Inicio > Libros > Narrativa > El emboscado de Wilflingen

El emboscado de Wilflingen

El emboscado de Wilflingen

Ernst Jünger soñó con poder llegar a cumplir cien años durante los duros combates de trincheras de la Gran Guerra. Por entonces, entre los obuses y las ráfagas de ametralladora, no se imaginaba que estuviese destinado a cumplir sus deseos. Cuando alcanzó la señalada edad provecta, declaró que el sueño de aquel joven soldado se había transformado —ahora que había cumplido cien años— en una auténtica pesadilla.

Jünger es una de esas inteligencias frías que suelen caracterizar, más que a los escritores, a los científicos. Nunca se descompone, ni pierde su sesgo objetivador, como si observase la realidad —por dura que sea— en una placa de Petri. En Tempestades de acero, quizá la novela autográfica más estremecedora y palpitante del género bélico, a su lado La roja insignia del valor de Stephen Crane parece una novela para adolescentes, ya nos hace un cálculo probabilístico de las posibilidades de supervivencia de los soldados en las trincheras, observando que los más descuidados y los más premiosos en cumplir las normas y ordenanzas eran los que tenían más probabilidades de sucumbir, mientras que los que se movían entre la viveza y el apoltronamiento tenían muchas más probabilidades de sobrevivir. Entre las imágenes grabadas a fuego de combate, no puede dejar de evocar la de aquel soldado que le puso como escudo una fotografía de una mujer con un niño pequeño, lo que impidió que Jünger lo rematase. Un recuerdo que le volvía con frecuencia en sus noches de insomnio, y con el que se reconfortaba pensando que quizás aquel soldado hubiese podido reencontrarse con su mujer y su hijo, gracias a una fotografía y a su inhibición.

"Mucho se ha escrito e investigado sobre las complicadas relaciones del escritor de Tempestades de acero con el nazismo"

Jünger es un heterodoxo en todos aquellos campos sobre los que se detiene su escrutadora y analítica mirada, por eso resulta tan difícil de clasificar como escritor, filósofo o historiador. Cuando alguien se acerca a su figura, siempre con prevención y cierta desconfianza, lo primero que se encuentra es con el guerrero, con el hombre de acción que ha transitado por dos guerras mundiales, para acabar descubriendo a un contemplador de la naturaleza y de sus fuentes primordiales.

Mucho se ha escrito e investigado sobre las complicadas relaciones del escritor de Tempestades de acero con el nazismo, así como la admiración y el respeto que Hitler le tenía como héroe de la Gran Guerra, lo que le evitó más de un disgusto tras la encubierta y alegórica crítica que hace a los totalitarismos en Sobre los acantilados de mármol. Pero a pesar de ello, y de su rechazo al nacionalsocialismo por su antisemitismo, sus libros estuvieron prohibidos hasta 1949.

"Como puede observarse las figuras de sus arquetipos se entremezclan entre sus obras de pensamiento y sus obras de ficción"

Ernst Jünger, más que un notable fabulador de estereotipos es un constructor de arquetipos. Sus categorizaciones para el siglo XX las simbolizan una serie de reconocibles figuras, como son las del Soldado Desconocido, El Trabajador (de cuyo ensayo Der Arbeiter parte, casi como derivada de su sustrato, La Emboscadura) y El Emboscado, a las que habría que sumar El Anarca y El Psiconauta. El Anarca emerge de la ciudad estado de Eumeswil como contrapunto y contraste del monarca. El Anarca es creativo y no destructivo, y al contrario de lo reyes de la tierra solo pretende gobernarse, con buen criterio, a sí mismo, por lo que bien podría tener como lema los calderonianos versos: «Pequeño mundo soy, y en esto fundo, que en ser señor de mí., lo soy del mundo».  Anarca, que a su vez parece emanar como arquetipo fabulado de la luminosa urdimbre de su Emboscadura. El Psiconauta viene a ser una síntesis y colofón del «emboscado» y «anarca», que campea y vaga libremente por los espacios primordiales de la cartografía humana, a través de sus viajes visionarios. La figura del «psiconauta» surge en su libro sobre las drogas Annäherungen. Drogen und Rausch (Acercamientos. Drogas y ebriedad), después de haber conocido a Albert Hofmann el descubridor del LSD. Como puede observarse las figuras de sus arquetipos se entremezclan entre sus obras de pensamiento y sus obras de ficción, pero siempre buscando un ahondamiento liberador de las raíces nutricias del ser humano —que él llama fuentes primordiales—, desde la insobornable individualidad.

Tusquets editores, para fortuna del lector español, ha vuelto a reeditar La Emboscadura con la rigurosa y pulcra traducción del profesor de ética Andrés Sánchez Pascual, quien también se encarga de introducirla:

En la antigua Islandia al hombre que había entrado en un grave conflicto con su comunidad (de ordinario a causa de un homicidio) le quedaba un recurso: el Waldgang, la emboscadura. Aquel hombre se retiraba al bosque, se convertía en un Waldgänger, un emboscado. Allí vivía de sus propias fuerzas, apoyado en sí mismo. Para sí era él su propio sacerdote, su propio médico, su propio juez. A veces lo acompañaba su esposa. Jünger añade que él toma aquí el concepto de emboscadura «en un sentido más amplio». El «bosque» es un lugar espiritual, metapolítico.

"Quizás uno de los mejores lectores de La emboscadura, y también uno de los máximos valedores en el ámbito hispánico de Ernst Jünger, haya sido Antonio Escohotado"

Quizás uno de los mejores lectores de La emboscadura —un auténtico emboscado y psiconauta—, y también uno de los máximos valedores en el ámbito hispánico de Ernst Jünger, haya sido Antonio Escohotado, para quien: «A caballo entre la metáfora y una crónica textual de su propia vida [el filósofo alemán] ofrece a nuestra consideración la figura del emboscado».

Recuerdo que por el ya lejano 1991 invité a Antonio Escohotado a dar una conferencia sobre Poesía y experiencia visionaria en el Aula de Poesía de la Biblioteca de Asturias que por entonces dirigía con entusiasmo y poco apoyo institucional. En aquel ciclo titulado Los contornos de la poesía pasaron autores como Carlos Bousoño, Francisco Brines, José Hierro, Gustavo Bueno, Alberto Cardín, Daniel Moyano, etc., siendo el último Antonio Escohotado. Tras su exposición y revelador coloquio, podría decirse que por prohibición gubernativa, se cerró para siempre el Aula de Poesía; figúrense lo poco que agradó su intervención a las autoridades políticas de aquellos años de la Consejería de Cultura del Gobierno del Principado de Asturias. Unos años después —en 1995— volví a coincidir con el autor de Historia general de las drogas en los Encuentros literarios de Oviedo, tan magistralmente dirigidos por Miguel Munárriz, que aquel año convocaban a Luis Racionero, Gustavo Bueno, Gabriel Albiac, José Saramago y Antonio Escohotado para debatir, bajo el influjo de Italo Calvino, las 50 propuestas para el próximo milenio. Fueron días intensos, de vivaces discusiones y algún que otro desencuentro, como el ocasionado entre Gustavo Bueno y Luis Racionero, que derivaría en un abstruso enconamiento con José Saramago; pero también, de intensos y amistosos diálogos entre los que se entreveraron algunas confidencias literarias, como las que me hizo José Saramago sobre su Ensayo sobre la ceguera (pero eso es —tempus irreparabile fugit— otra historia). Para presentar a Antonio Escohotado, que clausuraba las 50 propuestas para el próximo milenio, utilicé una serie de citas de La Emboscadura, que creo pueden servir tanto para evocar al lúcido autor de Rameras y esposas: cuatro mitos sobre el sexo y deber, como para remarcar algunos de los nucleares trasuntos que en su ensayo aborda el filósofo alemán:

Un Encuentro de estas características puede servir para esto, para ayudarnos a reconocer el bosque». Sobre todo, si nos encontramos con personalidades como la de Antonio Escohotado, un auténtico emboscado, en el estricto sentido que propuso Jünger, «que piensa y actúa como persona singular y soberana», «que se reserva la decisión en ciertos campos, campos donde la propaganda urge con gran vehemencia a delegarla. Concretamente, en medicina, ética y acercamiento a las leyes», «que plantea como cuestión exclusivamente suya su propiedad y el modo de afirmarla», «que jura odio eterno a la crueldad en general, fuere cual fuere su objeto», «que busca entrar en contacto con lo divino e intemporal que subyace a cada presencia, para bañarse en las fuentes originales de jovialidad y abundancia»

Y es que Antonio Escohotado, como buen aristotélico, admirador de Jefferson, de Jünger, de Heidegger, de esa especie de Paracelso contemporáneo que es A. Hofmann, por sus descubrimientos en el campo de las drogas, tiene en su haber una suerte de saber enciclopédico y un «algo» un tanto enigmático  —como un recuerdo vivo, un latido—, del otro lado de la orilla humana, conseguido a través de algún viaje visionario o quizá, por haber buceado tanto en los textos clásicos, de cuando el hombre era libre y no tenía miedo a la responsabilidad de su propia libertad.

Es cierto que Ernst Jünger desconfía de la democracia en El trabajador y en La Emboscadura, pero téngase en cuenta —para contextualizar sus dilucidaciones— que vio desaparecer bajo el influjo de los votos a la República de Weimar y que fue testigo activo de dos guerras mundiales. Quizá por ello, como singular árbol centenario enraizado en el siglo XX —por cuyos frondosos pensamientos sobrevuelan los pájaros libertarios y la nocturna Trachydora juengueri—, se aferre con olímpica tenacidad a la insobornable libertad que radica en el ser humano, para que este, con plenitud, superando el miedo, pueda bañarse «en las fuentes originales de jovialidad y abundancia».  La emboscadura, un ensayo que todo espíritu crítico debiera conocer.

———————

Autor: Ernst Jünger. Título: La emboscadura. Traducción: Andrés Sánchez Pascual. Editorial: Tusquets. Venta: Todostuslibros.

4.8/5 (20 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios