Si uno fuera inmortal, dejaría de escuchar, se supone, las trompetas del Apocalipsis que nos sacuden a diario. Aunque lo más probable sería que el Apocalipsis pasara a tener otra forma, puede que menos negra y atosigante, pero más parecida a una depresión perpetua. Vencer a la mortalidad supondría vencer al envejecimiento, pues no tiene sentido vivir siempre si uno habita un cuerpo anciano. A partir de una semilla tan contundente se gesta toda una filosofía social, el cosmismo, que brota en la vieja Rusia, cuyo principal representante será el filósofo Fiódorov, y sobrevive a las circunstancias históricas que atravesará la Unión Soviética y la extinción del imperio. Luchar contra la muerte pasará incluso a ser una exigencia, a juicio de sus defensores, del comunismo y del socialismo, un objetivo coherente con el proyecto soviético. Pero el cosmismo nació antes, en un país que es caldo de cultivo ideal para teorías que asienten sus pies en el terreno del infinito, en un país que dio a Dostoievski, tratando de responder a una pregunta: «¿Es posible concebir y poner en práctica una ciencia que no sea sinónimo de desecación del espíritu, de negación de la libertad y las aspiraciones intelectuales del hombre?».
A lo largo de las primeras ochenta páginas el autor nos detalla los fundamentos de esta pretendida verdad filosófica, que debe compaginarse con los problemas sociales pensando en crear un hombre nuevo. Sin embargo, y a medida que vayamos avanzando en la lectura, asistiremos a más entregas de espíritus que nos remiten al delirio, a gente que cree que la resurrección de los muertos no es una alegoría o que la transfusión total de sangre permite superar el individualismo burgués y dar forma al ideal colectivista. El entorno en el que se mantiene siempre el autor no perderá de vista que la mayor parte de la evolución de estas teorías tienen lugar entre un pueblo que es profundamente religioso mientras hay un empeño de implantar el bolchevismo. Los conflictos consecuentes estarán servidos y harán que el libro pase de ser un estudio sobre una corriente de pensamiento desesperado a una crónica por la que desfilan visionarios que se dedicarán a los vuelos cósmicos o serán pioneros en la defensa de la biosfera, del concepto de noosfera —del griego nóos, mente— y de la heliobiología. En realidad, serán las dificultades que vayan encontrando para el desarrollo intelectual y la aplicación práctica de sus teorías lo que hará que el relato cobre mucho interés. Mientras tanto, Eltchaninoff va reseñando obras literarias, de Bulgákov o de Platónov, por ejemplo, que contienen un sustrato vinculado al cosmismo que hasta la fecha ignorábamos.
Lenin pisó la luna es un delicioso ensayo en que se nos habla de la identidad nacional de uno de los pueblos que más han marcado la historia humana, nos habla de la ciencia y sus límites, de la suerte de las ideologías y, para ser más concretos a la hora de definir el interés del libro, de esa extraña combinación que puede surgir de mezclar el racionalismo soviético con la criogénesis.
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Autor: Michel Etchaninoff. Traductor: Francesc Esparza Pagès. Título: Lenin pisó la luna. Editorial: Rosamerón. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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