Hace ocho años la profesora e investigadora Naida Saavedra acuñó, a través de una etiqueta en redes sociales que acabó viralizándose, el término “New Latino Boom” para designar la explosión de escritura en español surgida en Estados Unidos y todo el circuito formado por editoriales independientes, librerías, académicos e instituciones que promovían concursos literarios en español, sobre todo en ciudades como Nueva York, Chicago y Miami.
—¿Cómo evalúan el impacto y el desarrollo de esta pasada edición de la feria?
Tanto Higuera (quien llegó a Estados Unidos desde su Tijuana natal en 2009 y que tras una larga trayectoria como educador y administrador terminó como director del Instituto de Estudios Mexicanos de CUNY (City University of New York) y fundador de la feria en 2016) como Cárdenas, (quien antes de dirigir la FILNYC trabajó en marketing y relaciones públicas para una empresa internacional dedicada al análisis del público hispano en torno al fútbol, deporte en el que encuentra una emocionalidad similar a la literatura) se muestran satisfechos. Uno de los mayores aciertos de la última edición, destacan, fue su lema, que reivindicaba el español como un territorio en sí mismo. “Cuando hablamos de migración, solemos pensar en personas que dejan sus países de origen, pero la lengua es también un espacio de pertenencia, un territorio común que une a todos los migrantes”, comenta Higuera. En torno a esta idea de lengua-territorio o puentes entre lenguas giraron algunos de los conversatorios iniciales, como el de Valeria Luiselli y Yásnaya Aguilar, o el que reunió a Luis García Montero y Rosa Beltrán ante un auditorio repleto, compuesto en su mayoría por escritores, académicos y público adulto —hablando de puentes: Nueva York será la ciudad invitada en la edición de este año de la feria del libro de Madrid—. Sin embargo, Cárdenas señala un desafío pendiente: la conexión con el público más joven, especialmente los estudiantes universitarios de grado. Higuera coincide y adelanta que una de las apuestas para las próximas ediciones será el fortalecimiento del pabellón infantil, con la intención de acercar aún más la feria a nuevas generaciones.
En ediciones anteriores de la feria, varios paneles reunieron a editores, libreros y académicos que, en algunos casos, cuestionaban el uso del término boom. Si bien la producción literaria en español dentro de Estados Unidos ha crecido de manera significativa, las cifras de ventas no siempre acompañan esa expansión. Esto plantea una pregunta clave: ¿quién es el lector de literatura en español en Estados Unidos? ¿Dónde está su nicho? Cárdenas señala que, lamentablemente, ese lector no suele ser el estudiante universitario de segunda o tercera generación. En su experiencia, el perfil del lector de español en el país responde a dos grandes grupos: un público especializado, no necesariamente hispano, vinculado a la docencia de español y literatura en el ámbito universitario, y aquellos latinoamericanos que llegaron al país para estudiar o investigar y terminaron estableciéndose de manera permanente. Higuera añade que en muchas familias hispanohablantes, la compra de libros en español no es una prioridad, ya sea por motivos económicos o porque la lectura en esta lengua no está integrada en su cotidianidad. “Queremos romper esa barrera que asocia la literatura con lo elitista y explorar nuevas formas de activación comunitaria, desde talleres de poesía colectiva hasta iniciativas enfocadas en los jóvenes que comprenden el español, pero que prefieren comunicarse en inglés debido a estigmas y prejuicios”.
En efecto, hay quienes advierten sobre un posible proceso de deslatinización en la identidad cultural de la comunidad latina en Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes de tercera generación. Si esta tendencia se consolida, ¿qué se puede hacer para mantener viva la conexión entre las nuevas generaciones y la lengua? Aunque tal vez de forma pasiva, sostiene Higuera, la tercera generación es bilingüe. Esta posible desconexión con el español, piensa, no puede entenderse sin considerar el contexto sociopolítico y las experiencias de discriminación que han enfrentado las comunidades hispanohablantes en el país: “A lo largo de generaciones, muchos han vivido el estigma de hablar español en espacios públicos, un fenómeno similar al que han atravesado las comunidades indígenas en países como México. No se trata, por tanto, de imponer el español a quienes han crecido en contacto con el inglés, sino de adoptar una perspectiva de language justice, donde cada persona pueda expresarse en la lengua en la que se sienta más cómoda”. Aun así, continúa, la variedad de español que se habla en Nueva York evidencia las huellas de su contacto con otras lenguas y su adaptación a un entorno mayoritariamente anglófono. Para Higuera, lejos de ser una pérdida, esta realidad representa una oportunidad: la presencia del español —y de lenguas indígenas que también perviven en la diáspora— no es solo un hecho cultural, sino un acto político. En un clima de creciente hostilidad hacia los inmigrantes, que se ha intensificado tras las últimas elecciones, la decisión de seguir hablando español puede convertirse en un gesto de resistencia frente a discursos que buscan relegarlo. ¿Pero sigue siendo el español una lengua de resistencia en Estados Unidos? Es un debate que plantea el académico estadounidense Jeffrey Lawrence en un artículo publicado el pasado noviembre. Según él, no toda la literatura escrita en español dentro del país responde a una lógica de oposición o lucha. Para el profesor de la universidad de Rutgers, el hecho de escribir en español en Estados Unidos no impide que estos autores sean plenamente reconocidos dentro del canon hispanoamericano contemporáneo. Además, afirma, muchos de ellos forman parte del ámbito académico y ocupan posiciones que difícilmente encontrarían en universidades latinoamericanas. “Considero que cuanto más se potencie la narrativa en español en Estados Unidos menos sentido tendrá referirse a ella globalmente como una literatura de resistencia. Sería más adecuado hablar de una multiplicidad de apuestas estéticas, filiaciones literarias, y estrategias editoriales, una de las cuales es —sin duda— la de negarse a escribir en inglés para llegar directamente al público hispanohablante”, sostiene Lawrence. Este debate sobre la resistencia del español en el país se enlaza con otra cuestión fundamental: ¿cómo definir esta literatura sin reducirla a una única identidad? Si, como señala Lawrence, la narrativa en español dentro del país se caracteriza por su diversidad de estrategias y filiaciones, también es necesario cuestionar los límites de las categorías con las que se la ha intentado encasillar. La literatura escrita en español desde Estados Unidos ha sido tradicionalmente concebida casi exclusivamente como un fenómeno vinculado a la identidad latina o hispana, una idea que Lawrence también revisa en su artículo. “Se presume una isometría entre lengua y raza”, escribía en Cuadernos Hispanoamericanos. Pero ¿y si el territorio del español en Estados Unidos no perteneciera únicamente a quienes tienen ascendencia hispana? Lawrence menciona el “pequeño boom” de escritores sin raíces hispanas que escriben en español desde Estados Unidos —Tanya Huntington y Kurt Hackbarth, entre otros—. Lawrence cuestiona esta presunción al señalar que el español no es solo un marcador identitario, sino también un espacio de experimentación estética que trasciende las categorías raciales y étnicas. En un país donde los debates sobre identidad han cobrado una centralidad absoluta en el zeitgeist contemporáneo, la pregunta es inevitable: ¿tienen cabida en este movimiento quienes escriben en la lengua pero no tienen ascendencia hispana? Para algunos, la complejidad de la experiencia migratoria y las cuestiones de privilegio son factores clave a la hora de definir la pertenencia a cualquier movimiento, incluida esta tradición literaria emergente. Sin embargo, tanto Cárdenas como Higuera coinciden, aunque con matices, no sólo en la necesidad de integrar voces aliadas en los tiempos que corren —en los tiempos de MAGA—, sino también en el hecho de no poder obviar un fenómeno en toda su amplitud. Después de todo, si el español es un territorio, como planteaba el lema de la FILNYC 2024, es un territorio en constante transformación, donde las fronteras entre lo latinoamericano y lo estadounidense son cada vez más porosas —de hecho, puede decirse que lo estadounidense ya es latinoamericano por definición— y donde las categorías previas de pertenencia ya no son suficientes para abarcar la complejidad del fenómeno.
El debate sobre identidad, pertenencia y los límites de las etiquetas conceptuales sigue abierto y, probablemente, lo estará por mucho tiempo. Sin embargo, más allá de las discusiones de tipo académico —que resultan peccata minuta cuando se piensa en la realidad de quienes quedan al margen de lo dominante— lo que resulta innegable es la urgencia de seguir generando espacios donde la lengua —en toda su riqueza— pueda expandirse, encontrar nuevos públicos y consolidarse como un territorio de creación literaria. Saavedra concluye su libro así, confiando en que en esta tercera década del siglo la literatura escrita en español desde Estados Unidos encontrará su periodo de maduración.
En este escenario, la ciudad de Nueva York ocupa un papel clave. La edición pasada de la FILNYC comenzó con una reflexión sobre la presencia de más de 700 lenguas en la ciudad, un recordatorio de su inagotable diversidad lingüística y cultural. Nueva York suena a pluralidad, a acentos, a baile. De ahí el lema de la edición de 2025, que se celebrará del 22 al 26 de octubre: la oralidad, el ritmo y la música en la literatura. A partir de este eje temático se está diseñando el programa de invitados, en el que ya trabaja Cárdenas. Entre los nombres confirmados hasta ahora, me comparte, destaca el del director actual del Instituto Cervantes Luis García Montero, el poeta Mario Obrero, la argentina Leila Guerriero —ganadora del premio de narrativa de la primera edición de premios Zenda—, la poeta argentina Diana Bellessi, la escritora argentina Gabriela Borrelli, los mexicanos Brenda Navarro, Yuri Herrera y Socorro Venegas y la dominicana Rita Indiana —quien ya participó en 2024, cerrando la feria con un conversatorio en conjunto con la argentina Mariana Enriquez—. Y es que la FILNYC se ha consolidado en un espacio de encuentro tanto para las voces del New Latino Boom, movimiento bautizado por Saavedra en 2017, como para escritores que producen desde fuera de Estados Unidos, ya sea desde Latinoamérica o España. Entre estos últimos, Higuera destaca a Alana Portero, cuya novela La mala costumbre alcanzó un alto nivel de ventas durante la pasada feria.
En una entrevista reciente con José López Higuera, la escritora mexicana Brenda Navarro reflexionaba sobre la inmensa riqueza lingüística y cultural de Nueva York y lanzaba una afirmación audaz: la nueva gran novela latinoamericana se escribirá en Nueva York. La ciudad, con su inagotable mestizaje, su constante vaivén de lenguas y su pujante escena literaria en español, parece para algunos destinada a convertirse en el epicentro de la próxima gran narrativa del continente. Difícil no compartir el deseo de que el español siga latiendo con fuerza en Estados Unidos, pero si hay una ciudad donde el pulso de la literatura latinoamericana contemporánea late todavía con más fuerza, esa ciudad es Madrid, o así le gustaría que fuese a un lector.
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