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El deportero contemplativo

La Selección Española de Fútbol se creó en 1920 con motivo de los Juegos Olímpicos de Amberes. Éramos, entonces, unos pardillos en la materia. Pero unos pardillos que aprendieron deprisa.

Cuando el nuevo deporte, introducido por los ingenieros de minas ingleses que trabajaban en Río Tinto (Huelva) empezaba a propagarse por España, comenzaron a formarse los primeros equipos. Aquel deporte, que los ingleses denominaban con la palabra foot-ball (pie-pelota), quiso el periodista Mariano de Cavia cambiarle el raro nombre que le adjudicaba la lengua inglesa por el neologismo “balompié”. No prosperó.

"Y no cabe decir que estos aplausos desde el tendido carecieran de valor. ¡Valientes aplausos! ¡Que hay héroes en aplaudir!"

Cuando don Miguel de Unamuno se puso a escribir un artículo de los llamados alimenticios (porque le proporcionaban los ingresos dinerarios suficientes para seguir dando de comer a sus muchos hijos), y este artículo fue publicado en la revista Nuevo Mundo el 6 de junio de 1922 bajo el título “Del deporte activo y del contemplativo”, sintió la tentación de inventar una palabra para definir al deportista contemplativo, es decir, lo que somos millones de españoles. Ya existía la palabra “aficionado” que define a todo aquel que es seguidor de cualquier deporte, aunque entonces se llamaba “aficionado” muy específicamente al seguidor de los toros. Y Unamuno, muy aficionado a inventar palabras pero poco aficionado a los toros, inventó el neologismo “deportero”, que significa “aficionado no activo a un deporte” o dicho de otro modo “el que sigue a un deporte pero no suda ni una gota, ni gorda ni flaca, ya que es un ser contemplativo”. Tampoco prosperó la palabra “deportero”; y se olvidó pese a que lo tenía bastante bien argumentado y con ambivalente valor el ilustre pensador.

Escribió Unamuno: “¡El deportero contemplativo suele ser admirable de valor! ¡Con qué valor aplaude! ¡Con qué de­nuedo le anima al activo a que corra la suerte! Y esto en toda clase de deportes. ¡No tenga usted miedo, que aquí estamos nosotros! Y estos “nosotros” se proponían calentarse las manos —era en invier­no— a fuerza de aplaudir al héroe de la fiesta desde el tendido. Y no cabe decir que estos aplausos desde el tendido carecieran de valor. ¡Valientes aplausos! ¡Que hay héroes en aplaudir!”.

"Sólo una cosa ayuda a desarrollar, y es la grotesca vanidad del profesional del deporte"

La vanidad del deportista, proveniente de la mitificación en que es situada su actividad de cara al público, también llamó la atención de Unamuno en aquel artículo del año 1922. No lo centraba únicamente en los toros y el fútbol. En todos los deportes.

“¡Los deportes! ¡Los deportes! Desde luego, que los tales deportes malditos si hacen un cuerpo sano para albergar un espíritu sano, que no se distinguen por su salud los campeones; pero en cuanto al de­porte contemplativo, al de la contemplación del de­porte, ¿quieren ustedes decirme en qué desarrolla nada? Sólo una cosa ayuda a desarrollar, y es la grotesca vanidad del profesional del deporte”.

Gila dijo lo mismo en una de aquellas historietas que le oíamos en la radio de nuestra infancia: “¡Oiga! Me quiere coger del suelo el lapicero que se me ha caído. ¡Es que soy futbolista!”.

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