21 de enero de 1922. En el Teatro Cervantes de Almería suenan unos tiros justo cuando la actriz principal abandona el escenario. Mientras el público aplaude, un chiquillo herido de muerte sale a escena gritando que los tiros son verdaderos. Tras él, tambaleante, Concha Robles, protagonista del drama Santa Isabel de Ceres, cae moribunda junto a un bastidor.
El juicio, en el que se puso en duda la honorabilidad de la víctima, abrió un debate público sobre la violencia contra la mujer, en el que se llegaron a proponer cambios legales y nuevas interpretaciones de valores como el honor o el amor. El escritor Alberto Insúa escribió varios artículos en los que denunciaba la forma de amar del hombre de aquella época. El título de los textos, que causaron gran revuelo, lo dicen todo: “El marido que mata” y “Adán contra Eva”.
Aquella obra estaba maldita. Alfonso Tudela, director de la compañía de Robles, sería degollado posteriormente por su propia suegra. Vidal y Planas, autor de la obra, acabó también cometiendo un asesinato que igualaría en popularidad al drama de Robles y Berdugo, que fue condenado a cadena perpetua por un tribunal militar y mandado al presidio de las islas Chafarinas.
De Alfonso Vidal y Planas (1891-1965) dice José Esteban en su Diccionario de la Bohemia que era el enfant terrible de la bohemia madrileña. Mitad literato, mitad hampón, no quedaba muy claro cuándo hacía de una cosa y cuándo de otra. Su gran éxito fue Santa Isabel de Ceres, que produjo asociado con Luis Antón de Olmet, un exdiputado de Maura que, como él, escribía en El Debate y en otros medios, con mucha más fortuna que Planas, que vagabundeaba por rotativas y cafés. Olmet, en palabras de Juan Manuel de Prada, era licenciado en bravuconería, extorsionador y prepotente. Vidal y Planas, según Javier Barreiro, era “una especie de exaltado de buen corazón, un místico anarquista y cristiano, con pujos de redentor pasional, nervios débiles y cabeza confusa”.
Toda su producción literaria nacía de su propia vida. Santa Isabel de Ceres no era una excepción. En la realidad, la prostituta que debía salvar a través del amor —este era el argumento, sensiblero pero de gran éxito— se llamaba Elena. Se ve que un día, en el saloncito de actores del Teatro Eslava de Madrid, las burlas de Olmet llegaron a un punto irresistible para Planas, que acabó pegándole un tiro.
Vidal y Planas se entregó a las autoridades, se casó con Elena, en la cárcel Modelo un 26 de septiembre de 1923, y fue indultado tres años después, sin cumplir los doce años de prisión a los que fue sentenciado. Tras obtener la libertad marchó a Estados Unidos, donde se doctoró en Metafísica. Moriría en México, donde dio clases en la universidad de Tijuana. El asesinato de Luis Antón de Olmet ha sido recogido en La novela de un literato, de Rafael Cansinos Assens, y en Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada.
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