La secuencia inicial de El ejército de las sombras, justo antes de los títulos de crédito, nos muestra en un soberbio plano general a las tropas nazis desfilando orgullosas, desafiantes, vencedoras, sobre el asfalto de la Place de L’Étoile parisina, con el Arco de Triunfo, bastión monumental de la grandeur histórica francesa, a sus espaldas. Ese plano general, esa manera de iniciar un relato, una película, muestra el tono moral, la estética de combate de la película. Sobrio, sin retóricas, disparando al corazón, vencedores y vencidos de la Historia. La crónica de un tiempo de guerra grabado a sangre y fuego de recuerdos, sueños e ideales rotos, violencia, lealtades y traiciones, un celiniano viaje al fin de la noche, encarado con un estoicismo ni derrotista ni poseur, sino con el unamuniano sentido trágico de la vida y la existencia.
L’Armée des Ombres (El ejército de las sombras, 1969), una desconocida obra maestra dirigida por Jean-Pierre Melville, que participó activamente en las acciones de la Resistencia, adapta una novela de Joseph Kessel, y se adentra en el oscuro mundo de aquella lucha clandestina, sin piedad, a cara de perro, en el que la vida y la muerte, la traición y la lealtad, las torturas y el heroísmo se entrecruzaban letalmente. Es una crónica que formalmente parece grabada en un tono frío, como desaturado de color; la magnífica fotografía de Pierre Lhomme y Walter Wottitz acentúa esa elección estética con el frío del invierno, la lluvia, el barro, la incipiente nieve, envolviendo todo en un tono de provisionalidad peligrosa. Melville va más allá del mero documentalismo, por mucho que las imágenes de El ejército de las sombras y las localizaciones de la acción, hagan creíble cuanto vemos en la pantalla. No. Se trata de filmar una crónica en la que lo personal va más allá de la filosofía de resistir al Mal, al invasor alemán, de luchar desesperadamente por la Nación, por la Patria; la crónica de unos años oscuros, traidores, que jamás dejarán el perfume de la melancolía sino el del callado heroísmo que no demanda nada sino el cumplimiento de un autoimpuesto deber.
El ejército de las sombras rezuma sobria emoción, un adjetivo y un sustantivo raramente compatibles en el arte, pero Melville es un creador, un autor, en el que el rigor es máximo, la honestidad innegociable, la perspectiva propia irrenunciable. Su pasión por los cánones del cine clásico de Hollywood jamás le conducen al facsímil, al pastiche, ni siquiera al banal homenaje. Las películas de Melville solo se deben al universo Melville, cuya gramática lo acerca en términos nacionales a Baroja en lo existencial, en la moral de lo dramático y a Azorín en la pulida concreción de su gramática visual. Su película puede ser un thriller seco, sin concesiones, muy cercano a otras películas de Melville, especialmente a El círculo rojo, pero a la vez rezuma indignación, jamás venganza, sinceridad ante los recuerdos más dolorosos y antiguos, proclamación de que en tiempos de tribulación hay que hacer mudanza y de que el que quiera salvar su vida la perderá y el que la pierda por otros alcanzará una incierta gloria, pero siempre el callado homenaje de quienes convivieron en ideas y vida.
Esa fisicidad, esa credibilidad visual y moral se acrecienta al contemplar el excepcional trabajo del reparto, una de las claves del cine de Melville, que escoge a actores y actrices que sirvan con exactitud física a la psicología de los personajes. Lino Ventura, que no cruzó palabra con Melville durante el rodaje de la película, duro, inteligente, cruel; Paul Meurisse, emocionante en su refugio parisino, asceta y monje fuera del mundo, activista en ese mismo mundo que salta a pedazos; Simone Signoret, entrañable en sus estratagemas y tácticas de engaño; Jean-Pierre Cassel o el delicado Serge Reggiani; todos ellos se quedan atrapados en nuestros recuerdos tras acabar la película, como si hubiésemos convivido con sus personajes en esos años de plomo y combate.
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L’Armée des Ombres (El ejército de las sombras, 1969). Producida por Jacques Dorfman. Dirigida y escrita por Jean-Pierre Melville, adaptando la novela de Joseph Kessel. Fotografía de Pierre Lhomme y Walter Wottitz, en color. Música de Eric Demarsan. Montaje, Françoise Bonnot. Vestuario de Colette Baudot. Diseño de producción, Théobald Meurisse. Interpretada por Lino Ventura, Paul Meurisse, Jean-Pierre Cassel, Simone Signoret, Claude Mann, Serge Reggiani, Paul Crachet, Christain Barbier, André Dewavrin, Alain Dekok. Duración: 139 minutos (alguna versión acredita 145 minutos).
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