Comencé Anatomía sensible, la indagación sobre el cuerpo que Andrés Neuman lleva a cabo en su último libro, convencida, como siempre que me acerco a su narrativa breve, de que iba a disfrutar de dos grandes placeres por el precio de uno. El primero de ellos es el mero goce estético, el paladeo de un texto lleno de ingenio en el que las imágenes poéticas se alían con el ritmo justo en una clase magistral de estilo que va desvelando a cada paso que Neuman, y solamente Neuman, ha podido dar a luz unas líneas tan exactamente bellas. El segundo disfrute viene dado por el descubrimiento del claro posicionamiento ideológico del autor ante determinadas cuestiones, ese compromiso activo y pertrechado por una lógica irrebatible con el que aborda un asunto de su interés, en este caso una dignificación del cuerpo humano real que nos permita acercarnos a él sin prejuicios, librándolo de todos los males que ese modelo de imperfección sufre en la sociedad contemporánea.
Ha vuelto a suceder, desde luego, y bien que me alegro. Leer a Neuman es siempre parecido y nunca lo mismo del todo. En cada página vuelves a detenerte en su prosa familiar hecha de filos suaves llenos de humor y poesía. Subrayas frases enteras. Y sí, una vez más te sale al paso una endiablada habilidad para contar lo que piensa, aquello en lo que cree, con una nitidez que brinda auténticos momentos de revelación, esos que solo procura la auténtica literatura, en tanto cóctel explosivo de belleza y verdad. Sin embargo, este libro, al igual que sucede con los anteriores, lejos de caer en la repetición, logra sortearla airosamente y avanzar, manteniendo una continuidad armoniosa con obras precedentes, pero sin renunciar a la ruptura, a la evolución y la sorpresa. Neuman asume riesgos, qué duda cabe, en este tratado poelítico (parasíntesis creada sobre la marcha para detallar su naturaleza, poética y política) en el que se detiene a contemplar con minuciosidad sensible una zona determinada de nuestra anatomía y a reflexionar sobre ella en un microensayo, en una voluntad totalizadora. Nada escapa a su mirada, a su pensamiento. Se indaga sobre recovecos, protuberancias, ángulos muertos, órganos y miembros, partes siempre visibles que sin embargo, con mucha frecuencia, se consideran poco fotogénicas, suprimibles en la versión final de nosotros mismos que decidimos a mostrar a los otros. Así es como Neuman acerca el zoom benefactor de sus palabras a la barriga, al codo, a la axila o al ano, por ejemplo, poniendo su dominio absoluto del lenguaje al servicio de la dignificación de muchos territorios olvidados por un canon estético inalcanzable que rige el mundo en que vivimos. Ese canon lo sufrimos todos, hombres y mujeres, también los individuos trans, que, como no podía ser de otra manera, aparecen formando parte de las huestes de la humanidad en este conjunto de textos de voluntad inclusiva. El que padecemos es un modelo elitista y aberrante, que nos trocea y muestra solo en parte, como si cada ser humano estuviera siendo sometido al despiece perpetuo, a un desmembramiento continuado, por un implacable matarife llamado photoshop. Por eso se disfruta tanto, me parece, con esta reivindicación del cuerpo que es universal y gozosa, que busca reconciliar con su carcasa al 99 por ciento de la población que no cumple con los requisitos de los altares publicitarios, con los mandamientos de esa ficción peligrosa llamada moda que acabamos asumiendo como dogmas. Neuman advierte y nos muestra, menos mal, la belleza de la imperfección, la singularidad, ese defecto que la vergüenza nos obliga a ocultar como un pecado. Nos enseña a descubrir en el cuerpo a un amigo invisible, a un convidado de piedra en el que apenas nos paramos a pensar, al que casi nunca queremos. Un cuerpo es lo primero que somos al nacer, lo último que perdemos al morir, pero quizás también lo único que tenemos, que es realmente nuestro, en esta travesía más o menos larga llamada vida. Leyendo cada página de Anatomía sensible he recordado la cantidad de frases hechas de nuestro idioma que se valen del cuerpo como eje temático: tener las manos atadas, por narices (o la variante mucho más enfática por cojones), caer de pie, mirarse el ombligo… Son solo unos cuantos ejemplos de todas esas veces en que echamos mano (ahí va otra unidad fraseológica) de él para expresarnos con mayor claridad, para iluminar la explicación de un concepto, una situación. Lo usamos a cada momento, queriendo o sin querer, como punto de referencia. Nos protege y brinda asilo como una fortaleza desde cuyo interior percibimos la realidad que nos rodea, aunque en ocasiones lo ninguneemos, aunque con frecuencia lo detestemos al encontrarlo al otro lado de un espejo cada mañana.
En el libro de Neuman se nos invita a ensayar una nueva mirada, la aceptación de la diversidad de todos los cuerpos posibles. Podemos y debemos amar el cuerpo que nos tocó en suerte, sea cual sea, e imponer nuestro propio orden al recomponer su retrato desdeñando aquel basado en la verticalidad, y, por lo tanto la distancia jerárquica, que rige en Occidente desde los tiránicos preceptos estéticos impuestos por los griegos. En ese nuevo orden nada ostenta un valor superior, nada es más que nada. Los ojos resultan tan imprescindibles como la sien, peca y vagina, tan distintas, tan distantes son prodigios equiparables. Leer este atípico tratado, pasearse por cada uno de los treinta cuerpículos que lo componen, no solo es, pues, un deleite literario. Claro que se disfruta, y mucho, de esa mezcla de greguería y enigma que encierran algunas de las semblanzas que Neuman nos ofrece de una zona determinada, vistas como paisajes desérticos, lunares y que nos hacen recordar la relación macrocosmos/microcosmos esbozada por los antiguos para abordar su concepción del universo. Claro que no se acaba nunca el placer filológico de avistar la estructura medida de cada sección, la potencia inusitada de muchos de los comienzos o el misterio poético oculto en buena parte de los finales. Pero siempre hay algo más. Con Neuman siempre hay algo más, y en este caso se trata de toda una filosofía corporal en el mapamundi que va desplegándose ante nosotros y que nos recorre de arriba abajo, del primer pelo de la cabeza a la última uña del pie. Que nos hace celebrar a cada segundo la suerte de disponer de un cuerpo, esta botella mágica digna del más poderoso genio de cuento, capaz de contenernos y de brindarnos un lugar, realmente único e intransferible, desde el que asomarnos al mundo.
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Autor: Andrés Neuman. Título: Anatomía sensible. Editorial: Páginas de Espuma. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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