Cuando Pablo Iglesias Turrión, allá por el año 2014, dijo aquello de que «el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto», estaba recuperando una idea tan vieja como la filosofía occidental misma, una noción que casi todas las escuelas, desde Homero hasta Lukács, han interpretado a su modo. En esta estela, la última novela publicada por Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948), Furias divinas, es una afilada metáfora de cómo el asalto, en política, corre el riesgo de volverse pantomima. A través del retrato de un grupo de drag queens que montan un tugurio de espectáculos de transformismo musical y que, ante una situación de desigualdad tan injusta como ostentosa, deciden boicotear una selecta fiesta privada, el autor plantea un recorrido simbólico por las diversas posturas estratégicas hoy representadas en la enriquecida paleta de colores parlamentaria. El humor descarado, marca de la casa del escritor gaditano, se torna irónico al transformar la ideología personal en una vía para encontrarse con la propia identidad, y se vuelve negro al presentar el desempleo como una oportunidad de catálisis creativa. Así, lejos de la literatura del compromiso político, la obra se perfila como una visión personal de una realidad marcada de manera objetiva por la cuestión de la transferencia del poder.
El modo de entender la actualidad de Mendicutti cala más allá de la propia historia, y este hecho se evidencia en un original modo de estructurar el relato. De esta manera, y enmarcados por dos capítulos, uno introductorio y otro conclusivo, puestos en boca del escritor Ernesto Méndez —alter ego de quien firma en la portada—, una serie circular de monólogos encadenados da la palabra a las diferentes artistas del Garbo que, una tras otra, desfilan ante nuestra mirada desprovistas de todo rastro de pudor. Por medio de estas intervenciones particulares, el autor emprende una intensa búsqueda de la voz característica de cada personaje. Así, gracias a un logrado empleo del lenguaje, concebido en la novela casi como un juego, Mendicutti es capaz, también, de dar cuenta de la dualidad intrínseca que forma la personalidad de cada uno de los actores: se enfrentan aquí la vida masculina y la femenina, la esfera pública y la privada o la culpa y el placer; pero también a la realidad se le obliga a encararse con la intimidad de los anhelos.
Furias divinas, en tanto que alegoría social pero también por lo que tiene de novela de aceptación, otorga una gran importancia al pasado —al de los personajes y al del país— en la configuración del presente. En este sentido, un concepto que podría resumir las intenciones de la obra es el de reconciliación. En La sociedad del espectáculo, texto publicado en los albores del Mayo del 68 —que, recordemos, no fue más que otro gran asalto—, el filósofo situacionista Guy Debord declaró que «toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos» y que «en el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso»; afirmaciones que, a la postre, cristalizaron en aquella célebre pintada callejera: «la cultura es una inversión de la vida». Cincuenta años más tarde, Mendicutti propone transformar el defecto en virtud y hacer del teatro, el esperpento y la tramoya las herramientas fundamentales de un asalto que se concibe, en todos los sentidos posibles de la expresión, a la inversa, ya que defiende que la ficción de la política debe ponerse al servicio de la vida y no al revés. Quizás aún haya quien tenga mucho que aprender de las artistas del Garbo: para asaltar el cielo fueron capaces de llegar juntas a un consenso que permitió que el espectáculo no se detuviese.
Autor: Eduardo Mendicutti. Título: Furias divinas. Editorial: Tusquets Editores. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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