No hay nada más satisfactorio que encontrar tu nueva novela en los estantes. La miras y allí está, a la vista de todos, un libro más en un universo de papel. Pero para el autor es distinto. Solo tú sabes qué supuso todo el proceso, desde la escritura hasta la publicación.
Como autor siempre busco nuevos retos. Creo firmemente en eso que los expertos llaman “salir de la zona de confort”, encontrar tus límites, expandir horizontes. El resultado es satisfactorio en lo personal, pero requiere de mucha exigencia y autodisciplina, además de estar algo loco. Así que cuando me invitaron a escribir La última palabra de Juan Elías, continuación literaria de la serie de televisión Sé quién eres, no me lo pensé dos veces y acepté encantado.
Entré al proyecto justo cuando acababan de estrenar el primer capítulo. La serie constaba de 16 y no estaba previsto parar en Semana Santa. La idea era que el libro apareciera justo al emitir el último episodio.
Estamos hablando de que debía crear una historia de la nada, basada en personajes existentes, respetando lo contado en televisión… y tenía que estar en la calle en 4 meses.
Alguno pensará que es tiempo suficiente. Ahora es cuando os digo que tuve que viajar de Suecia a Barcelona, verme la serie completa en las oficinas de Filmax, reunirme con Pau y su equipo para que me orientaran y, además, leerme todos los guiones. Eso solo para idear una sinopsis que estuviera a la altura de la serie. Aparte, los que nos dedicamos al mundo de los libros sabemos que todo requiere su tiempo. Una novela debe maquetarse, corregirse, imprimirse y publicitarse. Eso quiere decir que la editorial también trabajaba a contrarreloj y necesitaban un plazo razonable para hacer bien su trabajo.
Me dieron dos meses para acabarla. Al hablar con mi editor, me dijo que no me agobiara, que les entregase la novela cuando estuviera, que si en vez de salir al acabar la serie salía más tarde no pasaba nada. Pero sí pasaba. La televisión tiene memoria a corto plazo, y si el libro aparecía cinco meses más tarde no le interesaría a casi nadie. Mi editor me dijo que el plazo ideal sería entregar el libro en un mes.
Un mes.
¿Sabéis lo que es eso? A cualquiera que le preguntes te dirá que es imposible hacer una novela de calidad, de 350 páginas, con una trama repleta de giros sorprendentes y además manteniendo el pulso narrativo de forma que los personajes fueran reconocibles. Los que habéis leído el libro sabréis que cada capítulo corresponde a un personaje diferente, y ya os podéis imaginar lo exigente que es eso. No era una novela fácil ni tenía un plazo normal.
La escribí en 21 días.
Fue agónico, no lo negaré. Algunos días me pasaba hasta 10 horas delante del teclado. Pero lo hice. No sé si repetiría la experiencia, pero ahí queda. La última palabra de Juan Elías es un milagro, un libro imposible. Pero me comprometí a hacerlo y no fallé.
Así que, queridos míos, cuando alguien os cuente que Dostoievski escribió El jugador en 26 días, espero que contestéis que el tito Claus escribió en 21 una el doble de larga. No quiero ser el Simenon de Murcia ni mucho menos, aunque quizá Samanta Villar se anime a hacer un 21 días escribiendo una novela. A estas alturas creo que todo es posible.
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