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El cuento del lobo, de Blas Ruiz Grau

El cuento del lobo, de Blas Ruiz Grau

Es una tarde cualquiera en un bullicioso centro comercial. Mientras el padre espera en la puerta, una madre y su hijo desaparecen. ¿Han sido raptados? ¿Han huido? ¿Cómo han podido salir sin que nadie los viera? El rapto parece la explicación más lógica, pero a medida que avanza la investigación policial vamos descubriendo los detalles que el padre de familia no ha desvelado a la policía y que ahora se vuelven en su contra.

Zenda adelanta el primer capítulo de la nueva novela de Blas Ruiz Grau, El cuento del lobo.

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1 

Viernes, 10 de mayo de 2019. 22.04 horas. Elche

Qué poco se valora poder respirar con normalidad.

Hace unos minutos, tan solo unos minutos, este ejercicio se realizaba de forma automática, sin ninguna complicación. Sin ni siquiera ser consciente de hacerlo. ¿Y ahora?

Ahora que le faltaba el aire maldecía no haber apreciado algo tan nimio.

«Qué poco se valora poder respirar con normalidad», pensó de nuevo.

Alguien que tuviera el poder de entrar en su cerebro se preguntaría cómo podía tener esa clase de ocurrencias ante a una situación como la que estaba viviendo. Él, incapaz de dar una respuesta coherente a tal contradicción, buscaba algo de raciocinio en los recovecos de su mente.

No tuvo suerte.

Agachó la cabeza con la esperanza de poder respirar mejor. Sintió que era el momento de tener ideas lúcidas, eficaces, resolutivas, como dirían algunas personas de su día a día; sin embargo, lo único que era capaz de percibir en sí mismo era una imbecilidad profunda, sobre todo al verse con la cabeza gacha, confiando en que así el aire pasaría mejor por sus pulmones.

La levantó de nuevo.

"En su loco ir y venir de imágenes inconexas, de repente la vio a ella, hablándole de lo que sentía cuando describía su ansiedad"

Puede que fuese por la falta de oxígeno, o al menos así creía haberlo leído alguna vez, pero su campo de visión estaba emborronado, como si una espesa niebla hubiera aparecido de pronto en el lugar. En su loco ir y venir de imágenes inconexas, de repente la vio a ella, hablándole de lo que sentía cuando describía su ansiedad. ¿Era a eso a lo que se refería? Sí, tenía que serlo. Y qué sensación más desagradable. ¿Cuál era el siguiente paso según ella?

«Ah, sí, los sudores fríos».

¿Sugestión? Puede, pero tenía la espalda calada como si acabara de salir de la ducha. La única diferencia era que la placentera sensación que experimentaba después de pasar un buen rato bajo la alcachofa no se parecía en nada a esas molestas gotas que le bajaban justo por el centro del dorso.

Trató de volver a la realidad, de alejarse de aquellas locas divagaciones que habían llegado en el peor de los momentos.

Pero la neblina aún estaba ahí.

Tanto que la cara de la persona que tenía enfrente se había distorsionado hasta tal punto que le era imposible distinguir dónde tenía la nariz y dónde la boca.

Eso lo agobió más.

"Era como si alguien estuviera dando voces en el interior de una cueva, pero bien adentro, muy lejos de él"

La creciente sensación de angustia que se había apoderado de él lo hizo inspirar con mucha fuerza, pero no sirvió de nada, pues de pronto algo muy parecido a un mareo lo asaltó a traición. Sintió que sus piernas no podían seguir manteniendo erguido el resto de su cuerpo y se vio a sí mismo cayendo al suelo. Suerte que la persona que tenía enfrente fue lo suficiente hábil y logró sujetarlo por las axilas. También fue una suerte tremenda que quien tenía ante sí se asemejara bastante a un gorila en cuanto a corpulencia. Pero a uno de los fuertes, que gorilas los hay de muchas clases.

Mario oyó su voz. Sin embargo, no identificó ni el tono ni el timbre, pues el hecho de que esta le llegara al cerebro en forma de eco lo hacía imposible. Era como si alguien estuviera dando voces en el interior de una cueva, pero bien adentro, muy lejos de él. Nunca había estado en una, pero debía de sonar así.

—¿Está usted bien? —preguntó una voz femenina que dejaba entrever una justificada preocupación.

Eso no hizo sino confundir más a Mario, pues no vio a nadie alrededor que se asemejase a una mujer, tras haber descartado totalmente la posibilidad de que la fuente de aquella voz fuera Maguila el gorila, ya que era imposible que tuviera ese timbre. Se esforzó en dar con ella, y en cuanto logró localizarla, lo único que pudo sacar en claro fue que no vestía como él, aunque la maldita niebla no le permitiera estar seguro al cien por cien.

Mario trató de ser sincero y de decirle que no, que no estaba bien, nada bien, pero sentía tal sequedad bucal que no pudo pronunciar palabra alguna.

Lo de la sequedad no recordaba habérselo escuchado a ella.

—¿Me oye? ¿Está usted bien? —le repitió.

Él supo que la sensibilidad de su cuerpo seguía en buen estado, ya que las dos cachetadas que le propinó en el lado derecho de la cara sí las notó. Suaves pero efectivas.

Gracias a ello, Mario logró negar con la cabeza. No estaba bien.

¿Cómo iba a estarlo después de lo que le acababa de suceder?

"Si apretaba un poco más los dedos, estaba seguro de que acabaría atravesándolo"

Maguila lo seguía sujetando por las axilas. Si no fuera porque le hacía daño, a Mario no le hubiera importado seguir un tiempo más en aquella posición. Pero vaya que si se lo hacía. Aquel hombre tenía fuerza suficiente para mantener agarrados a diez como él al mismo tiempo. El problema era que parecía estar concentrando todas sus energías solo con él. Si apretaba un poco más los dedos, estaba seguro de que acabaría atravesándolo. Para su fortuna, el gorila optó por moverlo como si no pesara nada hacia uno de los bancos que había cerca de donde estaban y lo ayudó a sentarse con cuidado.

Antes de dejarlo un poco más a su aire, se aseguró de que no se fuera a caer ni hacia delante ni hacia atrás.

Un tipo rudo pero amable.

La chica se situó a su lado y comenzó a darle aire, puede que con un papel o con algo por el estilo, pues Mario aún era incapaz de ver con claridad. Pensó en lo rudimentario del invento, pero enseguida reparó en que era muy efectivo, ya que comenzó a sentirse mejor. Al menos por fuera, porque lo que era por dentro…

Mario levantó la mano y ella dejó de abanicarlo. Ya parecía poder valerse por sí mismo.

Respiró profundamente y agradeció para sus adentros haber podido hacerlo. Se prometió a sí mismo que a partir de ahora valoraría este simple gesto, aunque sabía que en el fondo se estaba mintiendo a sí mismo. Esas cosas no se valoran nunca.

Intentó dejar la mente en blanco.

"Echó un vistazo a su alrededor y comprobó que todo el mundo lo miraba al pasar. Sin embargo, nadie llegaba a detenerse del todo"

Se incorporó ante la atenta mirada de la chica, con Maguila dispuesto a agarrarlo nuevamente de los sobacos. Su visión también estaba volviendo al punto inicial, cuando aún era capaz de distinguir las caras. Echó un vistazo a su alrededor y comprobó que todo el mundo lo miraba al pasar. Sin embargo, nadie llegaba a detenerse del todo. Era como una pequeña atracción que formaba parte de un pack que incluía compras más espectáculo, así que continuaban con lo que fuera que habían ido a hacer allí.

Mario se volvió de nuevo hacia la mujer. Maguila se acercó también.

—¿Está usted bien? —repitió ella.

Mario pensó que igual no sabía decir otra cosa. Lo que sí le llamó la atención fue la seriedad con la que se lo preguntaba. Esperaba más esa actitud por parte del mastodonte, incluso llegó a creer que eso debiera haber sido lo normal, pues para él tal disposición iba incluida en el uniforme de agente de la Policía Nacional que lucía el grandullón. Pero la chica no vestía como él, aunque su comportamiento le sugería que su trabajo podría ser el mismo.

Él la miró y asintió. No demasiado convencido, eso sí, aunque albergaba la esperanza de que así lograría que relajara el rictus.

Sin embargo, ella no lo hizo.

Mario trató de suavizar la situación, en la medida de lo posible.

—Perdone, no sé qué me ha pasado —acertó a decir. Ella lo analizó de arriba abajo antes de volver a hablar.

—Es natural, no se preocupe. Ahora le pido que se tranquilice del todo porque es muy importante. Sé que cuesta, pero necesito que lo haga. Recuerde todo lo sucedido y relátemelo despacio.

Mario asintió de nuevo como si fuera idiota. Se quedó embobado, mirando hacia la tienda.

Una entrada. Una salida. No más posibilidades.

¿Cómo narices podía explicar que lo más importante de su vida había desaparecido allí dentro?

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Autor: Blas Ruiz Grau. Título: El cuento del lobo. Editorial: Ediciones B. Venta: Todostuslibros y Amazon 

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Ana Verdu
Ana Verdu
3 años hace

Si es que no tenía que haberlo leído. Ahora que hago?????