La protagonista de esta novela es una niña que, cuando está sola, se esconde debajo de una mesa, rodeada de libros, para aislarse de una realidad que le produce dolor. Hasta la rutina, la escuela, la comida, los juegos, cada conversación puede ser dolorosa en un mundo que no conoce la piedad. Vive en Transilvania, en un país triste en el que gobierna Ceaucescu. Son los últimos años del comunismo en Rumanía. “Soy la niña que se quedó atrapada dentro de un castillo —escribe—, debajo de una mesa enorme de madera maciza, rodeada de montones y montones de libros que leo día tras día. Soy una niña olvidada ahí dentro” (p. 19).
Contada en primera persona, la novela describe cómo vive una niña en un mundo donde todo es miedo. “Respiramos nuestro propio miedo”, dice al principio. Sólo la tranquiliza saber que su padre la protege siempre, que tiene la capacidad mágica de librarla de cualquier enfermedad y de quedársela él. Hasta que un día la pica una abeja en la nuca, que la afecta gravemente. Su padre se pone enfermo y ella cree desde entonces que es por su culpa, que él ha asumido su propio mal. Cuando vuelve al colegio, aún convaleciente, un compañero lanza una manzana contra el retrato del Gran Dirigente que preside la clase. Desde ese día ya no lo vuelven a ver; y ésa será la primera de una lista de desgracias que le van a ocurrir esos años.
La casa limón está compuesta mediante secuencias independientes, escenas sueltas de la niñez que forman el puzzle de un mundo agridulce: la escuela, la casa familiar, el pueblo de los abuelos, la inocencia de la infancia, la maldad, el desconcierto, la desolación. La narración no sigue un orden cronológico, sino que emplea asociaciones temáticas, saltos temporales, reiteraciones propias del tono lírico de la narración y las ambigüedades que provoca la memoria de un tiempo pasado. Por ejemplo, ella sabe que su padre está recluido en casa de su hermano, apartado de la familia; está enfermo, pero algunos pronuncian la palabra loco y otros creen que se lo han llevado a la cárcel. La policía secreta, la Securitate, es implacable y la sociedad que se describe muestra un estado de fragilidad humana en el que todo es inquietante.
La narración transmite la visión de una niña sobre una realidad que no acaba de comprender, un mundo en el que hay miseria económica y también moral. Transmite la melancolía de una inocencia perdida. Habla de una pena que es difícil identificar de dónde procede, de los sueños que nunca podrán llevarse a cabo, de las desilusiones, del dolor.
La novela tiene un tono naturalista y melodramático en la acumulación de desgracias que vive la protagonista en tan pocos años de infancia: el cáncer de la madre, la demencia del padre, la acumulación de muertos: los abuelos, tíos, primos, algún vecino, y más personas que no debo nombrar para no desvelar la historia… Hasta el primer hijo de su hermana Eva muere antes de cumplir un año, por problemas en el parto que lo habrían dejado tullido para toda la vida. “No puedo asumir ninguna muerte más”, dice al final (p. 227).
La casa limón está escrita con un tono intimista, en el que los detalles adquieren un expresivo valor simbólico y las imágenes salpican algunas páginas. En el funeral de su abuela, la niña recuerda que “las lágrimas se agolpan como uvas en miniatura en los ojos de mamá” (p. 60). El título se refiere simbólicamente a la casa donde vivían, pintada de color amarillo, que fue derruida, como tantas otras, para llevar a la familia a vivir en un piso pequeño de un bloque gris de la ciudad. Con el derrumbe de esa casa comenzaron las desgracias que impregnan de melancolía la lectura de esta novela. Sólo en las últimas páginas se vislumbra un panorama diferente, porque se anuncia el final de ese tiempo, la incorporación de la protagonista a la madurez y la desaparición de Ceaucescu, que sugiere un aliento de esperanza para el país y para la vida futura de los personajes de la novela.
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Autora: Corina Oproae. Título: La casa limón. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros.
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