Hay intenciones que es mejor camuflar. Uno puede sentirse interpelado por cualquier cosa, puede incluso considerar que eso que le interesa debería poder interesar también, por pura lógica, a otro buen número de mortales; pero aun así existen ciertas cuestiones que necesitan ir disfrazadas para traspasar la primera barrera de la censura. Tampoco es algo que deba ser denunciado. Así funciona el ser humano, y es absurdo querer cambiarlo. Nadie desea lidiar con las carcasas de aquellas ideas que, de tan manoseadas, han terminado vaciadas de significado, de la misma manera que existe una especie de pereza mental que impide que ciertas nociones comúnmente superadas regresen al foro público para ser replanteadas. Son mecanismos de criba y selección. Nuestra capacidad es limitada: para qué seguir perdiendo el tiempo con pensamientos que ya no dan más de sí. Sin embargo, eso es lo que hace precisamente que la audacia y el talento de ciertos autores a la hora de tratar esos temas resulte tan profundamente admirable.
Se me ocurre, por ejemplo: qué difícil puede ser hablar de Dios y que te tomen en serio. Uno no tiene por qué ser creyente, aunque sospecho que son estos los que más sufren la incomprensión, y sin embargo la mayoría de las veces siente que se le activa un resorte interno que le cuida de sacar la idea de divinidad delante de personas desconocidas. ¿Por qué será? En El final del affaire, Graham Greene hace que uno de sus personajes escriba en su diario la impresión que le causa un orador en la calle que no hace otra cosa que cargar contra la idea de Dios: “Arremetía en su discurso contra algo que ya estaba muerto, y me pregunté por qué se tomaba la molestia de hacerlo”, anota justo después. Resulta que Dios hace tiempo que murió, que ahora sólo le interesa a quienes le aman o a quienes le odian, pero que cada vez hay más personas indiferentes a su figura. ¿Es eso cierto? Puede ser. Aún así, los interesados en el tema siguen sintiendo un extraño miedo al rechazo —¿a la falta de amor?— cuando no saben si la persona que tienen delante es de las que odia, de las que ama o de las que camina sin mirar hacia los lados.
¡Qué buena novela es El final del affaire, y cuánta audacia y cuánto talento rezuma Greene en esas páginas! A día de hoy, no se me ocurre tarea más complicada que narrar una conversión en primera persona. La línea que separa lo creíble de lo increíble es demasiado fina. Pese a todo, digan lo que digan, sigo sosteniendo que el problema de la muerte, de la trascendencia y del sentido de la existencia continúa atravesando de manera transversal todo el pensamiento humano. Si no fuese así, ¿por qué hace falta matar o salvar a Dios en algún momento de cada biografía? Uno debería poder vivir junto a Él de la misma manera que vive rodeado de películas mágicas, por poner un ejemplo, sin sentirse interpelado por su mentira bella e inofensiva. Pero las cosas no son tan simples. Al final, Dios sigue vivo precisamente porque ha muerto. Y es la misma necesidad de matarle la que le confiere una existencia que, pese a todo, seguimos sin ser capaces de demostrar.
Porque Dios ha muerto, sí, y para hablar de Él con aquellos que le han enterrado, en muchas ocasiones es necesario utilizar artificios. Graham Greene lo sabía bien, por eso no quiso introducirle directamente en El final del affaire, y se dedicó en cambio a reflexionar sobre el amor. La divinidad ya no existe, pero el amor y el odio siguen siendo temas universales. Por eso, para alguien dispuesto a analizar la máxima eterna que defiende que Dios es Amor, ese es posiblemente el camino más sencillo si quiere hacerse entender en cualquier ambiente.
El ejemplo de Greene es muy ilustrativo. En esa novela se revela como un perfecto embaucador y como un escritor descomunal precisamente porque consigue ir encerrando al incrédulo en el invisible laberinto del problema religioso sin que se dé cuenta. El infeliz no sabe que ha caído en la trampa hasta que es demasiado tarde, y para entonces la reflexión acerca del acto heroico de amar que se desprende de todo el relato ha echado tantas raíces en su corazón que no le queda más remedio que seguir leyendo hasta el final. Es una estratagema perfecta, un golpe sin fisuras, o tal vez no. A lo mejor es una novela dirigida precisamente a un público concreto, y que ni a los que creen ni a los que odian les puede gustar.
De todas formas, nada de eso importa realmente. En su primera página, el narrador y protagonista, Maurice Bendrix, explica que la suya es “una historia de odio mucho más que de amor”, pero en sus palabras y en su forma de odiar se intuye un amor más profundo, siempre. Él “cree que odia cuando en realidad ama, ama continuamente, incluso ama a sus enemigos”, dirá después de él la mujer de su vida, Sarah Miles. Y es que el odio en la novela sólo se concibe como una reacción ante la falta de amor. El odio es un amor perverso, la forma más perversa y egoísta de amar. Es el intento de rebelarse contra el prójimo, de tratar de poseerlo, cuando no se recibe de su parte el amor deseado. En ese sentido, El final del affaire es una historia de amor en cuanto que es una historia de odio. Y es la historia del Amor y del Odio eterno, de la aceptación o el rechazo a ese Dios que nos sigue requiriendo pese a que intentemos por todos los medios esquivar su mirada. A Dios hay que matarle o que salvarle, no hay más, y esta historia se centra en esa inquisición necesaria, cuando ya no es posible la indiferencia.
Ahí reside el punto fuerte de la novela. Se trata de un texto poderoso precisamente porque se centra en el amor, antes que en una divinidad abstracta e incomprensible. Y además, habla de un amor profundo y reconocible por todos, alejado de aquel amor dogmático e irreal que siempre ha estado ligado a las prédicas ineficaces de la Iglesia.
Los amantes de El final del affaire son eso, amantes, en el sentido adúltero de la palabra. Son almas solitarias que se han encontrado fuera del matrimonio, y que conviven marcadas por la certeza de que su amor no puede durar, aunque sea lo más intenso que han sentido en su vida. Tampoco consiguen amarse bien, pese a todo. Viven lastrados por las dudas, la desconfianza y el miedo, y la única diferencia entre ellos es que mientras él no es capaz de amar de una forma completamente desprendida —siempre le queda un residuo del yo— ella intuye y ansía poder entregarse completamente para llenar un desierto que sabe que sólo puede colmarse si la entrega es recíproca y desinteresada.
Sus caminos se separan en ese punto, sellando el final del affaire con un martirio amoroso deslumbrante en el que ella termina renunciando a él, por amor, para salvarle. En una escena tan inesperada como barruntada, Greene consigue narrar un milagro y que el lector se lo crea, para después ilustrar maravillosamente esa larga y sinuosa deriva que sufre todo aquel que debe enfrentarse a la realidad del Amor, con mayúsculas, y al miedo que produce una renuncia absoluta del yo, en favor del prójimo. Sarah terminará alcanzando una santidad trágica y heroica, mientras que Maurice sufrirá el desengaño al ver que su amada está teniendo una aventura con Dios, y que no puede hacer nada para recuperarla. Convivirá entonces con su odio amoroso y con la insatisfacción de una vida de rechazo voluntario a la bondad que se esconde tras el sufrimiento, y terminará descreyendo de todo, hasta de la inexistencia de Dios, agotado por su negativa a querer más allá de cualquier consecuencia.
Sea cual sea la conclusión que saque el lector de esta novela —es un texto claramente apologético, por lo que puede suscitar todo tipo de reacciones—, una cosa queda clara, algo que además parece apuntar hacia una verdad profunda: el heroísmo del bien es admirable; el amor desprendido es bello; el sacrificio nos conmueve; y el odio, el egoísmo y el mal emponzoñan el alma y enturbian la visión. Aunque sólo sea por eso, la de Graham Greene sigue siendo una enorme obra literaria.
—————————————
Autor: Graham Greene. Título: El final del affaire. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: