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El destello de Rimbaud

Existe la idea bastante extendida de que la poesía es un don de juventud. Este tópico, a todas luces infundado, ha calado con tanta intensidad en los lectores más asiduos de Erató como en los propios creadores. A ello ha contribuido sin duda alguna la leyenda de Rimbaud, ese enfant terrible que hizo tambalear los cimientos poéticos del pasado siglo, y al que junto a Baudelaire puede considerársele un precursor de la poesía moderna.

Rimbaud pasó por la bóveda poética como un meteoro, y desde entonces —como acertadamente tituló uno de sus poemarios— sus visionarios destellos siguen iluminando, generación tras generación, los anhelos poéticos de los adolescentes sonámbulos. Pero Rimbaud no solo encarna este arquetipo de las floraciones precoces, del genio de la juventud, sino también la de aquellos que huyen de su talento, emasculando su genialidad.

"El atractivo de Rimbaud, y yo diría que su leyenda, se centra precisamente en estos aspectos, en su precoz genialidad y en su funesto destino"

En la poesía y en cualquier género literario o creativo suelen prevalecer los ejemplos contrarios, y mucho más en estos tiempos en los que los libros de valor quedan sepultados por la compulsiva catarata de liviandades que, desde su supuesta novedad, maculan los escaparates de las librerías. Dentro de estas disímiles tipologías pueden agruparse la de aquellos autores que luchan por lograr —a través de numerosas tentativas y de ingentes estrategias y esfuerzos— una obra que no solo sobreviva efímeramente bajo la ominosa hipérbole; y la de aquellos otros, a la que pertenece paradigmáticamente Rimbaud, que, derrochando arte a chorros, en este caso poesía por todos los poros de su cuerpo, apostatan de su don creativo.

El atractivo de Rimbaud, y yo diría que su leyenda, se centra precisamente en estos aspectos, en su precoz genialidad y en su funesto destino; con un cruel final que no deja de sorprender y de horrorizar a sus sucesivos admiradores, alejado de cualquier pretensión literaria y olvidado de sí mismo. Su pierna gangrenada y amputada en el hospital de la Conception no deja de ser una cruel metáfora de su vida.

La editorial Cuatro Lunas acaba de editar una nueva versión bilingüe de Una temporada en el infierno y Las iluminaciones, de Arthur Rimbaud, traducidas por Tamara Andrés y Oriana Méndez. El libro cuenta con un incitante prólogo de Manuel Vilas y también, como epílogo, con un conocido texto de 1956 de René Char sobre el ungido vate francés.

Los libros vivos, ya sean de poesía o de otro género literario, se diferencian de los libros muertos —fosilizados en los polvorientos anaqueles de las estanterías como estratos geológicos del paso del tiempo— en la permanente actualización de sus significados, llevada a cabo por las sucesivas generaciones de lectores, estudiosos, traductores y editores. La poesía de Rimbaud pertenece a ese reducido elenco de obras literarias que permanecen vivas en el imaginario colectivo como punto de partida y de llegada de cualquier lector. Una temporada en el infierno y Las iluminaciones cuentan además con la prestigiosa patina de ser un inexcusable referente iniciático para poetas y otros hacedores de la urdimbre creativa, una fuente inagotable de inducción imaginativa y de inspiración.

"A Rimbaud le bastaron solo tres años de fiebre y furor creativo para transformar por completo —y quizás para siempre— el orbe poético de su tiempo"

Esto se debe a que en la mistagógica poesía de Rimbaud se encuentra no solo el simbolismo, sino también el surrealismo y buena parte de los istmos y poéticas de nuestra poesía contemporánea. Los propios surrealistas trataron de atenuar y de poner cierta sordina a la inexcusable influencia ejercida sobre ellos por el díscolo adolescente; debido a su escabroso final y a sus incumplidas expectativas.

Aunque creo que en esto los próceres surrealistas se equivocaban. A Rimbaud le bastaron solo tres años de fiebre y furor creativo para transformar por completo —y quizás para siempre— el orbe poético de su tiempo. Él mismo lo cuenta en la famosa carta «del vidente» enviada a su amigo de juventud (casi de infancia) Paul Demeny, en la que proclama «una hora de literatura nueva» y en la que realiza una expurgativa revisión de la poesía de sus predecesores, salvando solamente algunos sesgos poéticos de Víctor Hugo y de Baudelaire, algo que han continuado haciendo los poetas jóvenes de sucesivas generaciones y de diversos postulados estéticos. Por ejemplo, Carlos Barral realizó un análisis parecido en «Poesía no es comunicación» (Laye, 1953), no por la pretensión de su censura —ya que Rimbaud en su iconoclasta revisión, después de reprobar la tradición de su literatura nacional, solo se detiene ante los clásicos griegos—, sino por el rigor del barcelonés en el expurgo de sus más cercanos precursores literarios.

"La fascinación del alcohólico y depresivo Verlaine por Rimbaud le llevó a convertirse en su amante y en el principal objeto de la manifestación de su poder destructivo"

Rimbaud deslumbró a Verlaine con su Le bateau ivre —«Comme je descendais des Fleuves impassibles»— y a todo el mundillo literario parisino reunido en torno a las tertulias de los Vilains Bonshommes. La fascinación del alcohólico y depresivo Verlaine por Rimbaud, por el poeta —como él mismo lo denominó— de las «suelas de viento», le llevó a convertirse en su amante y en el principal objeto de la manifestación de su poder destructivo. De ese periodo son los tres sonetos de Stupra —«Oscuro y fruncido como un clavel violeta»— traducidos, acaso por primera vez al castellano, por Aníbal Núñez para Luna de Abajo (1990), en los que Rimbaud describe abiertamente su relación homosexual con Verlaine. El final de su apasionada historia y de la colaboración poética Rimbaud-Verlaine en Bélgica es bien conocida y muy adecuada para el enfant terrible de la poesía francesa. El 10 de julio de 1873 Verlaine, desesperado como una damisela de folletín —téngase en cuenta que era diez años mayor que el poeta del Soneto de las vocales y que no solo había abandonado por él a su esposa, sino también cortado amarras con todo su mundo afectivo— ante la fatiga mostrada por aquel visionario y destructivo querubín, le dispara dos tiros hiriéndolo en una muñeca.

"Una nueva edición de Une saison en enfer y de Les Illuminations siempre es una magnífica noticia editorial, porque sus poemas siguen palpitantemente vivos"

Tras este dramático episodio, en su retiro de Roche, el vidente poeta de las «suelas de viento» acomete en prosa poética sus obras más significativas: Una temporada en el infierno y Las iluminaciones. Algunos poemas de este último poemario —completado sucesivamente hasta 1875— fueron publicados sin permiso del autor en la revista Vogue (1876). La peripecia editorial de Una temporada en el infierno, de la que da buena cuenta Manuel Vilas en su prólogo, contribuye a incrementar el mito y la leyenda de su autor. Debido al desinterés que muestra Rimbaud por el destino de su poesía, salvada por el azar y por la encomiable tarea de su antiguo amante y correligionario de fatigas simbolistas —el ya viejo para siempre, desde su estancia en la cárcel— Paul Verlaine, que lo rescata del olvido en una recopilación publicada en la revista Lutèce sobre los poetas malditos.

Rimbaud tuvo una vida por gala —como diría Zorrilla— escindida en dos: donde primero lucha visionariamente por disgregar su identidad preconcebida en busca del verdadero yo a través del lenguaje, de metáforas y sinestesias; y la otra, donde combate por aferrarse a los márgenes —acaso para recomponerse y no caer en la locura— más romos de la sociedad de su tiempo, en un intento por convertirse al precio que sea, como hizo con su poesía, en un redomado burgués. La enfermedad truncó este último propósito que lo llevó hasta Abisinia donde ejerció, con avidez especulativa, toda suerte de negocios y contrabandos.

La vida misma o la literatura misma. Una nueva edición de Une saison en enfer y de Les Illuminations siempre es una magnífica noticia editorial, porque sus poemas siguen palpitantemente vivos entre los «más inolvidables y maravillosos de nuestra literatura universal». Vuelvan los adolescentes sonámbulos con el destello de Rimbaud.

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Agustín Villalba
Agustín Villalba
1 mes hace

«Algunos poemas […] fueron publicados sin permiso del autor en la revista Vogue (1876).

La revista La Vogue publicó entre mayo y junio de 1886 el libro entero. O más bien todos los poemas que se conocían entonces y que fueron publicados en libro (ordenados por Félix Fénéon y con un prólogo de Verlaine) en el otoño de ese mismo año, con el nombre de editor Publications de La Vogue. La edición definitiva (que no se sabe si está completa) de «Les Illuminations» fue publicada en 1895

don dumas
don dumas
1 mes hace

Amén

don dumas
don dumas
1 mes hace

El niño poeta no quiso ser poeta. Odiaba los márgenes de la poesía y la mediocridad, y la hipocresía. No vendió un libro en su corta vida. Lo que demuestra que era verdadero y puro poeta. Amén