Es posible que Friedrich Nietzsche se negara a asistir a la boda de su hermana Elisabeth cuando ésta contrajo matrimonio, en mayo de 1885, con Bernhard Förster. De hecho, al filósofo le gustaba tan poco su cuñado que no quiso saber nada de la pareja una vez celebrada la ceremonia. Förster era un maestro de escuela que escribía y que ya despuntaba en la Alemania de su tiempo como un feroz antisemita, muy en línea con la corriente de pensamiento que se comenzó a instalar en Europa durante el siglo XIX. Se dice que tanto él como su esposa habían abrazado la tesis de que los judíos eran los responsables de todos los males que aquejaban al mundo en las veladas que, aún durante su noviazgo, compartían con Richard Wagner. El compositor había publicado en 1850 un libelo titulado Das Judenthum in der Musik («El judaísmo en la música») en el que acusaba a los judíos de constituir un elemento extraño y perjudicial para la cultura alemana y aprovechaba para arremeter contra dos de sus rivales, Giacomo Meyerbeer y Felix Mendelssohn. En aquellas reuniones que el músico celebraba en su domicilio, Wagner exponía su idea de crear un pueblo estrictamente ario, ajeno a cualquier influencia judía, en el que la raza pudiera desarrollarse y evolucionar sin interferencias ni contaminaciones.
Förster tomó buena nota de aquella propuesta y en 1883 hizo un viaje de exploración al Paraguay, donde en aquellos momentos se estaba instalando un buen número de colonos alemanes. Situó su cuartel general en la localidad de San Bernardino, uno de los emplazamientos que habían puesto en pie allí sus compatriotas, y dedicó tiempo a recorrer el interior del país, aunque sus excursiones no resultaron excesivamente fructíferas. Fue en 1886 —tras casarse en Alemania con Elisabeth y regresar con ella a Sudamérica— cuando localizó a orillas del río Araguay-Guazú una extensión de terreno que juzgó óptima para materializar su sueño. Así lo trasladó al gobierno paraguayo, que al año siguiente entregó a Förster 12 leguas cuadradas de suelo. Éste dio a cambio 2.000 pesos de garantía y se comprometió firmemente a asentar allí a ciento cuarenta familias europeas en el plazo de dos años. Se entregó entonces a una intensa labor propagandística en la que no faltaron las falacias. Aseguraba que Paraguay era un país extremadamente fértil, donde cualquiera podía arrancar frutas de los árboles con sólo sacar la mano por la ventana, y que había localizado, en definitiva, un verdadero paraíso en la tierra en el que la raza aria podría alcanzar sus mayores potenciales.
Con tales argumentos, Förster y su mujer lograron convencer a unas decenas de personas que les siguieron hasta aquella tierra prometida a la que, muy consecuentemente, su promotor bautizó como Nueva Germania. Pero el experimento salió mal desde el principio. La mayoría de alemanes que se trasladaron a Paraguay no habían cultivado terrenos en su vida, por lo que no encontraron el modo de aprovechar su preconizada riqueza, y tampoco les resultaba sencillo acostumbrarse a un lugar que distaba unos trescientos kilómetros de Asunción, la capital del país, y tampoco tenía a su alrededor grandes núcleos poblacionales en los que apoyarse. En consecuencia, quienes pudieron regresar a Alemania para retomar la vida que habían abandonado allí lo hicieron, y una vez vueltos al hogar no debieron de dejar en buen lugar el supuesto edén de Förster, porque nadie más se animó a cruzar el Atlántico para probar suerte.
En 1889, dos años después de la fundación de la colonia, el padre de Nueva Germania ya daba por hecho que su plan se había convertido en un fracaso. La decepción fue tan grande que se acabó suicidando en San Bernardino, en el palacete que hoy ocupa el Hotel del Lago, y los pocos colonos que quedaron en Nueva Germania se olvidaron pronto de las veleidades racistas de su promotor. Es importante señalar que el asentamiento se instituyó cuando habían transcurrido poco más de tres lustros desde la Guerra de la Triple Alianza, una contienda feroz en la que Brasil, Argentina y Uruguay se aliaron para acabar con Paraguay y tras la cual la población masculina del país quedó seriamente diezmada. Si antes del conflicto el censo nacional rondaba los ochocientos mil habitantes, una vez concluidos los enfrentamientos el saldo quedó en catorce mil hombres y ciento ochenta mil mujeres. Tal coyuntura provocó que los colonos que resolvieron quedarse en Nueva Germania y que no tenían pareja se fijaran en las nativas y fundaran familias con ellas, lo que hizo que definitivamente se torciera el precepto fundacional que quería hacer de aquel reducto un predio libre de cualquier alteración genética.
El nombre, no obstante, se mantuvo y hoy Nueva Germania es un distrito adscrito al departamento paraguayo de San Pedro cuyos vecinos lidian con la falsa creencia de que aquello sirvió de refugio para los nazis tras la II Guerra Mundial, algo que es completamente falso, mientras se dedican a una actividad eminentemente agrícola y casi siempre vinculada al cultivo de la yerba mate. Aún existen familias que descienden de aquellos pioneros alemanes. Mantienen el apellido y algunas costumbres teutonas y también han conseguido que prevalezca el idioma, el más usado junto con el guaraní. En el centro de la ciudad se conservan casas cuya arquitectura tiene inequívocas reminiscencias europeas, y la asimilación plena de la cultura paraguaya no ha impedido que perviva el recuerdo a sus impulsores: ciertas instituciones izan la bandera germana —cuyos colores lucen en los uniformes escolares— como homenaje al país al que se debe la fundación del distrito, aunque su nacimiento obedeciera a razones deplorables.
También San Bernardino, el lugar donde puso fin a su vida Bernhard Förster, gusta de recordar sus orígenes. De allí partió Elisabeth Nietzsche tras perder a su marido para regresar a Alemania y emprender la conocida alteración de los papeles de su hermano Friedrich, a quien hizo pasar por un inspirador de la doctrina nacionalsocialista cuando en realidad había querido ser todo lo contrario. El empeño tuvo su recompensa: cuando los nazis llegaron al poder, en 1933, Elisabeth recibió grandes aportaciones económicas que promovieron la difusión de la obra distorsionada del filósofo. No tuvo mucho tiempo para afanarse en la tarea. Falleció el 8 de noviembre de 1935. A su entierro asistió el mismísimo Adolf Hitler.
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