Gracias a un despliegue de habilidades adelantadas a su época y a la publicación de sus hazañas, Sherlock Holmes, detective asesor, ha sido el paradigma del talento inalcanzable. Sin embargo, siempre corrió el rumor de que durante su vida se llevó a cabo un concurso de imitadores, aunque ni el estudioso más avezado ha logrado encontrar prueba alguna de su existencia. Ahora, John Watson, célebre compañero de aventuras y biógrafo del detective, ha roto su silencio y rescatado de su memoria este relato oculto al público por razones que pondrían en duda la integridad del personaje. Y es que ni él ni el mismo Sherlock Holmes habría adivinado que su mayor reto fuera enfrentarse a una copia exacta de sí mismo.
Zenda ofrece un adelanto del libro de Jorge Juan Montolío Arqué El concurso de imitadores.
Se dice que Charlie Chaplin se presentó a un concurso de imitadores de Charlot y quedó tercero. ¿Y si esto le ocurriera a Sherlock Holmes y el responsable fuera John Watson?
Cuando a uno le ronda un tema para escribir empieza a ver coincidencias por todas partes. Lees a Clive Barker y resulta que existe una novela de Sherlock Holmes con sus famosos cenobitas. Preguntas por un juego de mesa y te recomiendan Detective Asesor. Revisas fotos de viajes y la destacada resulta ser la que sales en el Speedy´s de la calle Baker apócrifa. Entonces no sabes si hablar de señales o buscar cámaras ocultas.
La obsesión popular por la figura de Sherlock Holmes llevaba tiempo produciéndome curiosidad, principalmente porque no me cuadraba. A mi parecer, Sherlock Holmes ha tenido principalmente dos problemas a lo largo de sus adaptaciones: o le faltaba conflicto interno o sus habilidades estaban desproporcionadas.
—La investigación no le supone nada —le dije a mi padre cuando terminamos de ver la adaptación de El perro de los Baskerville de la Hammer—. Vamos a ver el episodio de la serie actual para que veas a qué me refiero. El actor es el que hace de Turing.
En aquel momento algo se iluminó levemente en mi cabeza: un Sherlock contra otro Sherlock.
Así continué leyendo novelas apócrifas, ahora con asiduidad, hasta el punto de terminar una de camino al aeropuerto y empezar la siguiente en el avión. Me gustaba ver los puntos de vista de los autores, cómo jugaban con el canon. Aunque no todas terminaban de encajar con mis gustos, comprendía que los autores estaban escribiendo las aventuras que les habría gustado leer a ellos, y así fue como en un bar de Bruselas, mientras esperaba leyendo The seven per cent solution (que me gustó), llegué a la conclusión universal que tantos proyectos ha puesto en marcha: que yo también podía hacerlo. Y además bien. Enseguida di con una idea y me puse a teclear, siguiendo mi máxima: sacudir a los personajes, hacerles pasar por dificultades, y Sherlock Holmes no iba a ser menos. Es más, atacaría su integridad. Escribí una escena donde Holmes y Watson desayunarían juntos y reflexionarían sobre su condición de personajes públicos y literarios y donde el detective expresaría su preocupación sobre el tiempo que le quedaba de profesión dado que sus métodos ahora eran de dominio público. Al final resultó que la esencia de esa conversación llevaba a El concurso de imitadores. Con varias novelas a mis espaldas considero que cuando uno quita texto sin dolor es cuando lo está haciendo bien, así que encajoné esas veinticinco mil palabras y empecé con la nueva. He de decir que dolió un poquito.
El concurso de imitadores posiblemente sea la novela con la que mejor me lo he pasado. Al escribirla me sentía como los guionistas que deben continuar sagas y se empapan de su mundo para luego jugar con sus piezas. Plagué la novela de referencias que decoran la historia principal. Hice que un Holmes le pusiera los pies en la tierra al mismísimo Holmes con sus propios métodos. He reivindicado a Watson, personaje que ha estado a media sombra. Él es el escritor de los casos, y los escritores ocultamos muchos aspectos de los relatos, así que si Holmes parecía tan inalcanzable seguramente se debiera a que Watson le daba forma en el texto.
«… tendemos a pensar que nuestra identidad es única e inmutable cuando en realidad es un concepto discutible y tan maleable como el vidrio candente (…) Ahora los usurpadores reciben los méritos, la verdad es subjetiva y son las mentiras las que sacian el cerebro colectivo».
Al final quería dar el porqué de la aparición de tantas novelas apócrifas, y creo haber dado en el clavo.
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Autor: Jorge Juan Montolío Arqué. Título: El concurso de imitadores. Venta: Amazon
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