos otros se encontraron en posesión de activos que nadie quería, excepto los bancos centrales de unos pocos países.
Este libro es el resultado de ese viaje. Su argumento es que el capital está codificado en la ley. Los activos ordinarios son solo eso: una parcela de terreno, una promesa de pago futuro, la aportación de recursos de amigos y familiares para montar un nuevo negocio o de habilidades y conocimientos individuales. Y, no obstante, cada uno de estos activos puede ser transformado en capital envolviéndolo en categorías legales empleadas para la codificación de valores avalados por activos y sus derivados financieros, algo que ha sido crucial para el auge del sistema financiero en las últimas décadas. Estas categorías legales —a saber: los contratos, los derechos de propiedad, las garantías, los fideicomisos, las personas jurídicas y la ley concursal— pueden usarse para otorgar a los tenedores de determinados activos una ventaja sobre otros agentes. Durante siglos, los abogados han moldeado y adaptado estas categorías legales a una lista cambiante de activos, incrementando de esta manera la riqueza de sus clientes. Y los Estados han apoyado esta codificación del capital aportando su poder legal coercitivo para hacer cumplir los derechos legales conferidos al capital.
Este libro nos cuenta la historia de la codificación legal del capital desde el punto de vista de los activos: la tierra, las organizaciones empresariales, la deuda privada, el conocimiento e incluso el propio código genético de la naturaleza. No voy a rastrear cada transformación en la evolución de la ley, los giros y las vueltas que han sido necesarios para asegurar que las viejas técnicas codificadoras se adaptasen a los nuevos activos. Para los abogados, estos detalles son enormemente gratificantes, pero para el resto de los mortales simplemente añaden un nivel de complejidad que no es necesario para captar la idea básica de cómo la ley crea riqueza y desigualdad. Además, ya existe una amplia literatura que se ocupa de la evolución de varias instituciones legales clave, como el fideicomiso, la categoría de persona jurídica o la legislación de garantías financieras. Los lectores interesados en estos temas pueden acudir a las citas de las notas a pie de página. Pido comprensión a los historiadores del derecho y a los expertos de las distintas ramas jurídicas por las simplificaciones que me he visto obligada a realizar para asegurarme de que el libro fuese accesible para los lectores legos en derecho. Son estos últimos los destinatarios del libro: lectores que posiblemente ni siquiera han abierto nunca un libro jurídico por temor a que resultase demasiado árido y complicado, o quizá simplemente irrelevante. He intentado hacer que las instituciones legales no sean solo accesibles, sino también interesantes y relevantes para los debates actuales sobre la desigualdad, la democracia y el gobierno. La ley es una herramienta poderosa para el orden social y, si se emplea sabiamente, puede ser útil para conseguir un abanico amplio de objetivos sociales. No obstante, por causas e implicaciones que intentaré explicar, la ley se ha situado firmemente al servicio del capital.
Muchas personas me han acompañado en este viaje. Mis colegas de la Escuela de Derecho de Columbia me animaron a escribir un libro, no simplemente un artículo, cuando presenté por vez primera mis ideas en un seminario interno hace cuatro años. Mis estudiantes de la Escuela de Derecho de Columbia son siempre los primeros ante los que pongo a prueba mis nuevas ideas. Sus críticas son inteligentes y directas, y he aprendido muchísimo de ellos a lo largo de los años mientras yo les impartía clases sobre los vericuetos de la ley de sociedades, los activos financieros y su regulación, y también sobre el papel de la ley en el desarrollo económico fuera de las economías capitalistas occidentales. También me he beneficiado enormemente de las conversaciones con antiguos estudiantes y alumnos que ahora son exitosos juristas en ejercicio. Algunos de ellos incluso colaboraron con mis tareas docentes y compartieron conmigo y mis estudiantes ideas a las que solo pueden acceder aquellos que están inmersos en la práctica jurídica.
El libro también se ha beneficiado enormemente de los proyectos de investigación y los seminarios realizados bajo los auspicios del Centro sobre la Transformación Legal Global, que dirijo en la Escuela de Derecho de Columbia. Estoy agradecida a los patrocinadores, en particular al Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico (INET) [1] y a la Sociedad Max Planck, junto con la Fundación Alexander von Humboldt.
Escribir un libro puede llegar a ser una tarea muy solitaria. Por suerte, tuve muchas oportunidades de compartir mis ideas iniciales y ponerlas a prueba ante distintas audiencias. Entre ellas están el Instituto Buffet de la Universidad Northwestern, la Universidad China de Hong Kong, la ETH de Zúrich, la Universidad Goethe de Frankfurt, la Universidad Humboldt de Berlín, el Centro Interdisciplinar Herzliya de Tel Aviv, la KU de Lovaina (donde tuve el honor de impartir la Conferencia en Derecho y Economía del Dieter Heremans Fund), la London School of Economics, la Universidad de Oxford, la Facultad de Derecho de la Universidad de Tel Aviv, así como los participantes en los congresos anuales de la Conferencia Global sobre Geografía Económica, el Instituto de Gobierno Corporativo Global y la WINIR [2], la Red Mundial Interdisciplinar para la Investigación Institucional. Los comentarios e ideas que recibí en todas estas instituciones por parte de colegas y estudiantes me ayudaron a aclarar mis argumentos y evitaron que cometiese errores y siguiese vías muertas.
He tenido también la suerte de contar con una infinidad de colegas cercanos y amigos que me animaron a lo largo de mi travesía. Mi, tristemente difunto, colega Robert Ferguson me convenció de que había dado con algo; me hubiese encantado poder compartir el resultado final con él. Carol Gluck revisó mi propuesta de libro y me animó a centrarme en el presente y a no perderme en el pasado, algo que era una tentación real. Bruce Carruthers, Jean Cohen, Hanoch Dagan, Tsilly Dagan, Horst Eidenmüller, Tom Ginsburg (y sus estudiantes), Maeve Glass, Martin Hellwig, Jorge Kamine, Cathy Kaplan, Dana Neacsu, Delphine Nougayrède, Casey Quinn, Annelise Riles, Bill Simon, Wolfgang Streeck, Massimiliano Vatiero y Alive Wang leyeron y comentaron capítulos individuales o versiones iniciales de todo el manuscrito. El producto final es mucho mejor debido a sus críticas constructivas, y les estoy muy agradecida por el tiempo y la atención que le dedicaron.
Estoy también inmensamente agradecida a dos revisores anónimos que ofrecieron sus propias ideas y su consejo acerca de cómo fortalecer los argumentos del libro y cómo poder cumplir su objetivo de llegar a un público más amplio. Por supuesto, soy la única responsable de todos y cada uno de los errores que pueda haber en el texto.
Muchas gracias a mi editor, Joe Jackson, que me dio toda la libertad que pedí y con el que pude contar siempre que necesité consejo acerca de cómo mejorar la estructura y la narrativa del libro. Tener como ayudante a Kate Garber ha sido una bendición. Me ayudó a mejorar mi inglés y me señaló aquellos pasajes en los que mi estilo era demasiado enrevesado para que fuese inteligible incluso para una mente tan aguda como la suya. Gracias también a los bibliotecarios de la Escuela de Derecho de Columbia, que no cejaron en su búsqueda del material que necesitaba, y a Karen Verde, que pulió cuidadosamente el manuscrito final.
Dedico este libro a mi marido, Carsten Bönnemann. Compartió mi entusiasmo por este proyecto desde el principio y me ha servido como caja de resonancia durante todo el proceso de escritura. Nunca se quejó de que el libro estuviese invadiendo nuestro tiempo en común, incluso en las muchas ocasiones en las que estábamos juntos pero mi mente estaba en otra parte, cuando surgía una nueva oportunidad de impartir un curso o una conferencia en el extranjero sobre los argumentos centrales del libro ni cuando, en sus estadios finales, nos acompañó a nuestras vacaciones de verano. Fue mi lector más crítico, me hizo las preguntas más difíciles y me animó a que llevase mis argumentos a su conclusión lógica, aun a riesgo de que ello me pudiera enfrentar a potenciales aliados o amigos. Y lo más importante de todo, me recordó una y otra vez que hay vida más allá de un libro. Danke.
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[1] Por sus siglas en inglés, Institute for New Economic Thinking. (N. del T.)
[2] Por sus siglas en inglés, World Interdisciplinary Network for Institutional Research. (N. del T.)
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Autora: Katharina Pistor. Traductor: Francisco Herreros. Título: El código del capital. Cómo la ley crea riqueza y desigualdad. Editorial: Capitán Swing. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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