Cuesta mucho sustraerse al influjo de escrituras tan poderosas como la de José Carlos Llop (Mallorca, 1956). Cuando se es joven no se acaba de entender que nos digan que nos envidian porque vamos a tener la oportunidad de leer a un autor o una obra por primera vez. Eso se entiende más tarde, cuando ya ha ocurrido y no hay vuelta atrás; que es tarde precisamente para regresar sobre los pasos andados y abrir esos libros necesarios con la inocencia del lector advenedizo. Por suerte, el regreso a aquellos libros que quedaron señalados en nuestra biografía lectora trae consigo placeres tanto o más inesperados como los de la primera vez, pero jamás regresa aquella luz inicial, que más que cegar absorbe, y por último alimenta. Lo que viene después es iluminación, pero ya no hay relumbre, destello, y si lo hay, es más sereno, semejante al que se vive con los grandes amores. Tal vez sea mejor incluso, pero aquella primera impresión ya no se da más, de ahí la envidia y el poso nostálgico de aquel comentario que no acabábamos de entender. Lo que sí se aprende con el tiempo es a ir a tientas, con la mirada bien despierta, para reconocer los momentos en los que la escritura puede llegar a ofrecer esos regalos —llegan con cuentagotas— que ya son para siempre. Todos tenemos una lista con los libros que responden a esa vivencia. Los de José Carlos Llop son de esta naturaleza. Lo dicho, qué envidia.
Por suerte, a veces llegan sorpresas como esta conversación que viene de la mano de Daniel Capó y Nadal Suau, tras la aparición de la novela Oriente (Alfaguara), uno de los tesoros ocultos de la producción narrativa del pasado año (sí, envidia de nuevo). Dos centenares de páginas en las que la pareja de interlocutores mueve ficha para que sea José Carlos Llop quien muestre sus armas, propague sus querencias y revise sus andanzas vitales y literarias. Un prólogo ejemplar sirve de umbral para una remembranza que tiene también mucho de biografía emocional y retrato esmerado del proceso del pensamiento de un autor de culto, dotado como pocos para el trasvase genérico que va del diario a la crónica, de la dramaturgia a la poesía, con la prosa como medio natural de expresión: diez libros de poemas, siete novelas, cinco volúmenes de diarios, cuatro colecciones de ensayos y dos libros de no ficción, además de una obra de teatro, sin olvidar sus regulares columnas periodísticas (semanalmente desde 1982). Digo bien cuando hablo de naturalidad en la prosa, aunque lo natural sería hacer caso al pálpito que impone la poesía, pues se trata de un don que, al contrario de la prosa, se muestra mucho más exigente y tirano que el párrafo. No se construye, llega con asombro y luego se trabaja. Esa es la diferencia sustancial entre ambos géneros, y así lo defiende Llop. Otra cosa es que se aprecie de un modo inapelable la fuente poética de la que bebe siempre su escritura, tan atenta al ritmo, al cincelado y a la imagen precisa. No es asunto raro. Es simplemente lo que ocurre con los grandes narradores, que se ajustan a los límites genéricos de un modo tangencial, y poco importa el encasillamiento, dada su connatural tendencia al trasvase de formas sin inquietud. No son todos, sólo algunos tienen pasaporte y visado listos para emprender viajes arriesgados y arribar sin infortunios a semejantes puertos francos.
Si como dice Llop “no hay amor sin conversación”, esta conversación con las preguntas al alimón motivan un recorrido alrededor de las ideas que nutren la vida del escritor de Mallorca (aquí también vale como escriba, como cronista y memorialista oficial de la isla balear desde la restauración democrática). Como dijo Jordi Amat al referirse al diálogo entre Ignacio Peyró y Valentí Puig que publicó esta cuidadosa editorial con el título de La vista desde aquí, también este volumen es “un festín de morosa inteligencia”. En él se dan cita todas las constantes del maestro insular, del más dotado relator de la mediterraneidad en lengua castellana tras cuatro décadas de escritura. A estas alturas ya puede hablarse con justicia de lo llopiano como una mirada singular ante el mundo, algo a lo que muchos aspiran y pocos logran. Lo llopiano, en efecto, una combinación de decencia, lealtad, camaradería, relaciones entre lo social y lo mitológico, un sentido de la belleza como expresión de la verdad y una poética de los detalles que pueblan el mundo con la luz del hallazgo feliz, sin remilgos ni tapujos, pero con la atención despejada que otorga una existencia emboscada. Sólo en el emboscamiento, en el coraje necesario para evitar la renuncia a la propia naturaleza y en el amparo de la vida retirada puede surgir la fidelidad a un mundo en el que el símbolo pugna por hacerse un hueco y mostrarse en felices hallazgos ante la contemplación del mundo. Cuando un autor asegura que no presta demasiada atención a otras latitudes porque “me falta mucha Europa todavía”, ya da muestras de una humildad y un quehacer esmerado y poliédrico, donde el objetivo es mapear el territorio que da sentido a su existir hasta convertirse en fiel propietario de ese paraíso particular donde lectura y vida se dan la mano, sub specie literariae. Es así como el lector se pasea con soltura por Barcelona, París, Palma o Burdeos; así como conversa con Vicente Verdú, Ernst Jünger, Ezra Pound o Cristóbal Serra; así como aprende de Bob Dylan, Leonard Cohen, Van Morrison o los Rolling Stones; así vive o sobrevive José Carlos Llop: atravesando los tiempos y los espacios. Sin permiso. Sin miedo.
Llop tuvo claro desde bien pronto la consigna de Ernst Jünger, ya citada en el introito de En el hangar vacío (1995), aquella que rezaba que “la tarea del autor es la fundación de una tierra natal espiritual”. Por eso anuncia en uno de sus poemas: “Soy el escriba de una ciudad que no existe”. Qué quieren que les diga, lo mejor que le puede pasar a un libro tras su lectura (o en este caso durante) es que se desee regresar a las obras que lo han alentado, a las propias del autor que las ideó y a las ajenas que le inspiraron. Son estos libros seminales, pero también son libros que acucian, que frenan, libros que paralizan y alientan a un mismo tiempo, de esos que te cambian la vida. Porque la vida ya no se ve igual tras su aparición. Y aunque duela, hay que estar siempre agradecidos a estos faros que socorren en los momentos de zozobra o sorprenden con su elegante figura estética. Y si para lograr acceder a este universo y frecuentarlo con asiduidad, si fuere pertinente, hace falta emboscarse, pues uno se embosca y punto. No queda otra. Más pronto que tarde se descubrirá que habrá merecido la pena.
Uno se hace amigo de ciertos escritores sin que ellos mismos lo sepan. En verdad no son ajenos del todo, pero es lo que tiene vivir de puertas adentro. Bastante hacen si al final alimentan nuestros días de alta felicidad, la de la lectura y la del conocimiento que ella conlleva. Yo ya sabía que iba a subrayar mucho este libro. Y que ustedes me iban a dar envidia. Trataré de soportarlo con la mayor de las dignidades. En el fondo sé que ustedes también envidian un poco a este reseñista por haberse adelantado en la lectura de esta rareza bibliográfica sin desperdicio.
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Autores: Daniel Capó / Nadal Suau / José Carlos Llop. Título: José Carlos Llop: Una conversación. Editorial: Elba. Venta: Todostuslibros y Amazon
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