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El dragón desnudo

Existen, a lo largo de la Historia, momentos, periodos de transición altamente significativos por la carga de consecuencias que llevan aparejados en los más diversos órdenes, económico, espiritual, político, vida menuda de la gente, costumbres.

La lista es larga, y trasciende este espacio y la intención del articulista, pero indicaremos, por ejemplo, por su trascendencia en la historia literaria, aquel al que Flaubert se refiere en una carta a Edma Roger des Genettes como aquel en que «los dioses ya no estaban y Cristo aún no estaba […] y en que solo estuvo el hombre», y que serviría de inspiración para que el genio de Marguerite Yourcenar lo tradujera en Memorias de Adriano. Aquel otro, tras la muerte de Alejandro Magno, en que las plazas públicas, las bibliotecas, los mercados, se convierten en auténticos caravansares de ideas, costumbres, maneras de ver el mundo, interpretarlo y vivirlo, tránsito de la polis autosuficiente al cosmopolitismo.

"En 1578, año crucial, es ordenado sacerdote, y sobre todo parte en el galeón San Luis rumbo a Goa, por entonces colonia portuguesa, acompañado de otros compañeros jesuitas"

Saltando los siglos, nos hallamos ante otro de esos momentos cuando las viejas (nuevas) creencias renacentistas, amparadas en el saber clásico, la filosofía natural y el conjunto de fuerzas ocultas que pueblan el mundo, dan paso al intento de aquilatarlo, medirlo y, por qué no decirlo, controlarlo, en el cálculo, la física, la mecánica y la geometría. Significativamente, en el prefacio de Las palabras y las cosas, su brillante desarrollo de esa época de transición en la historia de las ideas, Michel Foucault utiliza un relato de su admirado Borges situado en la lejana China imperial, inmemorial. Dice Foucault glosando al escritor argentino: «¿Acaso en nuestro sueño no es la China justo el lugar privilegiado del espacio? Para nuestro sistema imaginario, la cultura china es la más meticulosa, la más jerarquizada, la más sorda a los sucesos temporales, la más apegada al desarrollo puro de la extensión».

Matteo Ricci, autor de esta Descripción de la China (1610) presentada al lector en castellano en edición meticulosa y bella a cargo de Giuseppe Marino, quien se encarga del estudio introductorio y el completo aparato de notas, nace en Macerata (Italia), en 1552. De familia bien posicionada, recibe una excelente formación a cargo de preceptores y maestros jesuitas. Aunque destinado familiarmente hacia la abogacía, en 1570 decide, no sin disgusto paterno, profesar y ser admitido en el noviciado jesuita de Roma. Los años que siguen completan su amplia formación en Humanidades, Matemáticas y Física. En 1578, año crucial, es ordenado sacerdote y, sobre todo, parte en el galeón San Luis rumbo a Goa, por entonces colonia portuguesa, acompañado de otros compañeros jesuitas.

En la población india permanecerá aproximadamente cuatro años impartiendo clases de Retórica y Humanidades. En 1582 recibe el encargo del provincial de la Compañía de embarcarse rumbo a Macao para estudiar el idioma chino. Desde ese momento, y hasta su fallecimiento casi cuarenta años después, comienza la fabulosa peripecia intelectual de Ricci en tierras chinas, una verdadera inmersión cultural que dejó honda huella entre sus contemporáneos.

"Desde 1594 y hasta el final de sus días en Pekín, Ricci y sus colaboradores adoptan la indumentaria de los mandarines y altos funcionarios"

Al cabo de un año, Ricci es capaz de desenvolverse con cierta soltura en la intrincada selva de la lengua china, llegando a afirmar que domina ya «aproximadamente unos 40.000 caracteres de los 70.000 de que consta». Tesón, paciencia, perseverancia no le faltarán en su periplo, sumados a una inteligencia portentosa, una gran memoria, una insaciable curiosidad, una aguda capacidad de observación y un admirable uso de la astucia y el disfraz. No de otra forma hubiera sido posible llegar, al cabo de los años, a la proximidad del emperador, ni merecer el título de Xitai, maestro del Extremo Occidente.

Ricci va acumulando logros sorprendentes con el paso de los años. Además de las cartas periódicas que remite a sus superiores de la Compañía para informar del estado de su misión (no olvidemos que ese era el propósito principal del jesuita italiano, introducir la doctrina cristiana y evangelizar el imperio), Ricci tiene tiempo de alcanzar un dominio tan admirable de la lengua autóctona que puede emprender la redacción de tratados de cariz evangelizador (Verdadera doctrina del Señor del Cielo), un mapamundi completo de los montes y los mares chinos (Yudi shanhai quantu), un conjunto de paradojas sapienciales (Jiren shipian), un tratado de mnemotecnia (Xiguo jifa), una traducción del Calendario Gregoriano y, muy significativamente, los seis primeros libros de los Elementos de Euclides. Todo este amplio despliegue de capacidad intelectual, versatilidad y memoria le granjearon la rendida admiración de los mandarines y altos funcionarios del país asiático, pero también la animadversión de muchos otros que veían en la figura del italiano y sus compañeros la semilla de la disgregación de los valores milenarios chinos. Tanto es así que escapa por milagro de atentados personales, acusaciones de espionaje y contrabando de menores, por los cuales debe afrontar varios juicios de los que sale absuelto.

Desde 1594 y hasta el final de sus días en Pekín, Ricci y sus colaboradores adoptan la indumentaria de los mandarines y altos funcionarios: larga túnica de mangas anchas y frondosa barba hasta la cintura. En lo que es más comedido es en el dejarse crecer las uñas, tal y como hacían los dirigentes locales como signo de probidad y poder.

La Descripción que nos ocupa está dividida en diez capítulos, y forma parte de una obra más ambiciosa de Ricci, De la entrada de la Compañía de Jesús y la cristiandad en China, de la que constituye su primer libro.

"Un libro que describe la compleja realidad china de la época no con la intención de despertar la admiración y el suspenso, sino con la más pragmática de constatar hechos"

El lector que se aproxime a ella no hallará las descripciones envueltas en la bruma de la leyenda que pergeñaran sus compatriotas Marco Polo y Rustichello más de trescientos años antes. El mundo ha cambiado, como lo ha hecho la visión sobre él y los instrumentos e intenciones sobre él. La descripción de ciudades pavimentadas de estaño y palacios de oro del Catay fabuloso de Polo da paso a la escritura seca, descriptiva, ordenada y plagada de datos propia de un informe, de un estudio de campo antropológico, de un atestado, de una memoria.

El exhaustivo espíritu geométrico del jesuita (su coetáneo Descartes, educado en La Flèche ignaciana será otro ejemplo del mismo) recorre punto por punto cada uno de los apartados (geografía, agricultura y ganadería, artes mecánicas y liberales, formas de gobierno, ritos sociales, fisonomía e indumentaria, supersticiones y religión) que vertebran y configuran un imperio ancestral y colosal. Es uno de esos libros que hubieran merecido el aplauso y la entusiasta aprobación de aquel Josep Pla descriptivo y viajero que buscaba los datos sólidos de los países que frecuentaba, para desde allí pergeñar la voluta, el comentario, la observación sensual.

Un libro que acerca a los lectores una realidad compleja no a simple vista, a ojo desnudo como hasta entonces, sino como pertrechado ya con la lente minuciosa del antropólogo y el científico. Un libro que describe la compleja realidad china de la época no con la intención de despertar la admiración y el suspenso, sino con la más pragmática de constatar hechos, sorprendentes y exóticos, eso sí, para poder despojar de su túnica al dragón.

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Autor: Matteo Ricci. Título: Descripción de China. Traducción: Giuseppe Marino. Editorial: Trotta. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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