«El erizo es un mamífero insectívoro que mide aproximadamente 15 centímetros y pesa hasta 400 gramos. Tiene el lomo cubierto de púas y el resto cubierto de pelo marrón o blanco. Es solitario y territorial».
La primera vez que vi un erizo fue una tarde de verano. Caminaba yo por un sotobosque y la proximidad del río y el frescor que proporcionaba la sombra de los castaños y los abedules, que jugaban a tapar los reflejos del sol, hacían de aquel paseo algo mágico que se acentuó con la presencia del erizo. Me acerqué a él y me quedé esperando, pero al cabo me di cuenta de que hasta que yo no dejara de patear a su alrededor, no se movería. Me senté en la hierba, me apoyé en un árbol y esperé. El erizo se desperezó, los pinchos de su cuerpo comenzaron a recolocarse con el movimiento armónico de un diminuto acordeón y, sacando su hocico puntiagudo, empezó a moverse con elegante parsimonia. Pensé entonces cuántos años viviría un erizo, qué peligros le acechaban a pesar de su coraza de púas, cómo cazarían sus pequeñas presas, cuánto tiempo tardaría en cruzar aquel pequeño bosque que al fin y al cabo era su casa y que ni él mismo podía conocer sus dimensiones.
Y sin saber por qué me acordé del poema de Philip Larkin: «Esto es lo primero / que yo aprendí: / el tiempo es el eco de un hacha / dentro de un bosque».
Tiempo después me fui encontrando con diferentes erizos convertidos en leyendas que los poetas se encargaron de crear, como este fragmento de la «Oda a Federico García Lorca», de Pablo Neruda, un poema largo y con el tono característico de su voz florida y llena de reminiscencias del Poeta en Nueva York lorquiano.
(…) Porque por ti pintan de azul los hospitales
y crecen las escuelas y los barrios marítimos,
y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren de escamas los pescados nupciales,
y van volando al cielo los erizos:
por ti las sastrerías con sus negras membranas
se llenan de cucharas y de sangre
y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten de blanco.
Federico García Lorca termina una conferencia sobre nuevas estéticas, pronunciada en 1928 que llamó, «Imaginación, Inspiración, Evasión», de esta guisa:
(…) «La luz del poeta es la contradicción. Desde luego, no he pretendido convencer a nadie. Sería indigno de la poesía si adoptara esta posición. La poesía no quiere adeptos, sino amantes. Pone ramas de zarzamora y erizos de vidrio para que se hieran por su amor las manos que la buscan».
Empiezo con un poeta irlandés de 1951:
Erizo
Paul Muldoon
El caracol se mueve como
un aerodeslizador, sobre
su propio colchón de goma,
comparte su secreto
con el erizo. El erizo
no comparte su secreto con nadie.
Decimos: Erizo, sal
de ti para que te amemos.
No queremos hacerte daño. Sólo queremos
oír lo que
quieras decirnos. Queremos
tus respuestas a nuestras preguntas.
El erizo no suelta
prenda, se lo guarda todo dentro.
Nos preguntamos qué tiene que esconder
un erizo, por qué desconfía tanto.
Nos olvidamos del dios
bajo la corona de espinas.
Olvidamos que no habrá
otro dios que confíe de nuevo en el mundo.
Continúo con tres poemas en los que el leitmotiv es el destino fatal del erizo:
La elegancia del erizo (o el sentido de la vida)
Verónica M. Cepeda
Cubrirse de espinas
es remedio para esconderse
de cualquier mirada
que vaya en busca de una rosa.
Hay que ocultar
la sonrisa y la ternura
bajo un ceño que cubre de cenizas
aquellos amores perdidos
en una tarde ciega de sol.
Ser el vivo retrato
de lo grotesco y ridículo,
bailar el Cascanueces en pantuflas
y llorar por lo bajo
por un reino de azúcares
en algunos ojos…
Tener el corazón sujeto
a un voto de silencio,
al veto de las palabras,
a la rutina de volverse invisible.
Encontrar una ilusión
luego de girar la llave,
de abrir puertas y de barrer los recuerdos.
Morir feliz con el susurro
de su nombre en la boca
porque creer en un amor encendió
esa vida de penumbras.
PD: El erizo fue atropellado y de su vientre brotaron mariposas de origami
algunas flores y millones de suspiros en vuelo.
El cortacésped
Philip Larkin
El cortacésped se atascó, dos veces, me arrodillé
y encontré un erizo entre las cuchillas,
muerto. Estaba entre las hierbas altas.
Lo había visto antes, y hasta le había dado de comer,
una vez. Ahora había destrozado su discreta existencia
sin remedio. Enterrarlo no me ayudó:
A la mañana siguiente yo me levanté y él no.
El primer día después de una muerte, la nueva ausencia
es siempre lo mismo; deberíamos cuidar
unos de otros, deberíamos mostrar amabilidad
mientras aún haya posibilidad.
El erizo
Bernardo Atxaga
El erizo despierta al fin en su nido de hojas secas,
y acuden a su memoria todas las palabras de su lengua,
que, contando los verbos, son poco más o menos
veintisiete.
Luego piensa: El invierno ha terminado,
soy un erizo, dos águilas vuelan sobre mí;
Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto,
¿en qué parte de la montaña os escondéis?
Ahí está el río, Es mi territorio, Tengo hambre.
Y vuelve a pensar: Es mi territorio, Tengo hambre,
Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto
¿en qué parte de la montaña os escondéis?
Sin embargo, permanece quieto, como una hoja seca más,
porque aún es mediodía, y una antigua ley
le prohíbe las águilas, el sol y los cielos azules.
Pero anochece, desaparecen lás águilas, y el erizo,
Rana, Caracol, Araña, Gusano, Insecto,
desecha el río y sube por la falda de la montaña,
tan seguro de sus púas como pudo estarlo
un guerrero de su escudo, en Esparta o en Corinto;
y de pronto atraviesa el límite, la línea
que separa la tierra y la hierba de la nueva carretera,
de un solo paso entra en tu tiempo y el mío;
Y como su diccionario universal
no ha sido corregido ni aumentado
en estos últimos siete mil años,
no reconoce las luces de nuestro automóvil,
y ni siquiera se da cuenta de que va a morir.
Vuelvo a Pablo Neruda con ocho versos que cantan al erizo, pero esta vez al otro: el sol del mar, redondo y con yodo, húmedo y hostil…
Erizo
El Erizo es el sol del mar,
Centrífugo y anaranjado
Lleno de púas como llamas,
Hecho de huevos y yodo
El Erizo es como todo el mundo:
Redondo, frágil, escondido;
Húmedo, secreto y hostil:
El Erizo es como el amor.
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